viernes, 9 de febrero de 2024

Cómo contar historias desde un escritorio con hambre

Este 9 de febrero es el día del periodista, por mucho que un gobierno haya tratado de imponer a la brava otra jornada por allá el 4 de agosto que dizque porque ese día Antonio Nariño publicó su traducción de los Derechos del Hombre. No: los periodistas celebramos el aniversario de la publicación del Papel Periódico de Bogotá, en 1791, con el que Manuel del Socorro Rodríguez contaba a la comunidad de Santa Fe los hechos que la Iglesia consideraba válidos narrar de lo acaecido en el virreinato. Fue el primer medio de comunicación de los más de 95 nacionales y regionales de primer nivel que existen, y los 9238582 locales, especializados y minoritarios.

Muchas veces se dice que el periodista lo es por el amor al oficio, y la verdad es que a veces este amor se vuelve tóxico. Sobre todo en los días del periodista se refuerza esa noción: las frases de los grandes cacaos, desde García Márquez hasta Javier Darío Restrepo, refuerzan esa noción de una labor sufrida que se goza porque uno la ama hacer. Que lo nuestro es de sacrificio, que es una labor malagradecida y mal paga, pero que lo hacemos con amor porque contamos historias, revelamos secretos y vemos cambios tangibles en la gente.

No sé ustedes, pero se parece demasiado al cuento de la mujer que el marido le pega pero sigue con él "porque él va a cambiar".

Y sí, el marido va a cambiar, pero para peor. Los medios de comunicación nacionales han llegado a un punto de contracción en el que sus espacios se han convertido, o en copia y pega de comunicados de prensa, o en granjas de clickbait dedicadas a seguirle la vida a ciertos nombres demasiado famosos. Esto mientras perfeccionan las inteligencias artificiales que lo van a reemplazar. Además, la pauta cada vez más escasa y dispersa ha hecho que las pocas redacciones que quedan prescindan de centenares de trabajadores. A nivel regional es aún peor la historia, con una desesperada lucha por cualquier pedacito de pauta que les permita subsistir mientras no choquen con los políticos locales que perfectamente los pueden acabar.

¿La solución es contar historias? Es posible pero algo reservado para una minoría reducida, que está compuesta por periodistas que alcanzaron a vivir los últimos estertores del periodismo tradicional previo a las redes sociales. Esto les permitió coger algo de renombre y, sobre todo, una comunidad similar que piensa como ellos y tiene los recursos para subsidiar a quienes pueden realizar una nota a la semana. Estos ejercicios ofrecen un servicio indudablemente necesario de control político y de develación, pero que a su vez tiene un lado perverso: la insistencia de que la pauta es mala per se.

A saber: desde que los periódicos se volvieron masivos en el siglo XIX, los medios de comunicación han dependido más de la publicidad que de los suscriptores. La idea de que la independencia de un medio surge a partir de su independencia de los anunciantes es nueva, a menos que contemos modelos como el de la BBC de Londres o la ARD alemana, en el que la financiación viene de recursos cobrados anualmente a todos los propietarios de radios y televisores. Hoy en día, aún en un medio como el New York Times que tiene cifras de suscripción astronómicas, el valor viene de la pauta.

Sin pauta no hay salarios para los periodistas, ni viáticos para poder cubrir cosas que no le lleguen por Tiktok. Sin anunciantes, no hay inversiones en mejoras técnicas. Todo depende de un mecenas que termina convirtiendo su medio en una plataforma para sus intereses, llámese Luis Carlos Sarmiento Angulo, Jaime Gilinski o Carlos Julio Ardila. Y así los pocos que quedan, dependientes de lo que tenga a bien Google de entregar a través de sus servicios publicitarios, deben sacar 10 o más artículos diarios. Y los que salen a la calle terminan siendo agredidos por fanáticos del líder político de turno al que no le gustó que su medio (que en general es "su director") no diga exactamente lo que él piensa.

Yo no me atrevo a desear un feliz día del periodista a quienes están en esa disyuntiva. Conozco de su sufrimiento, lo viví durante 8 años pero ya no más, me cansé que me peguen. Ojalá haya más oportunidades de contar historias y que no impliquen aplastar sus sueños por una granja de clics que los va a reemplazar en cualquier momento por cualquier herramienta de OpenAI desarrollada con 3 pesos. Es un casi imposible, y el pesimismo me domina. Ojalá no tenga que escribir esta columna en un año lamentando los medios que sacaron a toda su redacción por un par de malos agregadores de tuits y noticias relevantes de la Superfinanciera.

viernes, 2 de febrero de 2024

¿Quebrarse por tres días de fama?

El pasado 23 de enero, la Fórmula 1 anunció que el Gran Premio de España se va del Circuit de Montmeló, su casa desde 1991, a un trazado semipermanente en los alrededores del IFEMA de Madrid. Para ponerlos en contexto, sería el equivalente a que cerraran Corferias o Plaza Mayor y sus barrios aledaños para correr ahí. El GP de Madrid, que se correrá a partir de 2026, tendrá 10 años de duración en el contrato y, según la administración madrileña, contribuirá con más de 450 millones de euros a su economía. Ah, y será una maravilla de sostenibilidad, apuntando a emisiones de carbono net-zero (o séase, carbono neutrales) y a que el 90% de sus 110.000 asistentes vayan en transporte público.

El pasado 1 de febrero Panam Sports, organizadora de los Juegos Panamericanos, nombró finalmente las ciudades que disputarán la sede de los juegos de 2027: Lima y Asunción. Esto, porque Barranquilla, donde originalmente se iban a disputar los juegos, no pagó unas cláusulas que debía pagar en diciembre y, a pesar de un vergonzoso espectáculo de llanto, rechinar de dientes y paso de pelota entre las administraciones local, nacional y pasada, pasó lo que tenía que pasar: que le quitaran los juegos a la ciudad que no cumplió con el contrato.

Ambos eventos han sido unidos para demostrar una ineptitud del Gobierno. Por poner un ejemplo, el bojote que ocupó la Casa de Nariño entre 2018 y 2022 salió a decir que su sucesor perdió tanto los Panamericanos (cierto) como el Gran Premio que se sacó de la galera el alcalde Jaime Pumarejo. Todo para decir que acá no pensamos en grande, recordar que este fue el único país en la historia al que le quitaron un Mundial de Fútbol y burlarse de Belisario Betancur (y por interpuesta persona de Petro) al decir que esa plata se iba a destinar en colegios y hospitales.

Esto apunta más bien a otro problema de los juegos deportivos, sobre todo en el caso de los Panamericanos: las exigencias económicas son cada vez más inviables. Pasa desde las grandes gestas hasta las competencias locales: las inversiones en escenarios deportivos son extremadamente elevadas y no tienen retorno de la inversión. Y el descalabro que provocó la pandemia en las finanzas de todo el mundo es una muestra de ello.

Vamos de lo pequeño a lo grande. Los Juegos Nacionales de 2015 terminaron en desfalcos de talla mayor en todo el Tolima, y los de 2023 estuvieron a punto de no hacerse porque no se estaba entregando la plata. Los Bolivarianos de 2022 se hicieron en Valledupar porque se los quitaron a Valles del Tuy (Venezuela); los Centroamericanos de 2021 se cancelaron porque el gobierno de El Salvador y los organizadores se agarraron sobre la conveniencia de hacer todo en Santa Tecla y no llevar escenarios a San Salvador, y los Centroamericanos y del Caribe de 2023 eran de Panamá pero el país canalero prefirió entregarlos enmedio de la crisis del covid.

Y eso no solo aplica en América Latina. Los Olímpicos de 2032 fueron asignados a Brisbane porque nadie más quiso participar. Aún no hay sede de los Olímpicos de Invierno de 2030. El Mundial de Fútbol de 2030 tuvo que hacerse en un menjurje con siete (!) países sede porque no hubo forma de poner de acuerdo al resto, y el del 2034 se entregó a Arabia Saudí porque fue el único que presentó el cojonal de plata necesario. El espíritu de Pierre de Coubertin se ha ido tapando en medio de millones y millones de dólares de patrocinios de las más grandes multinacionales que han llevado hacia arriba el costo de cualquier evento deportivo, como todo en la vida.

Igual, al final de cuentas eso es la Fórmula 1: una lluvia de dinero que durante tres días pone a su sede en el ojo del mundo porque dan vueltas carros alrededor de un circuito. Y esos tres días cuestan, y mucho. Ya lo vimos en el caso de Madrid: un costo de más de 400 millones de euros sin poner un centímetro de asfalto, un guardarriel o una cámara. Más o menos el mismo costo que calculaba la organización de los Panamericanos que era necesario invertir en Barranquilla.

¿Vale la pena endeudarse para eso? Porque eso es lo que está pasando: no es coincidencia que la administración barranquillera esté acusando unas deudas altísimas por las obras de inversión necesarias para atender una población creciente. Más allá de la irresponsabilidad de la ministra Astrid Rodríguez de asustarse para hacer una transferencia a Panam Sports, ¿cabría la posibilidad de que fuera mejor no hacer las cosas? Es una duda que se han hecho hasta en Los Ángeles, donde las inversiones para los Olímpicos de 2028 han sido extremadamente criticadas como "desperdicio" en una ciudad sin agua, con un transporte público precario y en medio de una crisis histórica de población en situación de calle. Y Barranquilla, por muchas ventanas al mundo y aletas de tiburones que regale Cristian Daes, tiene problemas muy urgentes.

Endeudarse porque salga el nombre "Barranquilla" en Drive to Survive no tiene una lógica más allá de mostrar ese nombre en Netflix, Paramount+ y todos los canales donde transmiten la F1. Pero también abre el riesgo de tener que tapar un hueco, como los 50 millones de dólares que Melbourne paga a la organización del Gran Premio de Australia, con recursos que se necesitan desesperadamente para, digamos, solucionar los arroyos, tener en buen estado las vías o darle agua y energía a los miles de apartamentos nuevos que hay en construcción. Y eso que la F1 tiene esa visibilidad: unos Juegos Panamericanos no tienen esa misma exposición.

La respuesta a la pregunta del titular aplica para la ley de Betteridge: "todo titular que termina con una pregunta puede responderse con un no". Eso sí, el desarrollo del "no" espero que haya sido claro.

domingo, 28 de enero de 2024

El problema de la universidad privada no es el clasismo

Ya que por fin los incendios en gran parte del país se están aplacando, se puede hablar de otros temas. Entre ellos un video que publicó algún chino de Tiktok en el que se pone a preguntar a estudiantes de los Andes y de la Javeriana por qué se dan palo tan parejo.

Antes de continuar, debo decir que no soy imparcial en esta pelea, pues soy egresado de maestría de los Andes (y profesional del Rosario). Conozco muy bien los esfuerzos de la universidad ubicada en Germania para abrirse al país y que se acabe el famoso mito de "los Andes está de frente a Monserrate y de espaldas a Colombia". Y aunque no he hecho parte de la comunidad javeriana, conozco decenas de profesionales y hasta docentes del claustro jesuita que no solo son excelentes profesionales sino excelentes personas.

Pero como sabe cualquiera, estas excelentes personas no son todas. Hablar de que alguien que paga 10 millones por su carrera es un resentido porque "no le alcanza" para pagar los 15 millones que cuesta la misma carrera en el otro claustro es medio ridículo. En especial, considerando que esos 10 millones de pesos semestrales, o séase, 1.6 millones de pesos mensuales, es más de lo que gana más o menos el 60% de las familias colombianas. La burbuja de considerar que ese tipo de diferencias que pueden cubrir el 1 o 2% de la población colombiana invalida a alguien es parte de ese famoso mito del uniandino snob.

Por supuesto, es algo que viene de origen. Tanto la Javeriana, que extendiéndonos un poco es derivada del Colegio Mayor de San Bartolomé creado para educar a los hijos de los españoles y criollos de la Colonia, como los Andes, creada en 1948 para educar a las élites en una visión tecnocrática alejada de las peleas partidistas que ese mismo año estallarían en la Violencia, no nacieron como centros de educación popular. Es válido: muchos de los centros más prestigiosos del mundo, desde Oxford y Harvard hasta la Sorbona y la Complutense nacieron para generar élites ilustradas que permitieran dominar el conocimiento.

El problema es en este punto doble. Por un lado, el conocimiento está cada vez más abierto al público y las exigencias del público para abrirlo son mayores. La visión de una meritocracia implica un acceso más abierto a las oportunidades que ofrecen estos centros de prestigio, que muchas veces no son de carácter académico (para la muestra, el hecho que la Universidad Nacional sea en muchas carreras mejor que todas las privadas, y en algunos casos universidades públicas como la de Antioquia, la Distrital y la UPTC las superen), sino de redes de contactos, relacionamientos y el solo prestigio de tener "Andes", "Rosario", "Externado" o "Javeriana" en el diploma.

Y por otro, el país en el que estamos. Estoy seguro que los jóvenes del dichoso video vienen de colegios privados del norte de Bogotá, con nombres de santos, árboles o ciudades extranjeras que tribalizan esa posición. Que al final se unirán para mirar feo a sus compañeros becados porque no tienen plata para ir a Andrés el viernes, o porque llevan coca de almuerzo de la casa y no comen en el CityU. Y qué decir del palo que se le da generalizado a la Sergio Arboleda, que a su vez le da palo a otras instituciones de menor reconocimiento o, como las llamaba un profesor con el que tuve clases, "universitecas".

Esa situación es recurrente en todas las instituciones educativas, desde el kinder hasta el pregrado. En mis tiempos de bachillerato, los de mi colegio de curas se daban a traques con los del técnico del frente (yo no: mi mamá era profesora en el técnico) o con los del técnico público de más abajo cuando había Intercolegiados. Volviendo a la tribalización, esta misma distinción se da entre los de X y Y colegios, que termina con agresiones físicas, como ocurrió con el hijo de José Félix Lafaurie y María Fernanda Cabal agarrándose en pleno Hotel Tequendama con otro hijo de papi y mami porque uno estudiaba en el San Carlos y otro en el Nueva Granada o algo así.

Una de las dificultades más grandes que se viene en los próximos años está en el sector educativo. ¿En qué momento deja de ser rentable meterse cinco años en una carrera para que dé lo mismo que no hacerla? ¿Se justifica estudiar derecho cuando este país está repleto de abogados y uno de los mecanismos de selección para muchos trabajos de inicio es la propiedad de una moto? ¿Se justifica pagar 25 millones de pesos semestrales para tener un diploma que dice "médico" y atender pacientes en 15 minutos? ¿Es mejor no estudiar y volverse youtuber o streamer en Twitch? ¿O solo estudiar inglés y hacer carrera en un call center?

 Estas preguntas pasan por la cabeza de millones de niños y jóvenes de 10 a 18 años (y sus padres). Creer que el problema de la universidad privada es únicamente de estos jóvenes que miran por encima al resto es una visión tan cerrada como la de los propios protagonistas del dichoso video. Y es algo que las mismas universidades deben ver cómo solucionan. Tal vez le llegue más tarde esta discusión a los Andes que a otras instituciones sin su prestigio y sin su clasismo, pero estas no van a estar exentas de esa discusión.

Es cierto que parte de este esfuerzo es abrir las universidades a otros estratos, algo que ha hecho muy bien los Andes con sus becas (cuatro de cada 10 estudiantes de pregrado están becados) y que también impulsaron los gobiernos Santos y Duque mediante Ser Pilo Paga y Generación E. Pero también hay que replantear el tipo de educación que se está ejerciendo y su validez en el mundo académico actual, en especial si no queremos que haya peleítas entre los uniandinos de Teleperformance y los javerianos de Sutherland.

Adenda: es muy difícil no darle palo a la Sergio Arboleda cuando resulta, según la Liga contra el Silencio, que la propia universidad estuvo metida en negocios de tierras con Macaco...

jueves, 18 de enero de 2024

La pelea se da peleando

a little man with a pen fighting against a massive robot

 La industria de los medios de comunicación en todo el mundo es cada vez peor: consolidación de grandes grupos solo interesados en las cifras trimestrales, reducción de espacios para voces disonantes, compresión a las voces independientes, y sobre todo, la dilución de la palabra escrita. No es sino ver el sitio web de un periódico como El Tiempo para ver cómo ha caído eso. Mientras escribo este divertimento me encuentro conque las notas principales están cerradas a través de un paywall, lo que quedan son listículos y hay mucho video.

Aún cuando El Tiempo cerró hace más de cinco años su canal de noticias.

Y así funciona en todo lado. Las alternativas que han surgido han sido, básicamente, tratar de llevar al periodista al rol del influenciador. Sea un Juan Diego Alvira con su programa en Canal 1 o un Aldemar Moreno que renunció a Forbes para hablar de finanzas personales en YouTube, la cosa es difícil. Más cuando uno tiene en cuenta que estas alternativas no son financieramente rentables: Alvira recibe una fortuna porque el suyo es de los poquísimos programas que Canal 1 tiene para superar el 1% de rating. Aldemar, Sol Suárez y otros periodistas que se han lanzado a esto combinan sus productos con campañas de entrenamiento de vocería y consultoría. A los medios regionales no les queda más remedio que pasar el talonario y pedir pauta.

¿Y si uno no dependiera de eso para vivir?

Una de las cosas más maravillosas del Internet de los 2000 era cómo miles de aficionados salían a expresar sus voces en sus pequeños recintos sobre X, Y o Z temas armando comunidades que aún hoy flotan por ahí. La mayoría, como esta, casi abandonadas. Pero no. Es hora de llevar la pelea a un nuevo sitio.

Porque la pelea se la va a llevar la IA. Medios como Pulzo e Infobae ya han adelantado experimentos con inteligencias artificiales para automatizar la generación de ciertos contenidos. El desarrollo de los modelos de lenguaje como ChatGPT, Google Bard o Bing Chat amenaza con convertir estos experimentos en nuevas olas de consolidación, expulsión de personas de los medios y peores contenidos para todos.

Este espacio no es noticioso, porque mi ocupación diurna me lo impide. Más bien es un breve espacio de opiniones aperiódicas. Pero hay que darle periodicidad a esas opiniones para tratar de pelear contra corriente con estas tendencias. No es la primera vez que pasa, y el hecho que se haga de una manera escrita es una respuesta a la idea de hacerlo a través de reels de Instagram o videos de YouTube.

Si el futuro es una pelea del hombre pequeño contra la corporación, ya sé de qué lado voy a estar: del que me permita ser independiente y dar la pelea.

Así me toque apalancarme por ahora con una cuenta de Google.

Y la imagen que ilustra sea encontrada con la primera IA gratuita que me encontré.