viernes, 5 de mayo de 2023

Añoralgias de Les Luthiers

 Les Luthiers abandonó los escenarios luego de 56 años de carrera. El grupo argentino que impulsó Gerardo Masana, que contó con el jazz de Ernesto Acher, el piano de Carlos Núñez Cortés y los diálogos de Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock, resistió a dos golpes de Estado, cuatro cambios de denominación de la moneda argentina, más de una guerra, tres papas y una pandemia antes de decir "¡Basta! ¡No toque más! ¡Osssú!".

Este jueves, se presentaron por última vez en Bogotá con un espectáculo en el que sí, hizo falta Marcos leyendo su carpeta roja, pero no más. De hecho, tanto Carlos López Puccio y Jorge Maronna como los cuatro reemplazantes de los Luthiers originales dieron un show digno para la Hora de la Nostalgia de los aficionados. Incluso, poniendo de presente al célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero, a los instrumentos fabricados a la medida del grupo de artículos cotidianos, y hasta a algunas obras olvidadas. Por cierto, vote Rodríguez.

Pero en este homenaje que no fue tal, todo estaba lleno de los recuerdos del pasado, desde que un grupo de músicos de coros universitarios se reunieran en el Instituto Di Tella para convertir una cantata a un laxante en una ópera. I Musicisti, que se llamaba el grupo, se partió luego de la representación de la ópera: Masana, Mundstock, Núñez y Rabinovich fueron el núcleo de una nueva organización, con alusión a los fabricantes de instrumentos musicales y su obsesión por crearlos de objetos de la vida diaria. El latín, emblema de López Puccio; el gom-horn, especie de trompeta con una manguera que Marcos llevaba en la cabeza, y el bass-pipe a vara, trombón de varas hecho con tubos de cartón, eran los emblemas.

Y fueron creciendo hasta llegar a cosas como el nomeolbídet, un peculiar instrumento de cuerdas hecho con un bidet; la mandocleta, una bicicleta con una mandolina adosada a la rueda trasera que suena cuando se pedalea, y una marimba hecha con 20 cocos (que siempre la ejecuta mejor Cardozo). Y sus espectáculos se tornaron en un elemento humorístico increíble, en especial acompañadas por las anécdotas, historias y detalles de la vida y composición de la obra de Mastropiero narradas por Mundstock... o Rabinovich, en su peculiar estilo de enredos y juegos de palabras.

Eso sigue en esta última obra, "Más Tropiezos de Mastropiero". Los juegos de palabras abundan sin cesar, y no recomiendo comer maní mientras se ve. También la maestría de las ejecuciones, la exquisita precisión ante el piano o el latín, un cambio de ritmos que van del vals al chachachá a los villancicos y al rock and roll, pero sobre todo, la sensación de que, si quisieran, podrían dar mucho más humor. Pero ya, tal vez, es mejor dejar así.

Y es algo muy valioso para un grupo que empezó al tiempo con Jimi Hendrix. Ya tres de sus miembros fundadores han muerto: Gerardo, en 1973, atacado por un cáncer; Daniel y Marcos, pasados los 70 años y de diferentes males. La edad no es benévola para Pucho y Maronna, y la reacción del público con sus reemplazantes, a pesar de la calidad de Roberto Antier, Martín O'Connor, Tato Turano y Tomás Mayer Wolff, ha sido más bien reacia a cambiar a personajes tan queridos como Ramírez y Murena, que en la era de YouTube representan aún más al grupo que el bass-pipe a vara. Y bueno, la música también ha cambiado.

 Pero como el mismo Mastropiero dice en la obra, "uno debe ser muy serio para ser divertido". Y si algo destacó durante casi seis décadas a Les Luthiers es la seriedad en el humor. Ver sus obras es una lección no solo de risa, sino de manejo de la lengua. Un pueblito que es atacado por miles de buitres entre la sequía y la inundación, un grupo de políticos que cambian el himno nacional para hacerlo más acorde a los chicos que nacen en las actuales democracias (y las anteriores dictaduras), o cómo perdonar a la pareja luego que lo persiga por la casa con un hacha, son solo muestras de la genialidad de estos músicos. Si han decidido colgar los smokings, lo merecen y se retiran con la misma calidad que nos tienen acostumbrados.

 Antes de cerrar quiero pensar en uno de los momentos más hermosos de Leslu: el regreso de Carlitos.


 Y luego de la genialidad de Marcos y Ernesto, tengo una palabra para ellos: mil gracias.

¿Cómo, son dos? Ah, perdón: dos mil gracias.