lunes, 22 de julio de 2013

Torres de 18 pisos pinchando la burbuja inmobiliaria

Por donde uno vaya en Bogotá, puede estar seguro que estarán construyendo apartamentos. Y siempre en torres de 18 pisos. Si uno va al extremo occidental, torres de 18 pisos que miran al río Bogotá y a Siberia, al otro lado. Por la Autopista Sur se ven las torres de 18 pisos en la Villavicencio, por los lados de Madelena, que contrastan con las casas de invasión que hay unos 2 km subiendo el cerro en Sierra Morena. En las Américas por Banderas y el Tintal, los potreros de antes de Transmilenio ya tienen 18 pisos de apartamentos encima: lo mismo sucede en Alsacia y en La Felicidad, ambos diagonales a la Boyacá con 13. Por el norte ni se diga: todo el paisaje de la Avenida 9a, de la Avenida Boyacá, de la 153 y del Verbenal se ha convertido en un paraíso de torres de 18 pisos. Más céntricas, las calles 92 y 94 ven precios astronómicos para destruir viejos edificios y convertirlos en torres de 18 pisos. Y ni se diga por la Circunvalar, que el atentado a los cerros lo ve todo el mundo.

No sé cuál es la obsesión del bogotano con el piso 18. Tal vez sea que en la ciudad hay restricciones de altura que impiden edificios más altos, excepto en ciertos sectores; y eso explicaría por qué las grandes torres de Parque Central Bavaria tienen 25 y hasta 30 niveles. O tal vez sea porque Bogotá sigue siendo una ciudad ubicada encima de un terreno cenagoso que a duras penas se está secando, y un piso 19 no lo resiste. O simplemente sea que los habitantes de esta ciudad queremos la distinción de vivir allá arriba, de poder ver desde nuestras ventanas los albañales del río Fucha, las bodegas peladas de la Zona Industrial, los ranchos de las lomas y la capa de smog grisáceo que cubre la capital cuando no se la lleva los aguaceros.

El caso es que estas moles que aparecen como barros sobre la cicatrizada piel de la Sabana son un negocio muy rentable. Casi no se pueden ver lotes que no estén en engorde o llenos de banderas, anunciando un futuro proyecto con torres de apartamentos de 18 pisos, parque para que sus niños estén seguros, piscina que probablemente no pueda usar porque quedó mal diseñada y corre riesgo de caerse si se llena de agua, cámaras de vigilancia, dos pisos de parqueaderos de visitante y tres sótanos. Con eso podrá comprimirse en su apartamentico en el que, si entra una llamada, le toca salirse.

Porque la verdad es esa. Queremos vivir más arriba, pero al mismo tiempo ya no cabemos. Un tío que se divorció de su esposa y se fue a vivir con otra señora compró uno en San Cipriano, por la 167 abajo de la estación Toberín. Muy bonito y muy bien arreglado, con muebles en madera, gimnasio en las áreas comunes, un noveno piso que todavía puede ver a algo que no es otra torre... pero que mide 40 metros cuadrados. Y en esos 40 m2 se embutieron dos habitaciones, cocina, comedor, sala, dos baños, armarios y hasta uno de esos lavaderos de fibra de vidrio que ya no sirve para nada.

Claro, usted puede conseguir apartamentos más grandes. Pero los precios son excesivos. En La Felicidad piden casi 280 millones de pesos para estrenar un apartamento de 80 m2 en estrato 3, y usted necesita demostrar que gana SEIS MILLONES TRESCIENTOS MIL PESOS MENSUALES para que la constructora se digne tomarlo en cuenta. Ingresos muy propios del estrato 3. Tal parece que la única forma en que las personas de bajos recursos tienen para conseguir su propia vivienda es rogar que salgan en los proyectos del gobierno, o invadir un lote y construir, o irse a casi tres horas de distancia en los remotísimos recodos de Gachancipá, Sibaté y Madrid, donde las mismas casitas de 40 metros valen un tercio de lo que se pide en Bogotá. O comprar un cuchitril viejísimo que está a punto de caerse y debe bastante en predial.


En el mundo, una forma de demostrar la riqueza es ver la capacidad de comprar vivienda. Y una forma de demostrar los riesgos de una economía es ver la facilidad cn la que la población puede acceder a la vivienda. En Bogotá, por lo menos, esa facilidad es mínima: las torres de 18 pisos son para privilegiados que pueden pagar los precios astronómicos de los bienes raíces. Yo no me imagino cómo alguien que se sacrifica pagando 600 mil pesos mensuales por un arriendo en un barrio del sur puede aspirar a poseer su vivienda nueva, si necesita demostrar ingresos que en este país darían para que pagara una millonada por impuesto de renta. Eso sí, los bancos se desgañitan en las publicidades impulsando a que se saquen créditos por 15 y 20 años, que con eso podrá comprar su propia casa, y todos felices.

Pues no. Yo me esperaré un par de años. Una regla rápida de cálculo del precio estimado de un inmueble indica que el arriendo debe ser aproximadamente igual a la cuota del crédito del valor del inmueble si se sacara a 10 años sin intereses: es decir, que se pagara el 10% del valor del inmueble en un año. Pero con bienes raíces de $200 millones a los que se les solicita arriendo de $800 mil, (que da aproximadamente $10 millones al año), se nota la sobrevaloración del mercado. La finca raíz está carísima, por motivos que van desde la especulación por la falta de obras nuevas (y todas las torres de 18 pisos qué?) hasta la entrada de dinero de los venezolanos en Bogotá. Esos precios no son sostenibles, y lo más grave del asunto es que la burbuja inmobiliaria va a estallar pronto. Pero las pérdidas no irán a los bancos. Recuerdan lo que pasó con la UPAC? Lo mismo. El que va a perder es el trabajador. Mientras tanto, los bancos tendrán billones para repartir en utilidades.

Mientras tanto, los que pueden ahorren: cuando la burbuja estalle, habrá que prepararse para aprovechar las gangas...