sábado, 30 de enero de 2010

Por qué usted debería bloquear a @anapoima1984

Me quedé sin caracteres en Twitter. Por ende, para que la vista de la situación sea completa, es preferible poner todo acá.

Bien. Hubo un tiempo que estuve de visitante muy asiduo del Bestiario del Balón, y en particular, del chat que allí se encuentra. Ahí, conocí a mucha gente interesante, y algunos con ciertos inconvenientes que no parecían serios, como un tipo de Anapoima llamado Jairo Alonso Méndez, que registra su nick "anapoima1984".

Hubo un tiempo en que el sujeto se puso de lado de ciertos trolls en dicho blog, lo que no tiene nada de malo. Aún así, ahí nacieron varias diferencias que son las que llevan a esta entrada. El camino es largo de explicar, pero tiene cuatro puntos trascendentales.

Para empezar, el sujeto decidió contar sus historias del pueblo, empezando conque se lo llevaron a un brujo a que le diera una solución para su pretendida mala suerte; el brujo le sugirió al sujeto que se refregara con una esponjilla Bon Bril todo el cuerpo, lo que hizo, según nos comentó, "tres veces, porque no creo en esas vainas". Primero: qué clase de persona comenta eso en Internet? Y, sabiendo que se hace un humor salvaje y crudo entre la gente a la que lo comenta, cómo espera que uno no se la monte?

Si bien reconozco que fui algo exagerado en la monta, yo creo que uno debe estar dispuesto a responder por todo lo que dice en Internet, o en la vida real, si a eso vamos. Así, espero que el sujeto responda a la siguiente acusación.

Cuando la monta se hizo inexcusable, el sujeto decidió atacar contra la gente que se la montaba. Pero no con la forma que uno espera, es decir, de buena manera. Comenzó a amenazar gente en Facebook, como estos dos screenshots, fechados al 1° de abril de 2009, cuando le dio por amenazar a mi estimado amigo Germán, @Link73:

La amenaza con comentarios
Más comentarios a la amenaza

Quiero hacer constar, cómo la gente (todos los comentarios a la amenaza son de gente del chat del Bestiario, amigos mutuos, si se quiere) intenta calmarlo, a lo que éste se rehusa enquistado en una posición de soberbia. Si así es con una pendejada, como lo puede ser una burla en una página, cabe esperar que un tipo así coja changón y suba a matarlo si usted le queda mal en algún negocio...

También hubo una amenaza de muerte con mi nombre, pero desafortunadamente, perdí los screenshots.

Aún así, me queda una cosa final. Luego de entrar a Twitter, me dio por buscar vía Google si el sujeto este estaba, lo cual me dio un resultado positivo. Aún así, al ver el siguiente resultado de la búsqueda, la situación dio un brinco mucho peor de lo esperado. El tipo este es escritor de relatos de violaciones. Y a las pruebas me remito.

Quiero hacer constar dos cosas: que el sujeto se registró en 2004, hace ya 6 años. Y que, a pesar de decir que "no quiere herir susceptibilidades", pretende que se le crea, cuando su biografía inicia con un claro "me encantan las historias de Sexo no Consentido". Es decir, violaciones, según el Código Penal de cualquier país civilizado.

Por qué me duele esta situación? Debo confesar que una familiar muy cercana mía fue violada a los 15 años en Boyacá, y que esta situación le causó a ella un trauma bastante fuerte, que sólo pudo solucionar (a medias) más de 10 años después, cuando tuvo a su primer hijo. Al ver toda la situación por la que pasó mi pariente violada, sólo puede provocarme repudio alguien que declara públicamente, sin ningún empacho, que le encantan las historias de sexo no consentido.

Es por esto que yo voy a bloquear y reportar por spam a @anapoima1984. Y usted?

(Nota: este post será borrado el 31 de enero a las 12:25 pm.)

jueves, 28 de enero de 2010

Vistas bogotanas I: Centro Internacional

Esta es una sección nueva, contando cosas que se me ocurren cuando recorro Bogotá. Todo esto sucedió camino de la Luis Ángel Arango, el 29 de diciembre de 2009. Va dedicado a Ana María, por la cual me fui a la Luis Ángel ese día, y para Karen, que pidió la entrada desde las 2 de la tarde.

Andaba yo por la ciudad, partiendo desde mi apartamento, en La Soledad. Había recorrido largo trecho por entre muchas calles, carreras, avenidas y diagonales, para llegar hasta donde me encontraba, aunque iba en mitad de mi recorrido, que era para ver iluminaciones (pues sucedió en el diciembre pasado), por un lado, y para reunirme con una gran amiga en inmediaciones de la Luis Ángel Arango, por otro. El atardecer bogotano, que en esos días decembrinos se torna más brillante de lo normal, daba un atractivo tono dorado a las adustas torres de las Residencias Tequendama y la vieja fábrica de Bavaria, a un lado, y del antiguo hotel Hilton, al otro.

Decidí detenerme en ese punto, junto a la estatua de San Martín, quien muriera pobre y ciego después de liberar el sur de América, y de cederle todo su poder militar a Bolívar en Guayaquil. La Carrera Séptima, a esa hora de la tarde, inicia su contraflujo a partir del semáforo de la 32, así que se veía mucho menos transitada que de costumbre. Y la Carrera Trece, por su parte, comenzaba a dar seña de la congestión eterna y constante que ofrece, para todos los que alguna vez hemos tenido que padecerla, desde que se llama Carrera Once y nace en la Universidad Militar, hasta que su flujo vial se distribuye a otra vía estancada, como lo es la Carrera Décima, en los cercanos puentes de la 26.

La Trece ofrece una vista que puede asimilarse, haciendo una cruda regresión, a la del Financial District de Nueva York. Allí, la estrechez de la calle, circulando entre altos edificios, empequeñece al que la recorre en ese corto tramo que rodea al complejo del Hotel Tequendama. Aún así, hay algo que la hace una vía bogotana, y es el barullo de la gente. No conozco Nueva York, pero asumo que debe ser difícil, cuando menos, esperar que en Wall Street se vean personas ofreciendo a grito herido minutos a celular, una caseta con empanadas, otra con “chito charme maní caramelo”, un tipo vendiendo cursos de inglés de 20 páginas y libros de colorear, un grupo vendiendo SIM Cards de Comcel, y otro puesto más con perros calientes (este último sí es posible de conseguir). Aún así, la imagen vista de lejos no es tan alejada de la realidad.

Y ahí está, girando un poco la vista, la Séptima. Una vía indescriptible, más en ese tramo, que concentra la historia del país. La iglesia de San Diego, minimizada por los colosos de acero y hormigón que la rodean. El parque de La Independencia, mutilado por los puentes que a duras penas mantienen el tráfico del centro en orden. El Hotel Tequendama, hogar de papas, presidentes y artistas, cuando vienen de paso por Bogotá. La seguidilla de torres empresariales que, desde la de Colpatria hasta la del Hilton, le dan el nombre de “Centro Internacional” al sector. El Museo Nacional, entre estas torres, que parece una fortaleza y retiene la cultura y el arte del país, con fuerte competencia de parte de la red de museos del Banco de la República. Y ahí estaba San Martín, verdoso de pátina, con excremento de palomas encima, y apuntando al sur que liberara en una campaña militar asombrosa, entre los Andes argentinos y chilenos.

Y en la mitad, yo. Por alguna razón, tal vez el tono dorado de la tarde desvaneciéndose, me dio por quedarme parado ahí, unos 10 minutos. La historia corría ante mis ojos: oía las masas vitoreando toreros en la Santamaría. Veía manifestaciones de todos los calibres, silenciosas unas y ruidosas otras. Allá a lo lejos, distinguí el esplendor y estruendo de la gran Exposición del Centenario, de la cual queda el Kiosco de la Luz, antes hogar de transformadores eléctricos y ahora convertido en biblioteca. Oí el grito de los presos clamando su inocencia, mientras eran llevados a los calabozos del Panóptico. Sentí la brisa recorrer los campos de cebada, llevando consigo el humo que alcancé a oler de la cervecería en plena operación. Escuché el tranvía rodando por la carrera Trece al norte, mientras veía una chiva intermunicipal subiendo pasajeros a mi Boyacá natal, iniciando el largo trayecto que llevaría su pasaje a destino.

Cómo se deshizo el hechizo? No estoy seguro. Tal vez fue una llamada de celular, un pito de buseta, o un grito destemplado: el caso es que algo me hizo reaccionar. Volvió la ciudad, con una brisa fría bajando de Monserrate, como lo ha hecho desde tiempos inmemoriales. Volvieron las busetas, congestionadas en la Trece. Volvió el atardecer, ya perdiendo sus tonos dorados y tornándose ligeramente rojizo, allá, al occidente. Y me puse en marcha.

Bogotá es una ciudad que tiene una magia oculta. Al contrario de París, Nueva York, Buenos Aires o Roma, la magia bogotana no está expuesta a los turistas, sean de los que quieren ver el Museo del Oro, el parque de la 93, o la coca en La Candelaria. Hay que buscarla, y a veces está en un recóndito cruce, un pequeño prado, una casa antigua sosteniéndose entre torres de cristal y mampostería. Otras veces, se le exhibe a quien se encuentra en el lugar justo y en el momento justo. Esta vez, la estatua de San Martín me permitió encontrar la magia de la Séptima.

En los próximos días escribiré más al respecto de esas ideas que transitan por mi mente, cuando ando vagando por Bogotá, la que, a pesar de ser boyacense, considero mi ciudad hoy día. Porque uno, amigo lector, no es de la ciudad que dice su cédula o su registro de nacimiento, sino es de donde siente su hogar. Y esta ciudad, capaz de sobrevivir a Pastrana, a Samuel Moreno y a los marcianos, es mi hogar.

lunes, 25 de enero de 2010

Electric Barbarella (o por qué odio a las chicas plásticas)

Es una chica plástica, de esas que van por ahí, de las que cuando se agitan, sudan Chanel number three.

Esta frase de Plástico, de Rubén Blades, ha estado rodando en mi mente durante mucho tiempo. La gente que vive más pendiente del saldo de su tarjeta de crédito, que de su felicidad. O peor, que confunde la felicidad con el carro que conduce, la ropa que debe comprar cada 15 días, las vacaciones en el Caribe, Mediterráneo o Índico.

Puede que comience a escribir con resentimiento. Al fin y al cabo, del Caribe sólo conozco San Andrés (pero nada de Cartagena, Santa Marta o Barranquilla); Mediterráneo es un hotel en Melgar (donde pasé el mejor puente de mi vida), y el Índico es una referencia en el mapamundi, que equivale a las antípodas. Pero sí, a mí me molesta mucho la gente plástica.

Aunque más que la gente plástica, me molesta un tipo especial: la niña plástica que, aparte de todo, se vuelve una perra, por no haber mejor palabra para describirla. A estas muchachas las llamo "Electric Barbarellas", cortesía de un video recomendadísimo de Duran Duran, que se llama Electric Barbarella, y trata de la construcción de un robot ícono sexual, muy al estilo de la Barbarella que le dio nombre a la banda. (Quien quiera buscarlo, en Youtube está)

Las Electric Barbarellas (E.B.) parece que funcionaran, como en el video, con baterías. O mejor, que sus implementos electrónicos les dieran corriente. Pero al contrario que los geeks, que buscan un implemento electrónico por su uso (digamos, buscan un iPhone con 80 GB, WiFi, plan de datos ilimitado, y ay que lleguen a decir algo en Movistar...), éstas buscan un implemento electrónico porque está de moda. Si hoy está de moda el iPhone, venga, compremos un iPhone. Si mañana amanece de moda el Blackberry Pearl, pues de una, nos vamos con un Pearl, y qué boleta la pelada esa que tiene el iPhone todavía. Y como tal, se da la osadía de tener en la misma cartera, aparte de sus cosméticos, dos celulares, iPod (la muestra de la sandez de ellas: tienen iPhone Y iPod, ambos nuevos), un PDA posiblemente, y una cámara de 12 megapixeles que no saben usar, todo en carcaza o forro morados o rosados. E incluso, de Pucca, Hello Kitty y demás cosas fashion.

Su iPod Y su iPhone, normalmente, están llenos de música de la que ponen en los 40 Principales o en La Mega. Léase, tropipop, reguetón, pop del clásico. Música de rumbeadero, a donde indefectiblemente dan a caer, desfilando en una muestra patrocinada por Naf Naf, Zara, tiendas carísimas del Andino o de Atlantis, y en el mejor de los casos, Tommy Hillfiger, por la T y la calle 93A.

Obviamente, las E.B. están buenísimas. Las que trabajan, usualmente lo hacen en medios que EXIGEN que esté bien presentada la pelada: modelaje, televisión, relaciones públicas. Cosas que las hacen matarse en gimnasio, añadirse potingues de toda calaña por la cara, y quedar empañetadas y estucadas todas las mañanas, todo con tal de verse "divinas". Las que no, pues pueden dedicarse a seguir todos los consejos que dan 10 canales dedicados a eso, que están comprobados porque las E.B. por excelencia, Paris Hilton y su corte de "amiguis", los usan para que el sol de Malibu, Santa Monica y Bel Air no las cuartee como a una buena manguera.

Y para qué tanta operación? Porque esa es la otra: las E.B. pueden venir con defectos de fábrica, que cubren con la chequera del trabajo, del que las mantiene o del que la necesita pintosa para ya: que la nariz, que los pómulos, que los labios, las tetas más grandes, las nalgas más esculpidas, y todas apuntan al mismo objetivo. Electric Barbarella en el video de Duran Duran se parece a Brigitte Bardot; las E.B., dependiendo del trasfondo social, tienden a parecerse a Paula Andrea Betancourt, o al emblema local, Sara Corrales.

Porque la gente plástica viene de todos los estratos. Aparentar en estrato 1 es más sencillo que en estrato 6, porque en el 1, conseguir un Nokia E71 alcanza para todo y durante mucho tiempo, mientras que en el 6, el ritmo de gasto es altísimo. Aún así, las Electric Barbarellas son casi siempre de estratos altos, ya sea mediante elevación social o porque la lotería de la concepción las dejó ahí.

Pero por qué son "unas perras"? Sencillo: a pesar de (o para) tenerlo todo, las Electric Barbarellas buscan marrano. Las esposas trofeo son un tipo de E.B. fuera de circulación, puede decirse que ya funcionan a un solo motor, pero la mayoría buscan marido. Cogen a uno, se agarran de la billetera, la desocupan, y taluego. Allá viene otro. Y así se especializan, de la prepago, cuyo principal rasgo es hacer de esta búsqueda de marrano un trabajo, hasta la llamada esposa trofeo, que cuando muere el marido (o se le acaba la plata) vuelve a circulación.

Tal vez el ejemplo perfecto de esta tendencia lo den Las Muñecas de la Mafia. Viejas que venden su alma a los traquetos, por "oportunidades sociales" que casi siempre implican camioneta Murano o Hummer, casaquinta, piscina todo el día, y rumba y trago todas las noches. Pero haga el siguiente ejercicio, amigo lector: cambie la Murano por un Audi, la casaquinta por apartamento en Rosales, y restrinja la rumba a 4 días a la semana, de miércoles a sábado. El resultado? Puede ser una prestante ejecutiva o una afamada modelo, pero sigue siendo una E.B.

Es claro que deben tener algo bueno las E.B. Y lo tienen: su capacidad de compra potencia de forma importante los rangos de textiles, gimnasios, calzado y electrónica, impulsando la economía. Así mismo, nos alegran el ojo a todos. Y cualquier hombre quisiera tener un one night stand con ellas! Aún así, yo prefiero mantenerme alejado de ellas: hay mejores relaciones costo-beneficio.

Es por esto que prefiero a la mujer normal, casi que guerrera: la que se pega igualmente a plan en la T que a plan en casa. La que no lo quiere a uno por lo que tiene en el bolsillo, sino por lo que tiene en el cerebro. La que uno no exhibe como se exhibe una copa en una estantería, lejos para que no me la roben: la que uno presenta orgulloso porque es capaz de sostener una conversación coherente e interesante por más de 10 minutos, sin caer en risas estúpidas o vacíos huecos. Esa es la clase de mujer que quiero.

La anterior fue una digresión, perdonarán. Igual, ya voy a cerrar con una última cosa que molesta de las Electric Barbarellas: que haya tantas niñas de 8 a 12 años que quieran ser así. Hoy día, tal vez como consecuencia de la exposición mediática que tienen las E.B., o de la tendencia a aparentar que el ser humano tiene inserta, muchísimas niñas quieren ser como Paris Hilton. A los 12 años, repito. Eso es lo más molesto de todo.

Por favor, querido lector: no cometa ese mal a su hija, no la impulse a pensar que lo mejor que puede hacer es servir de trofeo. El mundo necesita gente educada, y el SENA es mejor opción para educar gente que un "centro de estudios superiores" donde la gente pasa materias pagando supletorios, y llega a trabajar sin saber cómo se hacen los procedimientos. No le haga ese daño a su hija, hágala alguien de bien y disminuya usted la cantidad de Electric Barbarellas en el mundo.

viernes, 22 de enero de 2010

Con miedo al sur

Recientemente he conocido más gente que le teme al sur de lo que creía. Es posible que todo se deba por su modo de crianza. Al fin y al cabo, yo cuando niño le temía a los negros, porque en Boyacá la colonia afrodescendiente era casi nula (ya no, culpa del desplazamiento, pero eso es otra cosa). O también puede ser por ignorancia.

Pero a mí, que he vivido en 4 casas diferentes en los cuatro puntos cardinales de Bogotá, siempre me causa curiosidad ese detalle de la gente que le teme al sur. Ellos que, como alguna vez dije, creen que de la calle 72 para abajo es Soacha, que al sur de la 26 atracan, y de la 13 para allá hay guerrilla. Por supuesto, hay cosas de esas que son verídicas, pero la pregunta es el por qué.

Una teoría mía es la ignorancia de la gente. Por ejemplo, muchos no saben qué es Mandalay o Ciudad Jardín Sur. El primero es un barrio, que creo fue construido por Sarmiento Angulo, ubicado al lado de Banderas y de Ciudad Kennedy, Avenida de las Américas con Boyacá. El segundo es otro barrio por el estilo, que queda muy cerca al hospital San Rafael y el Restrepo, calle 17 sur entre Carrera 10 y Av. Caracas.

Qué ocurre con ambos barrios? Ambos son estrato 4 y, de hecho, algunas casas son 5. Hay un amplio corredor que atraviesa la ciudad aproximadamente por las calles 11 sur y 8 sur, que es el "sur rico", si se puede llamar así: Ciudad Montes, Santa Isabel, Marsella y otros barrios más, ubicados con nomenclaturas que incluyen el término "sur" al que tanta gente le teme.

Por supuesto, también hay depauperados en el norte, y no me refiero a Suba o al Codito. Está aquella invasión en la 127 con Séptima, oculta ahora de los ojos de los peatones por la construcción de amplias y seguras torres. Aún así, esta invasión se hace notar, cada que alguien es robado en Unicentro o en Usaquén, a lo que la gente ignorante le achaca la culpa a los 3 millones de bogotanos, es decir, la tercera parte de la población bogotana, que vive al sur del río Fucha. Y que se le olvida que todos los cerros orientales, desde Lijacá hasta Usme, tienen un corredor de pobreza sólo interrumpido por Bosque Medina, Chicó Oriental, Rosales, y parte de Chapinero Alto. Mire usted, querido amigo, cuando su taxi lo lleve por la Circunvalar, hacia arriba, entre la Javeriana y el Politécnico. Eso es el Pardo Rubio, un barrio de invasión legalizado y bien grande, estrato 2, trepado en el cerro del Cable.

Por supuesto, también está el temor a lo desconocido, a kilómetros de cuadras iguales donde "puede salir un atracador en cada esquina", con direcciones como calle 45G sur con carrera 73N (Olarte). Es claro que hay pedazos atemorizantes, y que muchísimas partes del sur de verdad son peligrosas. Pero por qué lo son?

Muchas veces, el atracador ataca al asustado. Piensa, y con razón, que si alguien está paralizado del susto, es porque tiene algo de valor. Y por eso ataca. Pero no sucede sólo en el sur (o el centro, ya que estamos) aunque la probabilidad es más alta. Ya había dicho lo de la 127, entre la 9a y Unicentro; por muy Country Club que haya al lado, es cosa sabida que ese es un foco de robos impresionante. Una amiga le teme muchísimo a la calle 81 entre carreras 15 y 19, por su alumbrado deficiente y que es una calle peatonal arborizada. Es decir, para asustarse lo único que uno necesita es tener motivos, y así como la gente le teme a las ratas, a hablar en público o a las arañas, le podrá temer a una calle si no le gusta.

Tal vez el tema del sur es que, entre el nororiente y el suroriente, se encuentra el centro. Ver cómo hay cientos de recicladoras, burdeles y talleres a sólo 3 cuadras del Parque Central Bavaria, o cómo las Torres de Fenicia tienen como vecinos al peligroso barrio Laches, la gente teme cruzar más al sur. Y supone que todo el sur es así, cuando la verdad no lo es.

Y claro, sólo cruza el sur cuando va para Chinauta, Girardot, Anapoima o demás municipios donde uno se calienta. Cómo lo hace? De la misma forma que los yuppies de Manhattan cruzan el Bronx cuando suben a los paradores de esquí alrededor de Lake Placid, o cruzan Queens camino de los Hamptons: con los vidrios cerrados, el aire acondicionado/calefacción prendidos, y escuchando música o La W a todo volumen. Y perpetúan el desconocimiento, que como bien se sabe, redunda en odio.

Así pues, querido amigo que le teme al sur, la mejor receta es que lo cruce. Tome un bus para el Centro Comercial del Tunal (si le teme también a los buses, coja Transmilenio y haga el cambio al alimentador "Tunal" en la estación de la calle 40 sur). Conozca las carnes en la Primero de Mayo con Boyacá, la iglesia del 20 de Julio, toda la gente que está allá, al sur. Y deje de mirarlos con desprecio.