martes, 3 de septiembre de 2013

Vendidos al sistema

Dos noticias produce el Consejo de Redacción de la Floresta y Falta contra el Balón:

Por un lado, el perfil de Klim fue publicado en Kien y Ke, con lo cual debo reconocer mi nombre: yo soy Juan Manuel Reyes, y así lo pondré en los próximos días. Seguiré diciendo las mismas baladronadas acá.

A los que se preguntan por qué Falta contra el Balón está en stand by, me lo llevo a www.golgolgol.net. En los próximos días saldrá la primera entrada allá. FceB seguirá abierto, pero muy posiblemente se vuelva mi feed personal de lo que escriba en la página para la que trabajo.

Muchas gracias a todos los lectores que han estado con este sitio desde 2007.

viernes, 30 de agosto de 2013

Todo seguirá igual tras el paro agrario

El director de Noticias Caracol, Luis Carlos Vélez, está en Tunja. El hijo de Dios Antonio, con amplia carrera en medios internacionales como CNN, llegó a ese remoto punto ubicado a dos horas en bus y a infinitas en avión porque no hay aeropuerto (la pista es una cinta de cemento en la que sólo caben avionetas) porque allí están negociando los líderes de los campesinos con los representantes del gobierno.

Luis Carlos Vélez salió a Tunja a ver qué pasaba en una ciudad bloqueada hace 11 días. Predeciblemente, encontró una ciudad desierta: tiendas cerradas, vías sin autos por el combustible, gente pidiendo ayuda. La vida sigue su ritmo normal en la capital de Boyacá como puede, pero para el hijo de Dios Antonio eso no servía. Así que pintó la vida en Tunja como si fuera en Bagdad, Damasco o Kabul.

Hoy la vida sigue también en Bogotá. Mucha gente se quedó en sus casas, luego de los tropeles de todo el día de ayer. Sidney Tarrow dice que toda protesta debe implicar un "desafío colectivo", es decir, una forma de alterar la regularidad y la rutina del citadino. Para la gran mayoría de manifestantes que salieron a protestar en paz en la marcha de la mañana, eso implicaba caminar a la Plaza de Bolívar para mostrar descontento. Para los que rompieron a pata y piedra el centro de Bogotá, Suba, Soacha, La Alpujarra en Medellín e Ibagué, eso implicaba la violencia.

No hay un elemento que deslegitime más la protesta de lo que sea en Colombia como el uso de la violencia. El estruendo de una papa bomba es suficiente para saturar los medios de comunicación, sobre todo los televisivos. El gas lacrimógeno diluye la marcha y da una cortina de humo efectiva para disminuir el impacto visual de una plaza llena. Además, las imágenes del que lanza piedra sustituyen efectivamente los carteles. Y si se complementa con una declaración de un alto funcionario del gobierno que diga que "la manifestación está infiltrada por grupos criminales", el paquete queda listo.

Con el paro agrario ha pasado eso. Mientras en Tunja los campesinos seguían firmes en sus bloqueos, le regalaban queso los de La Calera a los antimotines y existía un tono de "qué pena pero nos tocó", gran cantidad de oportunistas se pegaron del paro. Unos, para aprovechar la bulla a ver si de pronto también los oían. Otros para hacer bulto. Los peores, para desahogar su frustración en forma de lanzamiento de piedra y rotura de vidrios a patadas. El ESMAD probablemente los provocó, sí, pero estos respondieron.

Así, los campesinos vieron cómo toda su lucha se vio tapada por el humo de los gases lacrimógenos. El gobierno nacional probablemente esperaba ver esas pedreas, y para mí no es coincidencia que luego de los destrozos de anteayer y ayer, hayan logrado esta mañana conseguir que se levantaran los bloqueos. Esta noche, en las noticias de las 7, probablemente se dé como gran hazaña la llegada de los primeros carrotanques con combustible a Tunja. Luis Carlos Vélez tomará como gran noticia el regreso de la normalidad a Tunja, y luego se irá a Armenia, Quito o algún lugar con aeropuerto para el próximo "cubrimiento desde todos los ángulos" que implique que él no esté en Bogotá.

Las negociaciones siguen, pero sin los bloqueos y con la deslegitimación que se ha tenido, los campesinos ahora estarán desde un punto de debilidad. Se supo que, mientras los líderes agrícolas pedían reducciones de hasta $2500 por galón en el precio de los combustibles, el gobierno propuso congelar dichos precios, con la respuesta que todo el mundo conoce: apenas se acabe el período de precios congelados, el precio sube $500 y todo como si nada. Así sucede con los puntos de la negociación cuando aparece mágicamente la infiltración de los violentos.

Por eso el título. Todo seguirá igual. El paro sólo nos dejará de pronto un contentillo, como la congelación del precio de la gasolina, pero de resto, la misma situación: los mismos campesinos sembrando a pérdida, los mismos tratados de libre comercio funcionando, la misma ignorancia del gobierno nacional sobre lo que pasa en Boyacá. Y cuando se venga la próxima marcha de sindicatos, estudiantes o víctimas del conflicto armado, los mismos vándalos de parte y parte destrozarán los mismos ventanales en la Séptima...

viernes, 23 de agosto de 2013

Las dos caras de la moneda boyacense

"Téngale cuidado a un boyaco emberracao".

Eso le dije una vez a un compañero de Ingeniería, recién desempacado de Duitama, que pretendía montármela porque supuestamente hablaba igualito a don Jediondo. Hoy, con las noticias de manifestaciones y protestas en toda Boyacá en el marco del paro agrario, incluidos disturbios en Duitama y Tunja, esa frase martilla mi cabeza.

Porque los boyacenses somos nobles. Resistimos durante años la desidia del gobierno central, que sólo nos volteó a mirar para hacer una cárcel en Cómbita para meter a los presos más peligrosos del país y una carretera para llevarlos allá, vía que no está terminada aunque ya la inauguraron hace más de dos años. De Boyacá sólo se oyen de vez en cuando noticias sobre algún alcalde corrupto, o las protestas para evitar que la Laguna de Tota se convierta en una laguna de brea, o la clásica nota de diciembre hecha en 15 segundos con las luces de los pueblos. Y el presidente, apenas si pasa el 7 de agosto por el Puente (si uno es boyacense sabe que sólo hay un Puente en mayúsculas).

Pero en este mes de agosto de 2013, Boyacá apareció en las noticias por más razones. Primero, porque la Gobernación de Juan Carlos Granados decidió botar la casa por la ventana y tomar los pabellones de Corferias para mostrar a los bogotanos lo que hay en su tierra. Entre arepas y carranga, ruanas y buses, chorizos y cervezas, los boyacenses mostramos orgullosos lo que hacemos en la tierrita. Duitama tuvo una marca impresionante con tres stands de calidad excepcional, mostrando las artesanías, industrias y atractivos turísticos de la Perla de Boyacá.

Pero hoy se manchó la perla.

Para hacer breve la historia, los estudiantes de la UPTC salieron a protestar en apoyo al paro agrario, que va para su quinto día. Estas protestas no son comunes en Duitama, aunque sí en una universidad pública: normalmente las pedreas de la UPTC se concentran en Tunja. Pero hoy la protesta fue masiva, con quema de llantas y echada de gases lacrimógenos. El problema no fue esa manifestación, sino lo que vino después.

Al caer la tarde, los manifestantes se fueron a la Plaza de los Libertadores, el centro de Duitama en todo sentido. En el marco de la plaza está el centro administrativo, la mayoría de bancos y muy buena parte del comercio de la ciudad. Los manifestantes se fueron a la Plaza, como dije... y empezaron a echar piedra al edificio de la Alcaldía. Y a saquear almacenes. El Esmad respondió con gases lacrimógenos y bombas de estruendo, pero ya el destrozo estaba hecho en la Capital Cívica de Colombia.

Sí, la Capital Cívica. Ese apodo se lo ganó el municipio en el Mundial de Ciclismo 1995, cuando la falta de capacidad hotelera de la región hizo que los barrios adoptaran delegaciones de los países participantes. Todavía quedan rastros en algunos barrios de las banderas que se pintaron en los postes, paredes y calles para saludar a los visitantes. Pero por la forma que el grupo de vándalos trató a las instalaciones públicas de la ciudad, queda la duda si Duitama sigue siendo una capital del civismo.

¿Qué puede llevar a los nobles campesinos boyacenses a estallar de esa forma? Tal vez sea la desidia de los sucesivos gobiernos, que pasaron por encima de las críticas y las dificultades y las predicciones que algo así pasaría para imponer el TLC. Tal vez sea el cinismo del Ministro de Agricultura, que a la petición de una reducción de los precios de combustibles, insumos agrícolas y peajes, respondió con una propuesta de $40 mil millones para que dejen de joder.

Tal vez sea que simplemente los boyacenses somos nobles, pero tenemos nuestros límites. Y ese orgullo con el que nos exhibimos en Corferias, con el que mostramos a Nairo Quintana y con el que reconocemos que Duitama es uno de los municipios con menos necesidades básicas insatisfechas de toda Colombia, también nos hace reaccionar cuando nos sentimos agredidos. Y cuando no nos escuchan. La moneda boyacense tiene esas dos caras: la del suelo fértil de trigo y manzanas cuna de la libertad, y la del campesino olvidado por un gobierno al que ve ausente, tal vez porque allá no hubo FARC ni narcos.

Tal vez el gobierno de Santos, cuyos ancestros Eduardo y Calibán tuvieron muchos vínculos con esta región, ahora sí se digne a mirar a esos 1.4 millones de boyacenses que siguen en Boyacá. A esa gente noble, luchadora, echada pa'lante y habitante de la tierrita, que se ha aguantado callada durante años pero ya no. Y que ahora quiere que la oigan, aunque le haya tocado a punta de piedra. Boyacá es una bendición, y por eso los boyacenses la defienden para evitar que se vuelva una tragedia. Señores del gobierno: en sus manos está evitar la tragedia para Boyacá.

lunes, 5 de agosto de 2013

Klim, el Quijote del humor contra la corrupción



(N. del C. de R.: El presente es un trabajo realizado por el Consejo de Redacción en pleno de este blog para las asignaturas Historia del Periodismo y Géneros Interpretativos. El Consejo de Redacción en pleno agradece que por favor no plagien este trabajo, cuya elaboración tuvo bastante esfuerzo y dedicación para dar un sentido homenaje a uno de los más grandes periodistas políticos de la historia colombiana en el aniversario 100 de su nacimiento).

Cuando iba a cumplir 24 años, Lucas Caballero Calderón, en ese entonces un incipiente columnista del diario El Espectador, escribió una nota en la que enlazaba la fecha de fundación de Bogotá, el 6 de agosto de 1538, con su nacimiento, ocurrido 375 años después. Allí escribió que su nodriza Emilia, “después de observarme minuciosa y pormenorizadamente, exclamó un día: ‘es indudable que el angelito es feo, pero no se puede negar que tiene un garabato.’ Emilia, a quien confidencialmente he consultado al respecto, me dice que aún no lo he perdido”. Y hasta su muerte, que lo sorprendió en su apartamento el 15 de julio de 1981, nunca perdió el garabato del humor, sobre todo como un mecanismo para luchar por un gobierno honesto, desde su buque insignia: una columna diaria escrita con el seudónimo Klim.

A pesar de hacer parte de la élite bogotana, Lucas no se sintió cómodo en ese medio. Hijo de Lucas Caballero, general liberal en la Guerra de los Mil Días, hermano del escritor Eduardo y casado con Isabel Reyes, heredera de la fortuna de Pepe Sierra, Lucas estaba fuera de lugar en la Bogotá académica y literaria. No era estudioso y fue expulsado del Gimnasio Moderno, el Colegio de La Salle y hasta del Seminario Mayor, así que su padre lo envió a estudiar a Bruselas. Allí empezó a hacer artículos graciosos sobre lo que veía que pasaba con los colombianos que hacían el “Grand Tour” a Europa.

Estos comentarios, publicados en El Espectador desde 1936 bajo el seudónimo Lukas, fueron una revelación para los lectores, acostumbrados a leer chistes de retruécanos y juegos de palabras propios de la Atenas Suramericana. Los de Lucas eran a otro nivel: era capaz de hacer columnas graciosas sobre lo que sucedía en los paseos de olla a la Sabana, la gente en el tranvía o las “ventajas” del toque de queda luego del Bogotazo. Cuando se lo proponía botaba pullas muy fuertes a los gobiernos, como cuando planteó que Bogotá podía unir los huecos en las calles para construir un sistema de metro propuesto por el alcalde Fernando Mazuera en 1954; algo que repetiría 26 años después, en boca de Bernardo Gaitán Mahecha.

Su ingenio se mostraba en muchas oportunidades con recursos impensados. Por ejemplo, le ponía apodos a todos: al sacerdote Rafael García Herreros, del Minuto de Dios, lo llamó “Telepadre”. A Alfonso López Michelsen lo apodó “compañero Primo”, al estar casado con su prima Cecilia Caballero, que en las columnas de Klim era “la niña Ceci”. No podía mencionar a Carlos Lemos Simmonds sin llamarlo “tan carajo y tan chisgarabís”. También tomaba símiles de los lugares más inesperados, como la televisión: escribía, por ejemplo, que a Hernando Durán Dussán “le temblaban los abundantes cachetes como dos moldes de gelatina Royal” cuando se montaba en un tren, o que los únicos capaces en Colombia de llevar una investigación sobre narcotráfico que había presentado la CBS eran el Inspector Ruanini y su asistente Bueno Bueno, personajes de Sábados Felices.

Su propio seudónimo surgió como parte de esa habilidad: el expresidente y dueño de El Tiempo, Eduardo Santos, le propuso a Caballero en 1941 escribir en su periódico, pero Luis y Guillermo Cano, dueños de El Espectador, no se lo permitirían. Lucas encontró una lata de leche en polvo Klim, cuya marca adoptó como su nombre de pluma en El Tiempo, y así se sostuvo trabajando en los dos periódicos más importantes de Bogotá por varios meses. Finalmente renunció a los Cano cuando estos lo descubrieron y le exigieron escoger: Santos le pagaba mejor.

Daniel Samper Pizano conoció a Lucas muchos años después, en Tipacoque, cuando este pueblo boyacense fue convertido en un municipio y Eduardo Caballero, hermano de Klim y propietario de la hacienda alrededor de la cual se formó la población, fue nombrado como su primer alcalde. “El Tiempo me envió a cubrir el acontecimiento –recuerda–. Como no había otra posibilidad de alojamiento, tuve que compartir cuarto en la hacienda con Lucas y Lucio Duzán, cuyos ronquidos no nos dejaron dormir. Desvelados, nos pusimos a charlar y a tomar whisky hasta las 8 am”. De este infortunio surgió una gran amistad mutua, que el mismo Klim recordaría gratamente al hablar de su “amado discípulo Salmonete”.

El momento álgido de Lucas Caballero fue entre 1974 y su muerte, tras la llegada del “compañero Primo” a la Presidencia de la República. Una disputa en una fábrica de textiles en Santander propiedad de los Caballero Calderón, en la cual López Michelsen representaba a los banqueros belgas que pretendían expropiar la fábrica por fallas en el pago de los créditos que condujeron a su instalación, forjó un resentimiento duradero. Pero la pelea de la pluma de Klim contra la presidencia López tendría sustentos mucho más firmes que una vieja pelea familiar. Según Samper, “aparte de que hubiera diferencias personales entre ellos, las denuncias de Lucas se basaban en hechos objetivos”.

El gobierno de Alfonso López Michelsen inició en 1974, cuando Klim se había retirado de la sociedad y encerrado en su apartamento del norte de Bogotá. Daniel Samper, quien le hizo una extensa entrevista en 1976, lo definiría como un televidente de tiempo completo: dedicaba el día a leer diarios y ver televisión, así como recibir a unos pocos amigos. Esto le permitía estar enterado de todo lo que sucedía en el país: el aumento acelerado del costo de vida, las dificultades económicas que provocaba la bonanza cafetera, los problemas en los que se metían los políticos lopistas, en fin. Todo esto lo usaba para realizar columnas de variable carga política y humorística. Hasta que, al inicio de 1977, se descubrieron varios hechos de presunta corrupción que involucraban a los hijos del presidente.

Por un lado, se descubrió que Felipe López, quien era secretario privado de su padre y luego sería dueño de la revista Semana, había recibido un contrato simultáneo como analista del mercado de futuros de café para la Federación Nacional de Cafeteros. El mismo Felipe diría a María Teresa Ronderos que “el concepto de mercado de futuros se ridiculizó mucho en caricaturas y en los escritos de Klim, [y] quedé como si supiera predecir el futuro”. Su hermano Juan Manuel se involucró en un escándalo aún mayor, con la compra de una hacienda llamada “La Libertad” en los Llanos Orientales, la cual fue beneficiaria del trazado de una vía entre Villavicencio y Yopal. Klim resumiría la situación de este modo:


La gente nueva tiene visión anticipada de los negocios. Una intuición de la valorización de la tierra muy superior a la que tuvo en su tiempo otro pariente político mío, el abuelo de Isabelita, Pepe Sierra. Él, sin embargo, necesitó de una vida para hacer lo que a mi sobrino Juan Manuel le ha tomado únicamente dos años. […] El chino tuvo la corazonada de que “La Libertad” iba a centuplicar su precio cuando se construyera una carretera al Llano. Y la carretera se construyó.

La opinión pública se polarizó por los descubrimientos que los diarios La República y El Espectador realizaban continuamente sobre estos hechos, que dejaban muy mal parado al Gobierno. Pero la importancia de la columna de Caballero en la divulgación y comentario de los hechos de los López fue tan marcada que el propio columnista fue llamado a declarar ante la Cámara de Representantes, que investigaba la actuación del presidente en un posible caso de corrupción. 

Klim se excusó diciendo que no conocía nada más que lo que los medios publicaban, respondió con otra columna en la que predijo acertadamente que López sería absuelto, y siguió en lo suyo. Pocos días después, el director de El Tiempo, Hernando Santos, se fue al apartamento de su columnista para convencerlo de que se moderara. La respuesta de Caballero fue una carta de renuncia publicada al día siguiente, 30 de marzo de 1977, en la que lanzó algunas de sus palabras más amargas y contundentes:


Las ideas del doctor [Eduardo] Santos, la lección de su vida, el pasado íntegro del periodismo habían ido a parar al cesto de los papeles inútiles en donde ustedes arrojan los cabos de los cigarrillos consumidos. […] Me queda la satisfacción de que empleé siempre de forma limpia y honesta mi pluma, de acuerdo con la leyenda impresionante que el doctor Santos me dijo alguna vez que llevaban impresa las viejas armas toledanas: “No la saques sin razón ni la guardes sin honor”.

Para Samper Pizano, “la gente apoyaba en su inmensa mayoría a Klim. Creo que los directivos de El Tiempo acabaron convencidos de que López los había utilizado para presionar a Lucas y forzar su salida”. En apoyo a su pariente, Eduardo y Enrique Caballero también entregaron sus espacios en El Tiempo, y los tres fueron homenajeados al poco tiempo por sus amigos en un banquete en el Hotel Tequendama. Las presiones del gobierno no se hicieron esperar, con un grupo de detectives del DAS en el banquete, “fácilmente identificables – según Lucas – por su forma tan distinguida de manejar como ametralladoras los cubiertos”.

Klim fue recibido como un hijo pródigo en El Espectador, de donde se había ido 35 años antes. Ahí, con el apoyo de Gabriel y Guillermo Cano, retomaría las puyas contra López, y ahora les sumaría más recriminaciones a Hernando Santos y al expresidente Alberto Lleras, de quien Caballero creía que había influido en la decisión de las directivas de El Tiempo de ceder ante el presidente. Y el gobierno del Compañero Primo no colaboraba: nuevos escándalos de corrupción en embajadas, la aparición de cocaína en el buque Gloria de la Armada y un viaje del avión presidencial con la familia del primer mandatario a Europa dieron para más columnas punzantes, mientras el gobierno de López acababa en 1978, según Samper, “en forma melancólica y con bastante desprestigio”.

La pluma de Klim no descansó tras la asunción de Julio César Turbay al poder en 1978. Siguió con su crítica a lo que veía mal en el gobierno: el excesivo militarismo, la aparente ceguera de los entes de control con los abusos a los derechos humanos, los esfuerzos para mejorar la imagen del país a partir de viajes multitudinarios e inoficiosos, y su dependencia de los “manzanillos” y barones electorales del liberalismo y el creciente auge del narcotráfico. Pero seguía reservando sus mejores dardos para López, que pretendía reelegirse a la presidencia en las elecciones de 1982. 

Lucas siguió recordando en El Espectador los hechos ocurridos en su mandato, bautizando la campaña lopista como “la segunda esperanza”, y llegando a plantear un símil entre el candidato y el pirata inglés Francis Drake. La recepción de estos textos sería tal que una editorial sacó una recopilación póstuma de 83 columnas contra López que había publicado Klim entre 1973 y 1981. Los 15000 ejemplares de este libro, titulado justamente La Segunda Esperanza y lanzado en plena campaña electoral, se vendieron en dos meses.

En esos tiempos todavía escribía de humor. Memorables fueron los relatos sobre sus achaques de salud, que saldrían publicados en su autobiografía “Memorias de un Amnésico”, publicada tras su muerte. Pero las épocas habían cambiado y las audiencias también. Sus chistes, revolucionarios en los años 30, eran vistos medio siglo más tarde como anacrónicos, demasiado propios de las élites cachacas, y muy lejanos para el gran público, ahora acostumbrado al humor radial y televisivo. Algunos incluso consideraban ciertos recursos suyos como de mal gusto: cuando apodaba, por ejemplo, al procurador Germán Bula Hoyos como “Idi Amín” por su tez negra, o usaba el ancestro árabe de Turbay para sembrarle estereotipos turcos: “Harmano Gulito, harmano barfecto”, escribió más de una vez.

Estos recursos no desviaban la atención de sus críticas: no criticaba al procurador Bula por su color de piel, sino por su obsecuencia con el gobierno de López. Daniel Samper considera que la gente lo apoyaba porque sus denuncias tenían eco en la realidad. “Su columna de humor, rabiosamente independiente, sirvió como látigo para fustigar al gobierno y a los políticos corruptos”, dice. Esa independencia rabiosa de Klim y otros periodistas, como el caricaturista Héctor Osuna y los reporteros Germán Castro Caycedo y Daniel Samper Pizano, era invaluable para el gran público.

Su influencia no se limitó a su época, a pesar que algunos opositores suyos dijeron que ese humor circunstancial y críptico sería olvidado rápidamente con su muerte. El humor político de situación, inventado por Klim, mutó en un género que explotaría mucho más efectivamente la televisión con los programas de Jaime Garzón y la radio con La Luciérnaga de Caracol, cadena que en su momento fuera propiedad de Alfonso López Michelsen. Incluso, recientemente periodistas como Daniel Samper Ospina han intentado recuperar ese carácter humorístico en la opinión escrita, con recursos como el uso de apodos o el interés por la descripción física de sus personajes.

Pero el principal legado de Lucas Caballero Calderón es su ineludible compromiso como periodista de opinión para pelear por un gobierno honesto, usando el humor como un mecanismo para difundir sus ideas y opiniones. Había iniciado en una época en la que los periódicos eran marcadamente partidistas, escribiendo notas ligeras y humor simple. Cuando la prensa había dejado el sectarismo, Klim se enfrascó en una lucha quijotesca para recuperar la moral colectiva. 

En la entrevista a Daniel Samper Pizano de 1976, Caballero confesó que lo que menos le gustaba de los colombianos era “la insensibilidad de la gente ante la inmoralidad. A nadie le importa que se cometan secuestros, desfalcos, que se transporte coca en el buque insignia de la Armada Nacional. Y cuando digo toda la gente, incluyo al gobierno”. Y en esto Klim siempre fue uno de los más rígidos censores de los gobiernos, intentando que su alto concepto de la honestidad hiciera parte de la ideología de gran parte de los colombianos. Tal vez si su pelea se hubiera podido imponer en el gran público, muchos de los problemas de corrupción que están presentes hoy, a 100 años de su nacimiento, se hubieran podido evitar. Y no hubiera pasado lo que Osuna, en una gran caricatura, puso en boca del procurador Bula Hoyos cuando estalló el escándalo de la hacienda La Libertad:

“Y si la carretera pasa por la finca, es de esas cosas que pasan…”

lunes, 22 de julio de 2013

Torres de 18 pisos pinchando la burbuja inmobiliaria

Por donde uno vaya en Bogotá, puede estar seguro que estarán construyendo apartamentos. Y siempre en torres de 18 pisos. Si uno va al extremo occidental, torres de 18 pisos que miran al río Bogotá y a Siberia, al otro lado. Por la Autopista Sur se ven las torres de 18 pisos en la Villavicencio, por los lados de Madelena, que contrastan con las casas de invasión que hay unos 2 km subiendo el cerro en Sierra Morena. En las Américas por Banderas y el Tintal, los potreros de antes de Transmilenio ya tienen 18 pisos de apartamentos encima: lo mismo sucede en Alsacia y en La Felicidad, ambos diagonales a la Boyacá con 13. Por el norte ni se diga: todo el paisaje de la Avenida 9a, de la Avenida Boyacá, de la 153 y del Verbenal se ha convertido en un paraíso de torres de 18 pisos. Más céntricas, las calles 92 y 94 ven precios astronómicos para destruir viejos edificios y convertirlos en torres de 18 pisos. Y ni se diga por la Circunvalar, que el atentado a los cerros lo ve todo el mundo.

No sé cuál es la obsesión del bogotano con el piso 18. Tal vez sea que en la ciudad hay restricciones de altura que impiden edificios más altos, excepto en ciertos sectores; y eso explicaría por qué las grandes torres de Parque Central Bavaria tienen 25 y hasta 30 niveles. O tal vez sea porque Bogotá sigue siendo una ciudad ubicada encima de un terreno cenagoso que a duras penas se está secando, y un piso 19 no lo resiste. O simplemente sea que los habitantes de esta ciudad queremos la distinción de vivir allá arriba, de poder ver desde nuestras ventanas los albañales del río Fucha, las bodegas peladas de la Zona Industrial, los ranchos de las lomas y la capa de smog grisáceo que cubre la capital cuando no se la lleva los aguaceros.

El caso es que estas moles que aparecen como barros sobre la cicatrizada piel de la Sabana son un negocio muy rentable. Casi no se pueden ver lotes que no estén en engorde o llenos de banderas, anunciando un futuro proyecto con torres de apartamentos de 18 pisos, parque para que sus niños estén seguros, piscina que probablemente no pueda usar porque quedó mal diseñada y corre riesgo de caerse si se llena de agua, cámaras de vigilancia, dos pisos de parqueaderos de visitante y tres sótanos. Con eso podrá comprimirse en su apartamentico en el que, si entra una llamada, le toca salirse.

Porque la verdad es esa. Queremos vivir más arriba, pero al mismo tiempo ya no cabemos. Un tío que se divorció de su esposa y se fue a vivir con otra señora compró uno en San Cipriano, por la 167 abajo de la estación Toberín. Muy bonito y muy bien arreglado, con muebles en madera, gimnasio en las áreas comunes, un noveno piso que todavía puede ver a algo que no es otra torre... pero que mide 40 metros cuadrados. Y en esos 40 m2 se embutieron dos habitaciones, cocina, comedor, sala, dos baños, armarios y hasta uno de esos lavaderos de fibra de vidrio que ya no sirve para nada.

Claro, usted puede conseguir apartamentos más grandes. Pero los precios son excesivos. En La Felicidad piden casi 280 millones de pesos para estrenar un apartamento de 80 m2 en estrato 3, y usted necesita demostrar que gana SEIS MILLONES TRESCIENTOS MIL PESOS MENSUALES para que la constructora se digne tomarlo en cuenta. Ingresos muy propios del estrato 3. Tal parece que la única forma en que las personas de bajos recursos tienen para conseguir su propia vivienda es rogar que salgan en los proyectos del gobierno, o invadir un lote y construir, o irse a casi tres horas de distancia en los remotísimos recodos de Gachancipá, Sibaté y Madrid, donde las mismas casitas de 40 metros valen un tercio de lo que se pide en Bogotá. O comprar un cuchitril viejísimo que está a punto de caerse y debe bastante en predial.


En el mundo, una forma de demostrar la riqueza es ver la capacidad de comprar vivienda. Y una forma de demostrar los riesgos de una economía es ver la facilidad cn la que la población puede acceder a la vivienda. En Bogotá, por lo menos, esa facilidad es mínima: las torres de 18 pisos son para privilegiados que pueden pagar los precios astronómicos de los bienes raíces. Yo no me imagino cómo alguien que se sacrifica pagando 600 mil pesos mensuales por un arriendo en un barrio del sur puede aspirar a poseer su vivienda nueva, si necesita demostrar ingresos que en este país darían para que pagara una millonada por impuesto de renta. Eso sí, los bancos se desgañitan en las publicidades impulsando a que se saquen créditos por 15 y 20 años, que con eso podrá comprar su propia casa, y todos felices.

Pues no. Yo me esperaré un par de años. Una regla rápida de cálculo del precio estimado de un inmueble indica que el arriendo debe ser aproximadamente igual a la cuota del crédito del valor del inmueble si se sacara a 10 años sin intereses: es decir, que se pagara el 10% del valor del inmueble en un año. Pero con bienes raíces de $200 millones a los que se les solicita arriendo de $800 mil, (que da aproximadamente $10 millones al año), se nota la sobrevaloración del mercado. La finca raíz está carísima, por motivos que van desde la especulación por la falta de obras nuevas (y todas las torres de 18 pisos qué?) hasta la entrada de dinero de los venezolanos en Bogotá. Esos precios no son sostenibles, y lo más grave del asunto es que la burbuja inmobiliaria va a estallar pronto. Pero las pérdidas no irán a los bancos. Recuerdan lo que pasó con la UPAC? Lo mismo. El que va a perder es el trabajador. Mientras tanto, los bancos tendrán billones para repartir en utilidades.

Mientras tanto, los que pueden ahorren: cuando la burbuja estalle, habrá que prepararse para aprovechar las gangas...

lunes, 24 de junio de 2013

Álvaro Uribe, el gran colombiano según una encuesta

Ayer el país (que tiene televisión por cable, el resto estaba viendo la película de RCN o de Caracol) se paralizó para ver lo del Gran Colombiano del History Channel. Por una vez en la vida, el canal que antes fuera de la Segunda Guerra Mundial y que ahora se la pasa entre conspiraciones, aliens y casas de empeño le dio por voltear a mirar a la historia de Colombia, y puso a la gente a votar para ver quién era el más grande de un panel de 125 colombianos. El formato es originario del Reino Unido, donde la BBC lo diseñó y corrió una encuesta, en la que ganó sir Winston Churchill. Entre otros países, este formato se realizó en México (salió ganador Benito Juárez), en Argentina (se escogió al general San Martín) y en Estados Unidos (se eligió a Ronald Reagan).

Tal vez el ejemplo gringo sea el más cercano para explicar por qué Álvaro Uribe Vélez fue elegido como "El Gran Colombiano". Para empezar, hay que tener en cuenta el mecanismo de escogencia. Se suponía que los elegidos serían de una de estas categorías:
  • Historia y política del Siglo XIX: acá el más alto ubicado fue Antonio Nariño.
  • Historia y política del Siglo XX.
  • Artes populares y periodismo: Jaime Garzón y Gabriel García Márquez
  • Ciencias y Humanidades: Manuel Elkin Patarroyo
  • Deportes.
 En blanco quedó deportes porque no hubo ningún deportista entre los 5 primeros, que fueron en orden ascendente Nariño, García Márquez, Patarroyo, Garzón y Uribe. También en blanco quedaron las mentes de uno al saber qué carajos hacía Uribe ahí metido, si sus mayores aportes a la política del siglo XX fueron ser ponente de la ley 100, inventarse nuevas formas de convivir con la guerra en Antioquia y dirigir la Aeronáutica Civil.

Es evidente que el mecanismo de votación no era el ideal. En países serios como Gran Bretaña, programas como este son considerados encuestas, simplemente, tan válidas como las encuestas de intención de voto. Y tal vez se está sobrevaluando el carácter de esta recopilación de votos. Que un millón de los 45 que habitan este país haya votado, y que 300 mil de esos votos hayan sido por Uribe, no indica que el 30% de la población colombiana cree que Uribe es más grande que Alberto Lleras, García Márquez, el Pibe y Totó la Momposina juntos.

La demostración es clara: supongamos que Uribe quede descalificado. ¿Es entonces Jaime Garzón más grande que Alfonso López Pumarejo, Santander o Guillermo Cano? ¿Cómo se puede comparar el Nobel de García Márquez con la traducción de los derechos del hombre? ¿O la Constitución del 91 con el 5-0 contra Argentina? Esas son discusiones teóricas, y salir a hacer lo que los uribistas salieron a hacer hoy, que es básicamente colgarse el triunfo como si ese 30.3% de los encuestados fueran votantes fijos para marzo de 2014, es un exabrupto. Y es un exabrupto que, curiosamente, legitiman aquellos indignados que salen hoy a decir que este país es un asco porque, en vez de protestar como en Brasil, nos quedamos sentados y dejamos que otros elijan al Gran Colombiano.


Esto es una encuesta y como tal debe tomársela. Es posible que, como se podía votar varias veces en el formulario de History, la encuesta haya quedado sesgada. No quiere decir esto que haya trampas o que el pueblo no haya opinado: el pueblo, si se entiende como tal la gente que se tomó el trabajo de votar, cree que Uribe es el personaje más importante de la historia. ¿Vale de algo? Sí, vale de mucho: sirve para ver que no conocemos nuestra historia. Hay personajes como Gustavo Rojas Pinilla, Alfonso López Pumarejo o Laureano Gómez que han tenido un peso más marcado en nuestro paso como nación.

Es notorio que, de los cinco primeros, tres estén vivos y uno haya muerto hace relativamente poco, además de ser un personaje de enorme trascendencia mediática: no nos acordamos de los personajes sino cuando los vemos de vez en cuando. Es muy posible que, con la eterna presencia de Uribe por las redes sociales y la trascendencia que le dan los medios masivos a lo que pone en 140 caracteres, eso lo haya impulsado. Tal vez sea necesario un trabajo de seguimiento más docto, con consultas a expertos (pero expertos de verdad, no Refisal Bonnet) que nos diga quién pudo haber sido el colombiano más influyente en la historia de Colombia. Mientras tanto, la encuesta ha hablado. Podemos dejar de pelear?

miércoles, 17 de abril de 2013

Hombre con hombre, mujer con mujer

La comunidad LGBTIÑDS (?) colombiana está en una fuerte disputa hoy, miércoles 17 de abril, para intentar conseguir uno de sus mayores anhelos: el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Para esto, se ha contado con el apoyo de políticos como Armando Benedetti, Angélica Lozano y otros, quienes han brindado su soporte para que las comunidades no heterosexuales tengan los mismos derechos de las heterosexuales a la hora de demostrar amor entre ellas.

Por supuesto, al frente se encuentran el ex uribista que no hace pactos con el diablo, Roy, y Su Santidad Alexander VII Ordonius. El Procurador con el poder de hacer misas de siglo XV, y el presidente del Congreso, son las puntas de lanza de la oposición al llamado "matrimonio igualitario", que básicamente es la firma de un contrato donde la comunidad LGBTI pueda declararle a un notario que sí, que quieren vivir juntos y quererse por dos años toda la vida.

El principal argumento que Ordonius y Roy esgrimen es que eso es atentar contra la concepción de la familia como una unión de hombre y mujer para tener hijos. Una visión que, a pesar de su contexto bíblico, suena mucho a serie estadounidense de los 60: la visión de familia conservadora es la de un padre trabajador, una madre ama de casa, dos hijos, un perro, un Oldsmobile o Pontiac, una casa en los suburbios y risas pregrabadas. Y esas son las familias que se pueden unir en un contrato a declararle a un sacerdote que sí, que quieren vivir juntos y quererse por tres años toda la vida.

Tal vez la discusión no sea sobre si los homosexuales quieren firmar ese contrato. Tal vez la discusión sea de revaluar la figura del matrimonio civil. Esta columna se pregunta por qué los godos no pelean por la figura del matrimonio civil, puesto que las únicas uniones válidas para la Iglesia Católica son las hechas ante sacerdote. Pero yo voy un poco más allá: ¿para qué llamar matrimonio a esa unión? Que eso sea únicamente en la iglesia. Lo otro merece un nombre nuevo, que en la tradición de pésimos nombres del gobierno Santos, podría ser Contrato Unificado de Naturalización del Amor (CUNA).

Propongo que el CUNA sea el lugar en donde todo lo que no comparta la visión de familia de un sitcom gringo (que diga, la del matrimonio religioso) llegue. ¿Su novia entra a trabajar? Al CUNA. ¿Es usted un descarado y tiene esposa, novia, amante y moza? Todas pueden ser formalizadas en el CUNA. ¿Sufre de problemas de fertilidad? Lo siento, señor, pero el CUNA está para ayudarle. ¿Es usted una mujer muy responsable, que le dio a cada hijo un padre diferente? En el CUNA también somos responsables.Y por supuesto, amigos de la comunidad LGBTI, en el CUNA los van a ayudar.

El catolicismo está en la potestad de decir "no me gusta que los homosexuales se casen", pero estos contratos que llamamos por conveniencia "matrimonio civil" no son de su incumbencia. Son eso, contratos, que en vez de estar benditos por Dios todopoderoso en el altar están benditos por el sello de la Superintendencia de Notariado y Registro. Y como Notariado y Registro depende del gobierno nacional y no de la Santa Sede, el tema es enteramente potestativo de quienes dan la bendición. Aunque con el papa Alexander VII despachando desde la Procuraduría no parezca.

 Adenda. Samuel Moreno se tiró a Bogotá. ¿Por qué la comunidad prefiere culpar a Petro? Si él apoyó a María Emma...

lunes, 18 de marzo de 2013

Déjala ir

Cuando la conocí, tal vez lo primero que me impresionó no fue su cuerpo sino su estatura. Tenía tacones por gusto, ya que llegaba más allá del 1.75 descalza. Y eso llegó a intimidarme, tal vez porque desde esos tacones me veía por encima. Pero con el primer café esa soberbia que sirve de primera impresión para aquellas personas altas y que agachan la cabeza para mirarlo a uno demostró ser falsa. Todo lo contrario, su sencillez y simpatía eran insoportables. Tal vez era demasiado encantadora, además de un atractivo extraño. No era hermosa por los cánones del reinado de belleza, pero tenía su no sé qué en el qué se yo.

Y ella lo sabía y lo usaba para su provecho. Era de las que se subía en la puerta de adelante de las busetas a las 8 de la mañana. Pedía rebaja en los bares, y los meseros le perdonaban la propina. Eso sí, siempre con un teléfono, un pin de Blackberry o un correo en la parte de atrás del recibo. Era evidente que nadie se explicaba qué hacía ella con un fulano como uno, casi invisible, que parecía para los externos un accesorio más, como su bolso o sus tres metros de bufanda. Y durante un tiempo, yo también lo dudé. Es más, ni siquiera hice nada para levantármela. Ella llegó y se unió a mí.

También era evidente que estaba feliz conmigo. Algún día que le pregunté por qué seguía ahí, teniendo para más, ella me lo explicó: estaba cansada de que se la levantaran. Le aburría tener que meterse al bar de moda a bailar para que los hijos de empresario le intentaran presumir su finca en Melgar para empelotarla. Le fastidiaba aguantar las doctísimas discusiones que los docentes universitarios le hacían sobre temas diseñados para impresionarla y seducirla. Incluso le molestaban sus padres, que pretendían que fuera una niña de serie gringa cuando ya había pasado la línea de los 25. Por eso estaba conmigo, porque yo no tenía pretensiones: yo era y punto.

Por un tiempo vivimos juntos. Se cansó de sus papás y le gustó mi pequeño apartamento en La Perseverancia, tal vez porque tenía vista a la Sabana y a los fulgurantes atardeceres bogotanos. Éramos felices, aparentemente, entre domingos viendo películas en mi cama al piso, noches de sexo intenso y agotador y viernes de cafés y tragos en los bares de la Macarena, el centro, la Soledad, donde fuera. Y ella desarrollaba sus planes de negocios, y le iba muy bien. Y ella me enseñó mucho de jazz y soul, mientras que yo hice que le gustara Bruce Springsteen.

Pero éramos demasiado diferentes. Durante un tiempo yo serví como un apoyo, la dejaba libre pero siemper evitando que sus sueños se la llevaran; pero ella se cansó de tener ese cable a tierra. Por eso se había cansado de los docentes que citaban a Derrida y Adorno para demostrarle que ella era atractiva. Y de los niños bien que la sacaban en BMW al mirador de La Paloma. Por eso mismo se cansó de mí, de mi cruda y firme disposición a la tierra heredada de mis ancestros campesinos. Algunos llamarán a eso ser un espíritu libre. Ella lo llamaba actuar rápido.

No sé qué es de la vida de ella. La última vez que hablamos me dijo que iba a ir a Buenos Aires a estudiar en la UBA y hacer negocio con algo de cocina que había aprendido mientras vivíamos juntos. Buenos Aires, paraíso de los colombianos que creen que la solución es emigrar. Eso fue hace dos meses, y yo estoy seguro que le está yendo bien, pero creo que ya debe estar buscando algo más. Algunos la llamarán espíritu libre. Para mí, ella huye. Yo la dejé ir, y no creo que vuelva. Tal vez parafraseando al Jefe, "tramps like you, baby, you were born to run..."

miércoles, 27 de febrero de 2013

Prohibido dar papaya

El pasado lunes, Gallup publicó los resultados de sus tradicionales encuestas de popularidad. La noticia no es tanto que se divulguen, sino que todos (y cuando digo todos son TODOS) los resultados dan una situación negativa. La aprobación por la gestión de Juan Manuel Santos va por el 44%, la gente cree que en la nación las cosas van mal en una forma no vista desde el gobierno de Pastrana, y el apoyo a Petro es inferior al 30%. Incluso, el apoyo a Aníbal Gaviria cayó del 72 al 54% en seis meses, y que yo recuerde, Aníbal no ha cometido ninguna barrabasada. Simplemente se le estalló la burbuja de la Comuna 8.


Hay un motivo que explica ese descenso en la aprobación de los gobernantes. Y hoy, con la sugerencia de Petro de no dar papaya sacando los celulares para disminuir los robos de teléfonos celulares en Bogotá, se puede mostrar claramente la razón. La población colombiana percibe que las cosas están peor de lo que están, y no es únicamente culpa de los medios de comunicación. Twitter está creando un clima de desasosiego con los gobernantes.

Me enfocaré en el caso de Petro porque es donde se nota más claramente que las cosas siguen igual. La única legítima estupidez de esta alcaldía fue la pelea por el tema de las basuras; de resto, las situaciones no han cambiado casi a comparación de cómo estaban con Samuel Moreno y Clara López. Pero para todo el mundo, la situación está mucho peor. Y la culpa la tiene Twitter, tanto por la pelea continua de @petrogustavo con sus contradictores, como por la comunidad de cazadores que pretenden buscarle el lado malo a todo lo que dice el alcalde.

Con lo de los celulares la demostración es evidente. Petro dijo algo que una mamá siempre le dice a su hijo: "no dé papaya, no saque el celular por la calle porque lo roban". Como lo dice la mamá, uno le hace caso. Cuando lo dice el Alcalde Mayor de Bogotá D.C., es un absurdo, nos pretenden restringir nuestra libertad, nos quieren forzar a usar el fijo, estamos entrando a Corea del Norte, etcétera. Y da para infinidad de chistes pendejos (mi favorito: "para reducir el racismo, que los negros se queden en sus casas").

Obviamente eso no explica por qué la gente cree que las cosas van mal. Pero sí puede verse, por ejemplo, cómo la gente le achaca a Petro la culpa de que la inseguridad vaya en ascenso, pero para la Cámara de Comercio de Bogotá la percepción de inseguridad bajó 11%. Y aún así la gente en las redes sociales está totalmente en contra: porque si bien pudieron haber disminuido los asaltos, robos y asesinatos, ya un robo no es un dato en una hoja de la Policía. Uno puede ver el robo en Twitter, puede ver el dolor de la víctima y pide sangre. En esto, Twitter visualiza a las víctimas de un delito, y permite que se masifique el mismo.

Entonces la culpa es de Petro. Pero hacer un chiste pendejo ("para qué comer, si igual hay que cagar?") no permite ver que detrás de eso hay una reglamentación, unas leyes excesivamente benévolas con los ladrones, una seria dificultad con la percepción de inutilidad de las acciones de la Policía, en fin. El problema es mucho más grande que decir "culpa de Petro", pero nos enfocamos en eso. Matamos al mensajero, vendemos el sofá.

Es eso lo que necesitamos para que las cosas sigan igual? A mi modo de ver, no. De hecho, es lo último que deberíamos hacer, pero lo hacemos. Es más fácil echarle la culpa a Santos de que la economía esté mal y no mirar el trasfondo. Es más fácil putear a Aníbal Gaviria porque "no hace nada" contra la comuna 8, ignorando que ese es un problema estructural. Es más fácil decir "Petro me quiere prohibir el uso del celular". Y es más fácil estar en contra de los gobernantes que poner un grano de arena para mejorar la situación: para qué ir al CAI, si es más fácil denunciar en Twitter con su respectivo madrazo a Petro?

martes, 26 de febrero de 2013

La economía va para el fondo

26 de febrero de 2013 y las noticias económicas no son nada buenas. Por un lado, en un país reconocido globalmente como productor de café, que haya un paro de cafeteros como el que está agobiando al Eje y al Huila es una noticia grave. Gravísima, de hecho, si se ven las cifras: un cafetero que paga $800000 por los insumos para producir una carga de 60 kilos de café, recibe unos $530000 (cálculo al vuelo de las cifras de cierre que dio Gardeazábal en La Luciérnaga en los últimos 15 días) por esa misma carga. Los exportadores argumentan que es culpa de la revaluación y piden subsidios para protegerse.

Pero la noticia del paro cafetero no es la única que preocupa. Semana trae hoy un análisis sobre las problemáticas de un campo al que se le vino TLC, un dólar bordeando los $1800 y una guerra en la que todo el mundo pide pero nadie cede, y en la que la palabra mágica es "subsidio". Portafolio, por otro lado, trae otro artículo en el que demuestra cómo este país tuvo una balanza comercial deficitaria con todos los países con los que ha firmado tratados de libre comercio. Y finalmente, El Espectador trae una propuesta de la ANDI, de una ventanilla express para poder aprobar de manera expedita ciertos proyectos mineros que están represados por pendejaditas como la regulación ambiental y la opinión de las comunidades.

Como se ve, la economía tiene malas noticias. El hecho que este país se haya puesto a firmar tratados de libre comercio a troche y moche sin haber invertido antes en la infraestructura necesaria es algo que ya no sorprende. La competitividad se fue al piso: es conocido que cuesta más traer un contenedor de Buenaventura a Bogotá, que de Shanghai a Buenaventura. Por eso tal vez los productores de café compran su grano en Vietnam. Y por eso compran en Chinchiná al precio que sale en Asia, así el café colombiano tenga mucho mejor sabor que el vietnamita. Para la prueba, compárese un tinto de Nescafé con el mismo de Juan Valdez.Y eso aplica también para el sector industrial. Las industrias colombianas pagan sueldos y materias primas en pesos, pero venden en dólares, así que la cotización del dólar también las afecta.

La solución del gobierno siempre es "asegurar inversión extranjera", y en estos días eso implica mantener la llamada locomotora minera. Es decir, sacar lo que hay en este país a las carreras. Y para eso se vale  pasar por encima de todo: de los indígenas que no quieren un hotel en el Parque Tayrona, de los pobres negros que estorban a las retroexcavadoras para explotar carbón, de los ambientalistas que se interponen entre un páramo donde sólo se da agua y una rica veta de oro, etcétera. Eso parece ser lo que quiere la ANDI: quitar las trabas que "generalmente obstruyen el desarrollo de la industria". Eso implica "sensibilizar" las normas ambientales (léase, relajarlas), a lo que se suma gran cantidad de beneficios tributarios y aduaneros.

Es curioso cómo funciona este país. Mientras en un lado se pide que papá gobierno ponga cortapisas a los tratados de libre comercio que ha firmado y empiece a apalancar a los agricultores con recursos que deben salir de algún lado, por el otro se pide una liberalización de las regulaciones pertinentes, con el fin de asegurar el dinamismo en el sector económico que menos deja al país, aparte de huecos y dividendos en las petroleras. Ah, y carbón en la bahía de Santa Marta.

Hay una teoría que se llama "carrera hacia el fondo", según la cual un proceso de liberalización económica internacional tiende a generar una fiera competencia entre países para relajar sus propias regulaciones, con el fin de atraer negocios. Los TLC, beneficios tributarios y demás se hicieron con ese fin, el de atraer capital extranjero para montar empresa en el país (y para ser honestos, lo ha conseguido. No hay más que ver el número de call centers que se han inaugurado, sobre todo para el mercado estadounidense). Pero en ese proceso parece que pretendieran llevar a toda la economía al fondo. Y por eso preocupa tanto en el gobierno que no haya buenos resultados en la minería, puesto que la canasta en la que se pusieron todos los huevos no está funcionando...

Tal vez yo sea uno de los que, según la encuesta Gallup publicada ayer, considera que la situación económica del país está cayendo...

sábado, 12 de enero de 2013

Petro, Prensa y Basura

Como está dicho hasta la saciedad, la crisis de las basuras que hubo recientemente en Bogotá permitió diagnosticar graves problemas. El primero, que el alcalde Petro tiene ciertas tendencias a la improvisación en sus cosas. Nada hubiera pasado si unos compactadores hubieran llegado en septiembre, sobre todo considerando que la necesidad de compactadores para el operador público de las basuras se sabía desde mucho tiempo atrás. Por otro lado, se mantiene la lucha de un grupo de los medios contra todo lo que haga el alcalde Petro, excelentemente ejemplificada por Arizmendi. Y sobre todo, que ambos bandos hacen de todo para alimentar al otro con sus respuestas y contrarrespuestas.

Tomemos el caso de los compactadores usados importados desde Estados Unidos. Primero la pelea era que como eran viejos, no servían. Luego, que algunos llegaron en (evidente) mal estado de latonería y pintura, casi como los camiones que usa básicamente cualquier otro pueblo en el que no viven los Arizmendis ni Julitos. Después, que no iban a pasar la revisión tecnomecánica. Y ahora está en duda el precio de cada compactador, que según Gustavo Gómez es de $360000 (pesos colombianos, léase, US$200).

Petro se escuda en decir que la prensa está en su contra, y pelear como gato patas arriba desde Twitter. El problema es que ese es el trabajo de la prensa, fiscalizar a los gobiernos cuando sus actuaciones son lesivas al interés público. Decía Lucas Caballero Calderón, Klim, en una columna escrita en 1978: "el ideal sería que los gobiernos fueran perfectos, para que toda la prensa, sin excepción, fuera cerradamente gobiernista. Pero ahí está la cosa. Los gobiernos no solamente no son perfectos, sino que a veces son malos y en ocasiones pésimos, y esto [...] permite que los diarios no fluctúen exclusivamente entre la babosería del Telediario Oficial y los editoriales de la prensa amiga".

Klim se refería, con lo de los gobiernos pésimos, a otro mandatario con problemas con la prensa, Alfonso López Michelsen. Y muchos de esos problemas eran con el propio Klim, por ser tan penetrante, e incluso llegar a lo fastidioso, con asuntos de interés público que indicaban beneficios del presidente a sus hijos con amenaza de corrupción. Por supuesto eso no es lo que sucede con Petro (que se sepa), pero la idea es la misma: para gran parte de la prensa, las actuaciones de Petro lidiando con el tema de Aguas de Bogotá son lesivas para el patrimonio de los bogotanos.

Por otro lado, las actuaciones de Petro han dado papaya de forma impresionante. La basura en las calles el 18 de diciembre, las volquetas recogiendo basura, la renegociación acelerada con los operadores privados, y ahora la importación de los compactadores. Hoy el alcalde se ufana porque los camiones pasaron la revisión tecnomecánica, y aprovecha para disparar puyas a sus opositores en 140 caracteres. Pero lo mínimo que uno esperaría al comprar un carro usado es que esté bien de latas y de motor. En una de esas va a empezar a refregarnos los SOAT y las tarjetas de propiedad para demostrar cómo ha crecido el patrimonio de la Capital.

Pero ambos lados están polarizándose. La prensa recordando que el 70% de Bogotá no votó por Petro. El alcalde azuzando rumores de los intereses particulares de ciertos periodistas con los operadores privados. Todos dejando de lado la pala y el pico de trabajar por la comunidad bogotana por enfrascarse en peleas privadas desde el celular del alcalde, que ya debe estar de cambiar pantalla, y los micrófonos y columnas periodísticas. Y eso es lo que más necesita la ciudad: el fin de las peleas para que haya trabajo desde el Palacio Liévano. Y alguien encima pendiente, tal como se está pendiente de los obreros cuando remodelan una casa. No va y sea que quede mal, y a los dos años toque re-remodelarla porque se levantaron los pisos y la pintura está mohosa...