miércoles, 3 de agosto de 2011

Barba azul

(N. del C. de R.: el siguiente post acompañó mi postulación al concurso "Esa barba que raspaba como lija". Espero que sepan comprender que, ya que no tramo de barba, intenté tramar de historia; y a mi profesor de Artes Narrativas le gustó -!-)

Pereza, madre de todos los vicios. Y de casi todas las barbas. La mía, por ejemplo: mi barba es una oda a la locha de tener que levantarse con media hora de antelación, tomar la Gillette y pasar, repasar y re-re-re-repasar sobre la cara hasta quedar hecho uno un tomate. De ser un Papá Noel cada dos días, por la espuma. De encontrarse que quedó uno mal afeitado, y en la articulación de la mandíbula quedan 10 pelos por las que se la iban a montar todo el día a uno en el colegio.

Mi mamá no entiende de perezas. Ni de barbas. Le molestaba que mi papá saliera todos los días a las 5 a afeitarse con máquina eléctrica, despertando a toda la casa con el escándalo; pero se puso peor cuando él se cansó de la rutina y, aprovechando un viaje al Cocuy de una semana, duró tres meses sin pasar 15 minutos frente al lavamanos viendo caer pedacitos de pelo, que le hacían falta por estar quedándose calvo. Yo heredé de mi papá la calvicie prematura, y la barba en lugares incómodos, como los pómulos.

Mi mamá no entiende de barbas, del poder que le da a uno a los 22 años la barba, el de ser un hombre adulto con el derecho de no afeitarse si se le da la gana, en vez de un chino imberbe. Ella me regaló hace un par de años una máquina eléctrica, “para que esté bien afeitado”. Yo me recorto con ella los pelos de las mejillas, cada dos días, y así la barba queda bien delineada y se me ve bien, creo.

Porque no a todos se nos ve bien la barba. A mí se me ve peor recién afeitada. Se me irrita el cuello, y me toca andar un día con la camisa abierta y mostrando pelo en pecho, cual gamonal de pueblo, porque me incomoda el cuello de la camisa y su roce en la papada. Luego la lija, las ganas de afilar lápices en la mandíbula para calmarse el escozor y para probar que de verdad raspa. Una semana después, vuelven a asomar a la vida, los tres pelos que uno odiaba en su pubertad se vuelven un bosque y orgullo del portador, interés de los (y las) que están alrededor de uno.

No es luenga como la de Rafael Núñez (ref. billete viejo de $5000). No es una densa selva de blanco cabello como la de Hemingway. Tampoco es una barba llena de símbolos y emblemática, como la de Fidel Castro. Pero como mi papá dice cuando se le recuerdan los defectos de su camioneta Renault 18, “es mía y por eso la quiero”. Y por eso la mantengo en forma. Incluso, a veces, por eso la acabo, para que mejore. El evangelio dice: “el grano que muere  dará en abundancia un fruto nuevo”. A la barba, la afeito con esa misma esperanza: que dé en abundancia vello facial nuevo y mejor.