lunes, 22 de diciembre de 2014

Se va Peláez y quedamos sus émulos

Era 2005. El único que creía que yo tenía lo necesario para ser un ingeniero químico era yo mismo, pero cada vez una desidia más grande me agobiaba con respecto al estudio. En ese entonces una gran amiga, que creo está ahora en España (allá andaba la última vez que perdí contacto con ella), me habló por primera vez de una voz que oía constantemente sin pararle bolas:

- ¿Y usted por qué no se hace periodista? Mire a Peláez, él era ingeniero y ahora presenta La Luciérnaga.
- ¿Yo de periodista? Tengo cara para radio y voz para periódico.


A partir de ahí me picó el bichito de la curiosidad y puse más atención al programa que mi tía, con quien vivía en ese entonces, tenía sagradamente en la emisora hasta las 8. Héctor Rincón, Guillermo Díaz Salamanca, Gabriel de las Casas, Alexandra Montoya, un grupo al que no recuerdo su nombre (¿Salpicón?) y en el centro, el doctor Peláez. El único periodista deportivo que es llamado "doctor": los doce años que trabajó en empresas petroleras como vendedor validan que su título de ingeniero químico obtenido en la Universidad de América es tan merecido como el de aquella compañera que me habló de él.

Hernán Peláez Restrepo prefirió comentar fútbol a vender lubricantes, para bien de todo el país. No solo por los comentarios amenos, claros y contundentes que difieren por completo del escándalo ampuloso y grandilocuente propio de la radio colombiana. También por aquel programa creado a las carreras para cubrir un espacio durante el apagón de 1992, que originalmente iba a durar solo lo que durara el apagón y que iba a dirigir Darío Arizmendi. Al final se lo dieron a Peláez mientras tanto.

Este 23 de diciembre de 2014, 22 años después del arranque de ese programa temporal, el doctor Peláez deja la silla de director de La Luciérnaga, donde lideró el programa más influyente de la radio colombiana. Ha sobrevivido la presión de varios gobiernos, el reemplazo de todos sus miembros, la llegada arrolladora de Internet, múltiples intentos de competencia y hasta las peleas entre sus propios integrantes. Ahora deja a Gustavo Gómez esa silla de director, y el peso de sostener este programa en su delicado equilibrio, y de permitirle mantenerse sin la influencia del doctor Peláez.

Esa influencia no está solamente en La Luciérnaga, o en el Pulso del Fútbol que seguirá presentando a la hora del almuerzo. Se siente detrás en los cientos de personas que, como yo, estudiamos periodismo por este maestro. Hernán Peláez sobrevivirá a sus programas: estará detrás de muchos jóvenes que hoy en día escribimos piezas como esta humilde columna. Mañana se va Peláez, quedamos muchos que esperamos emular y refinar esa sabiduría mostrada durante años en la radio colombiana.

lunes, 2 de junio de 2014

De Boyacá en los campos

Ha ganado Nairo Quintana el Giro de Italia. Ha quedado Rigoberto Urán segundo. Ha conseguido Julián Arredondo la camiseta de líder de la montaña. Tres ciclistas a los que se deben sumar los Fabio Duarte, Leonardo Duque, Jarlinson Pantano y demás corredores del Team Colombia, aquella agrupación de Coldeportes que por segundo año consecutivo justificó con creces su llamado por parte de la organización del Giro y que, ahora, clama por ser un equipo Pro Tour. Y también Betancur, Sergio Luis Henao, los ciclistas de toda Colombia. Todos ellos son unos héroes, así la luz esté en estos momentos sobre el boyacense y los dos antioqueños.

Por supuesto, la luz más brillante está en Cómbita, aquel pueblo que para muchos colombianos solo sonaba de rebote como el nombre de la cárcel de altísima seguridad donde son aislados los presos más peligrosos del país, así como los que están solo de paso para pagar penas a Estados Unidos. Claro, la cárcel queda pegada a Tuta, junto a un albañal sedimentado que contiene las aguas negras y sin tratar de Tunja, mientras la vereda donde don Luis y doña Eloísa criaron al pequeño Nairo queda en el otro extremo del municipio, cerca de Arcabuco y de las rampas que inician la vía a Bucaramanga, esas mismas rampas que tenían que recorrer él con su hermana para estudiar el bachillerato. Pero están en el mismo municipio.

Y la verdad es que así son las cosas en estas tierras. Boyacá, este departamento de montañas con todos los tonos imaginables del verde, bañado por la luz quemante del cielo diáfano de las alturas, es una tierra muy grata para el visitante, pero llena de contrastes que no se ven mucho porque acá no pasa mucho. O al menos es una tierra muy tranquila a comparación de la vorágine sempiterna que son las noticias diarias en este país. Para la muestra, la desgarradora comparación entre un Nairo al que no le sobró nada pero tampoco le faltó al lado de los suyos hasta que se lo llevaron a España, y un Rigo al que le tocó vender chance para mantener a su madre después de que los paramilitares asesinaran a su padre.

Eso no vende. Tal vez por eso el periodista que escribió la famosa Carta a Nairo en 2010 salió con una historia trágica del pobre niño que nada tenía y que debió salir de la más abyecta pobreza, tanto que al propio Quintana le tocó después salir a contradecirlo. "Somos humildes pero no pobres", dijo. Y eso somos en Boyacá. Acá la gente no se muere de hambre así no tenga grandes lujos, y eso, porque cuando el hijo llega a la capital y triunfa allá es capaz de mejorar la casita de los padres. Pero cada vez se ve menos eso acá.

En la misma entrevista en la que el héroe de Annecy-Semnoz y del Val Martello negó rotundamente la versión de su carta, explicó su apoyo al paro agrario de 2013, y seguramente al de 2014 también lo apoyó. Es absurdo, dice Nairo, que uno cultive para pérdidas. Así estamos los boyacenses, y por eso hubo dos paros de campesinos a los que las promesas no se cumplen. Como no se han cumplido en los últimos 25 años. No por nada, a Cómbita lo único que le han dado los gobiernos nacionales es un peaje y una cárcel de máxima seguridad.

Por eso Boyacá votó masivamente contra Santos. El 38% de los boyacenses que salieron a las urnas lo hicieron por Zuluaga, pero el 21% votó Clara López. Tunja, Duitama y Sogamoso fueron ciudades del Polo. Santos quedó de último, en un departamento eminentemente conservador (tanto en política como en actitudes) pero que está cansado de tanto incumplimiento. Eso no se ve en los noticieros sino hasta que se cierra la vía 55, se deja una semana a la capital incomunicada y comienza a escasear el dinero. Ahí sí viene Luis Carlos Vélez a comparar a Tunja con Damasco y a darse cuenta que no hay un aeropuerto.

Por eso es un orgullo ver a los boyacenses celebrando el triunfo de Nairo en Trieste, pero es un orgullo agridulce, cuando de estos campos los valientes manifestantes solo consiguen promesas vacías. De estos campos van a salir cosas grandes. No quisiera ver a la política apropiándose de los logros de Nairo y Rigo, y si alguien se va a apropiar de eso ojalá sea solo Coldeportes, que lo merece por el apoyo al actual Team Colombia y al 4/72 con el cual Nairo corrió el Tour del Avenir 2010. Pero como se lo van a apropiar igual, ojalá sea con algo que realmente ayude a los boyacenses, y a los antioqueños por fuera de Medellín, y a todos aquellos campesinos que solo cuentan cuando sus hijos son estrellas o mueren.

miércoles, 19 de marzo de 2014

El Alcalde que no nos merecemos

Ahora que el Presidente de la República decidió aceptar la decisión del Consejo de Estado e ignorar los argumentos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Gustavo Petro definitivamente no es más alcalde de Bogotá. A partir de este jueves el Ministro de Trabajo, Rafael Pardo, será el alcalde encargado de la ciudad, que tendrá que aguantar la riada de madrazos y peleas que se está formando mientras escribo este artículo. No voy a escribir sobre eso, porque el miedo y el asco de ayer todavía siguen.

Las palabras de cierre de Santos en la declaración sobre el tema Petro muestran una cosa interesante. Santos no destituye a Petro de buena gana: lo hace porque el Procurador se lo pide y porque está obligado a cumplir la Constitución de 1991 y las leyes. Esas son las funciones de su cargo, que no su puesto. Además, reconoce que la designación de Pardo está impulsada, principalmente, por el tema de la ciudad al garete del que ya he hablado bastante.

Me parece bien que se haya designado a un tipo serio como Pardo como alcalde encargado. Es más: debería dejárselo los 20 meses que faltan para el 1 de enero de 2016, aunque creo que las mismas leyes que obligaron a Santos a firmarle la carta de despido a Petro exigen que se haga una elección extraordinaria. Para mí, una botadera de plata. Y es una cosa triste, aunque algo lógica: los bogotanos no nos merecemos a Pardo como alcalde.

Tiene que ver en parte con la posición de ayer. Rafael Pardo es un tipo que ha pasado por absolutamente todas las ramas del Gobierno, trabajando como castor: en silencio, pero con un resultado extenso. Negoció la paz con el M19, así que los petristas furibundos que se reúnen en la Plaza de Bolívar no pueden salir a decir que es una decisión de carácter fascista (ya lo han intentado). Está llevando a cabo una revolución silenciosa en Mintrabajo, la misma que efectuó en el Ministerio de Defensa cuando fue nombrado, en tiempos de Gaviria, como el primer civil en dicho cargo. Está intentando llevar seguridad social a grupos que nunca la han tenido, como los taxistas y los futbolistas.

Pero esta ciudad no lo merece. La labor de corregir 10 años de mal gobierno y 50 de bandazos con cosas tan elementales como el Metro y la Avenida Longitudinal de Occidente no pueden ser corregidos de un día para otro. Bogotá es una ciudad con unos problemas demasiado grandes y con una población excesivamente impaciente y crítica, como bien lo conocen los directivos de Millonarios y Santa Fe. Ante la primera pifia el bogotano salta a la yugular. Y un tipo como Pardo no debería estar todos los días lidiando con la pelotera eterna de aguantar a petristas y uribistas. Tendrá que trabajar febrilmente como castor evitando que su represa llamada Bogotá se reviente, mientras por dentro las termitas se la comen.

Quisiera creer que el tipo que logró negociar la paz con el M19, que se inventó el Bloque de Búsqueda para dar de baja a Pablo Escobar y que pretende acabar con las marranadas de los Cadenas y López será el tipo que desarme el nudo gordiano de Bogotá. Muy probablemente sólo esté tres meses en ese cargo mientras los bogotanos se desgañitan sobre si es mejor elegir a Pachito o a cualquier otro paracaidista que llegue, y por tanto no va a poder desatar este nudo gordiano al que se le sigue echando y echando metros de cuerda. En un país decente Pardo hubiera sido ya presidente. Ahora le toca ser el apagaincendios de turno.

Adenda: Al final al Presidente le tocó tomar la decisión menos peligrosa para el país de todas. Aceptar que la CIDH podía echar para atrás las sanciones de la Procuraduría hubiera, probablemente, dejado contento al petrismo, pero también hubiera abierto una tronera en este país de leguleyos por la que los Sammys, Gatas, Curis y demás ratas volverían por sus fueros. Supongo que en el documento que mañana la Cancillería enviará a Washington aclarará eso. Esperemos que entiendan. Y sobre todo, que los petristas entiendan ese detalle.

martes, 18 de marzo de 2014

Miedo y asco en Bogotá

Ya. Por fin. El Consejo de Estado decretó que las tutelas para contrarrestar la sanción de la Procuraduría a Petro eran inválidas, y cada vez le quedan menos alternativas al Alcalde en el proceso de dilatar su salida del Palacio Liévano. El cargo más importante de Bogotá queda a la espera de que el Presidente firme el decreto de despido para que lo saque con Verónica, Bacatá y los niños a la vida privada.

Así se da el último capítulo de esta historia (aunque como novela colombiana mala, cada vez la alargan más y más), en la que nadie ganó: Bogotá pierde. No porque yo sea petrista. Lo fui, pero su polarización intentando dividir la ciudad en copartidarios y oligarcas, así como sus manotadas de ahogado para intentar que el pueblo ignorara los errores evidentes de su mandato y así aferrarse al cargo de burgomaestre, fueron repelentes.

En estos momentos las redes sociales tienen más celebraciones y madrazos que en una final de fútbol. Los antipetristas celebran con un ánimo revanchista, como si mañana fuera la ciudad a amanecer convertida en París o Hong Kong, con clima soleado, sin trancones ni smog. Los petristas, por su parte, rumian venganza a las oligarquías que acabaron con la izquierda bogotana. Pero ambos lados lo hacen cómodamente sentados en sus computadores, o en sus celulares. ¿Acciones? ¿Cuáles? Lo que importa es que me oigan, maestro.

Yo trato todos los días de ser un mejor bogotano. No voto basura en las calles. Mañana pagaré mis impuestos cumplidamente. Uso el Sistema Integrado de Transporte Público cuando puedo. Reciclo. No me paso los semáforos en rojo, y las raras veces que voy conduciendo tampoco armo tres o cuatro carriles para ganarle 10 segundos a la vida. Por eso me duele ver una ciudad que se derrumba, pero lo que más me duele es ver cómo los odios y las broncas están pasando por encima de este derrumbe y señalándolo, pasándose la pelota de una ciudad que tiene mucho para hacer y nadie que lo haga.

La persona que Santos nombre para apagar el incendio tendrá un reto: evitar que los bogotanos se cojan a puño y pata por las broncas pasadas, mientras intenta corregir 10 años de malas alcaldías, aunque los primeros cuatro y los últimos dos tuvieron cosas positivas. Muy posiblemente no vaya a hacer nada, porque a decir verdad su trabajo será el de un técnico de fútbol al que llaman con el equipo eliminado en la fecha 14, y que sabe que en la 18 va a salir. Pero con el poder que lleva consigo su puesto (que no cargo) como alcalde, muy posiblemente todos los oportunistas y lagartos que no están ya comprometidos en el Congreso o en las elecciones presidenciales saltarán a buscarlo.

Y ese es el mayor problema de todos. Como dije hace dos meses, Bogotá necesita un administrador, no un político. Ese administrador no se ve por ninguna parte, y aun así, Santos no va a nombrar uno en medio de una campaña política tan reñida como la que se viene. No soy de los que creo que vaya a entrar Pachito, pero tampoco creía que Peñalosa tuviera futuro político y ahí está, de candidato verde, listo para quemarse. Pero quién sabe.

Bogotá me da miedo y asco. Miedo de ver su decadencia, no solo impulsada desde Liévano sino desde las trincheras que atacaron por todo lado a su ocupante. Asco de sus habitantes, más encargados de odiar que de poner su granito de arena para que esta ciudad mejore. Acá puede venir Fiorello La Guardia, Rudy Giuliani o el barón Haussmann: si nosotros no les colaboramos, no van a hacer nada. Y vamos a gritarles "ineptos" a diestra y siniestra, embarcados en nuestros odios. Esa fue la gran lección del primer mandato de Mockus. Y se nos olvidó. Me da miedo nuestra mala memoria. Asco de lo que resulta de eso.

Adenda: Con las medidas cautelares de la CIDH, en Bogotá se volteó la torta. Pero la situación sigue igual. Y el miedo y el asco son constantes.

viernes, 7 de marzo de 2014

Carta del pendejo frustrado a su amor perdido entre las adulaciones

Querida:

Qué triste es ver en lo que te has convertido.

Hubo un tiempo en el que me encantaba tu inocencia. Sabías lo que tenías, pero no lo que eras capaz de hacer con eso. Eras una persona con una simpatía y una felicidad evidentes, se te notaba cada vez que tomabas una taza de café, veías un atardecer o leías en tu celular un mensaje. La sonrisa de la niña pequeña que habitaba en ti te transformaba, a pesar de los impulsos que te generaba tu trabajo y tu novio.

Cuánto cambiaste por él. Te empezó a importar lo que antes no te importaba. Eras mucho más accesible entonces, antes de que te cambiaran por una niñita que lo único que tenía mejor que tú era un auto propio y un apartamento en La Cabrera. Tú seguías viviendo con tus padres.

En ese momento estabas perdida, y buscaste cualquier cosa. Tal vez cuando decidiste aferrarte a mí lo hiciste sin pensar: lo que necesitabas era algo para aferrarte. Nunca te fijaste en las dificultades, en lo que yo podía hacer. Te amé y te amo, pero no era capaz de aceptarlo. Tú conoces el dicho. Vi a Dios y me asusté. Tuve mi oportunidad y la perdí, y te perdí.

Desde entonces, cada vez te has rodeado más de un grupo de insensatos que te adulan y te idolatran. Crees que juegas con ellos, te diviertes dándole cualquier migaja. Y te has alejado de lo que eras. Ahora no solo sabes lo que tienes, lo usas. Y eso me da asco.

Qué triste es ver en lo que te has convertido, querida. No solo porque has perdido esa inocencia, sino porque en el camino te has convertido en algo desagradable, en una abeja reina que se alimenta del trabajo de los obreros y de los zánganos. En un viejo en el parque que se divierte viendo cómo a su alrededor revolotean las palomas, prestas a recibir cualquier migaja.

¿Por qué lo sé? Porque yo mismo estuve entre esas palomas.


Un día me di cuenta que ya no quería esas migajas. Que no quería ser un obrero peleando por el privilegio de los zánganos alrededor de la reina. Algún día todos ellos huirán, para crear su propio panal, y te quedarás poco a poco sola extrañando esos días y esos meses en los que eras inocente, y la sonrisa que tenías no era la de un viejo dando pan a las palomas en el parque, sino la de una niña pequeña detrás de una taza pequeña de café.

Espero que seas feliz, pero también espero que esa felicidad sea verdadera, no ese remedo de felicidad que te dan los zánganos en tu panal.

lunes, 24 de febrero de 2014

Es mi primer día

(N. del C. de R.: el pasado sábado estuve en mi primer cubrmiento en el Estadio El Campín, preciso para un clásico. Estas son mis reflexiones. Para ver cómo quedó el partido, por acá.)

Subes al ascensor. A tus pies, la carrera 30 se va haciendo más pequeña. A tu lado hay un tipo que has visto antes y no recuerdas en dónde. A tu otro lado, Antonio Casale te pregunta cómo vas.
-              Bien, es mi primer día.
-              ¿Y de dónde viene?
-              La credencial dice golgolgol.net pero la página ya no la maneja la empresa, entonces…
-              ¿Cómo así, ahora golgolgol no es de Claro?
-              Sí es de Claro, pero ahora la hacen en Miami.
-              Ah, de razón – te interpela el otro. Ya recuerdas dónde lo viste: en Dimayor, el día en que reclamaste la credencial de prensa. Es de la página oficial de la Liga. – Uno entra y nunca había nada actualizado.
Te bajas del ascensor. Acabas de darle una chiva al del programa de deportes de RCN en la mañana, y de La FM por la tarde. Giras en una esquina y el panorama te abruma. Treinta mil personas están reunidas en el Estadio El Campín, esperando para ver el clásico capitalino número 278 entre Millonarios y Santa Fe. Más del 70% del estadio está de rojo, pero hay un gran contingente azul también. No puedes evitar emocionarte. Ni preocuparte.
Te preocupas por todo. ¿Sí servirá el WiFi? ¿Resistirá la batería al computador? Acá no hay repeticiones, ¿y si te pierdes algo? ¿Habrá puesto en la tribuna de prensa? ¿Habrá electricidad? Recuerdas que durante la semana tus colegas hicieron protesta contra el IDRD, porque ahora quieren cobrar “el pupitre”, como llaman las sillas reservadas para periodistas que están en el centro del tercer piso de la tribuna occidental del Estadio, como si fueran las boletas más caras. ¿Y si las cobran? Tienes diez mil pesos en el bolsillo.
Desde hace más de diez meses esperabas este momento. Mientras los altoparlantes anuncian que la fuerte lluvia que te lavó al salir de tu casa, a unas 15 cuadras al sur, va a retrasar el partido media hora, piensas en el día en que un conocido del foro de fútbol te mandó un mensaje privado. “Tengo entendido que usted estudia periodismo. ¿Le interesa trabajar en una página de fútbol?” Por supuesto, le dijiste. Te hicieron una prueba con un partido de Champions League, y luego te soltaron la vaca loca. Tu primer partido, un Equidad – Huila. La crónica ya no existe: la página cambió de dueños.
El parlante anuncia que el partido va a empezar a las 5:40. ¿Cómo? La batería no te va a resistir tanto. Comienzas a probar todos los enchufes que están debajo de los puestos. Incluso uno de los camarógrafos te ayuda pero no, no hay electricidad. Te resignas, cierras el computador mientras llega la hora y lees Twitter en tu celular. Te sorprende la rechifla de la tribuna: ves a los árbitros salir por el túnel, los equipos saltan a la cancha. Levantas el pupitre, haces a un lado el computador. Cantas el himno de Colombia, gritas el de Bogotá. Como las otras treinta mil personas presentes.
Inicia el partido. El Internet no carga: no solo tienes que hacer la crónica del partido para la página, sino también comentar en el minuto a minuto que se verá en otros dos sitios. Te das cuenta de lo distinto que es esto a hacer lo que haces en la casa. Allá te limitas a ver lo que las cámaras te dejan ver, casi siempre el balón. Acá puedes ver todo: cómo Dayro Moreno está solo, la gritería de Juan Manuel Lillo, las proyecciones de los delanteros buscando el pelotazo de Omar Pérez, las porristas que se mueven sin que nadie las vea.
Y el ruido. Detrás de ti están las cabinas de radio, selladas para que el ruido no se sienta. Puede que en el Fortaleza – Patriotas que cubriste más temprano desde tu casa no necesiten eso: la bulla que hacen 400 personas apenas se siente. Pero cuando son treinta mil, sientes al estadio trepidar. Sabes que tiene más de 75 años esta estructura, aunque fue remodelada hace tres. La sientes temblar y no importa.
A tu lado está una muchacha con un iPad. Al otro, el de la Liga está con un amigo y sus respectivas parejas. Los seis somos hinchas azules, aunque ninguno lleva una prenda distintiva: te das cuenta porque cada uno insulta en bajo volumen cuando Millonarios pierde la pelota. El fútbol es un deporte pasional, y cubrirlo implica dejar de lado las pasiones. No puedes saltar ni gritar ni putear duro. Son los sacrificios del oficio.
Pero estás ahí, en el estadio. Y mientras todos tienen que pagar para ir, a ti te pagan por ir. No importa que chupes frío, que el pupitre no tenga luz, que la empanada valga $3000 cuando en el barrio una igual está a $1200, que tengas que cargar con maleta y cuidarte mucho para que no te la roben antes de llegar, que no puedas gritar “árbitro hijueputa” cuando se lo merece. Estás ahí, en las mejores sillas de todo el estadio, y te pagan por eso.
Te fue bien. El aviso de “batería baja” llega justo cuando asoma la paleta indicando el tiempo de adición. Debes bajar al centro de medios con el pitazo final, porque ahí sí hay energía, pero no vista a la cancha. Te preguntas si en una de esas te dejarán entrar a una cabina, que tiene corriente. Hay un gentío esperando en la puerta del ascensor: unos bajan a la sala de prensa a esperar a los técnicos, otros quieren irse.
Al final Millonarios ganó. Entre polémicas, a los golpes, pero se fue vencedor del clásico 278. Sabes que el lunes llegarás a la universidad y podrás burlarte de los hinchas cardenales, de los cuales estás seguro que varios estaban allá abajo. Pagaron boleta para ver a su equipo perder. Y te sale una sonrisa maliciosa: te pagaron para ver a tu equipo ganar. El fútbol es de pasiones, y aunque lo quieras negar, estás seguro que en tu crónica, a la que le falta todavía una pulida, se filtró la pasión por el fútbol y por Millonarios, aunque ganó bien.
-              Hágame un favor, ¿dónde queda el centro de medios?
-              ¿No sabe, joven? Acá, a la derecha y al final del pasillo.
-              Gracias, qué pena… es que es mi primer día y…
-              Tranquilo, joven. Todos tuvimos un primer día y a todos nos tocó un susto.
Las últimas palabras las oigo con una voz que identifico inmediatamente. Es Gabriel “Chemas” Escandón, el reportero de Caracol Radio, que baja a la rueda de prensa. Y al final, luego de esperar un buen rato en la zona mixta, cuando te dejan salir y empiezas el camino a tu casa, las palabras de Chemas resuenan en tu cabeza. Fue tu primer día, pero estás seguro que va a ser el primero de muchos más.

lunes, 13 de enero de 2014

Tumbaron a Petro: Bogotá busca administrador

La carrera de amplios sectores de la opinión pública para buscarle el quiebre a Gustavo Petro y bajarlo de la Alcaldía de Bogotá llegó a su fin. Esta tarde la Procuraduría General de la Nación dejó en firme la decisión de destituir al alcalde y sancionarlo por 15 años por el problema de las basuras, que en su momento se comentó en este humilde sitio. Por tanto, se avecina una nueva campaña electoral (otra más) en medio de las de Congreso y Presidente.

Lo otro que se avecina es una radicalización de la política bogotana que es cada vez más peligrosa. Por un lado, el propio Petro salió a exigir movilización popular en Facebook, Twitter y los medios masivos:



 Por otro, los mensajes tanto en apoyo como en repudio a la decisión del Procurador han sido cada vez en tonos más altos. Los petristas han lanzado su apoyo al alcalde en tono de lucha de clases (evidentemente, siguiendo el ejemplo de su líder) y demeritando completamente las instituciones. Los antipetristas lo han hecho con una posición totalmente revanchista, e incluso se atreven a asegurar la estupidez de una elección de Francisco Santos en las votaciones atípicas de abril.

El problema más grande de todo esto es que, simplemente, la ciudad no tiene para avanzar. En un momento crítico para Bogotá, en el que apenas se estaba empezando a recuperar lo perdido y lo robado durante más de tres años de la nefasta alcaldía de Samuel Moreno, la ciudad vuelve a quedar al garete. Y algo más preocupante, el que llegue entrará con la oposición de un bloque importante de la población.

Si gana alguien de la Alianza Verde o del Polo (digamos, un Carlos Vicente de Roux o Aurelio Suárez), tendrá la misma oposición que tuvo Petro y que tuvo Clara López. Le pondrán los mismos palos en la rueda, empezando por el propio Inquisidor Ordóñez. Tendrá en su contra a todos los que no fueron capaces de ver el lado positivo en decisiones de la alcaldía Petro como el cambio del Pico y Placa, el mínimo vital del agua y la salida de los caballos de la ciudad. Seguirá siendo confundido con Samuel Moreno y el carrusel de la contratación.

Si gana alguien de derechas (digamos, un Carlos Fernando Galán), tendrá la oposición del 32% de los bogotanos que votó en octubre de 2011 por Petro. Se lo asociará con Ordóñez, con el robo de los concejales del carrusel de la contratación, con los paramilitares como el propio alcalde ya lo ha hecho, y será altamente criticado por cualquier decisión mala que vaya a tomar. Y sobre todo, como mucha de la gente que hoy celebra la decisión de Ordóñez cree que la ciudad va a estar perfecta apenas Petro salga del Palacio Liévano, cuando se encuentre conque las cosas van a estar igual se le va a ir en contra.

El grave problema con todo esto es que la ciudad está al garete en uno de los momentos más importantes de su historia. Bogotá tenía entre sus proyectos principales del 2014 el desarrollo Metro, la culminación del montaje del SITP, la planeación del Transmilenio en la Boyacá, la apertura de la planta de tratamiento de Canoas, las obras de la valorización, la implementación del POT, la construcción de los colegios para el montaje de la jornada única, la recuperación de los hospitales desangrados durante la alcaldía Moreno, etcétera.

Hoy, 13 de enero, puedo decir con toda certeza que esos proyectos no se van a realizar este año. Los primeros seis meses se perderán en las trabas políticas que impone una elección atípica. Después depende de los antojos del nuevo alcalde y su equipo, que puede decir si se le da la gana que el POT no sirve, que el Metro no debe ir por la 13 sino por la Séptima, que el SITP puede competir con los buses corrientes... en fin. Y como el alcalde que salga elegido tendrá que dejar su lugar en diciembre de 2015, no tendrá tampoco tiempo para desarrollar sus proyectos. Dos años perdidos.

Para empeorar las cosas, en este país hay algo que no se olvida: los odios. Para la muestra, un botón: hace 25 años se hizo la paz con el M19, pero igual a Petro se le sigue diciendo guerrillero. En octubre del año próximo, cuando las elecciones ordinarias se realicen, lo más probable es que la situación política de esta ciudad esté igual. Y que nuevamente se tome la Alcaldía como un trampolín a la Presidencia, cuando Bogotá no necesita políticos: necesita administradores. Bogotá necesita nuevamente un Fernando Mazuera o un Enrique Peñalosa (el que entró a Liévano, no el gurú de Transmilenio y experto en quemarse en cualquier elección que salió de la alcaldía).

Las elecciones de 2011 fueron elecciones políticas y las ganó un político, Petro. La ciudad le quedó grande a Petro pero no por falta de habilidad: el alcalde decidió darle preponderancia a su labor política y no le puso la atención necesaria al tema administrativo. Ahora, con Bogotá nuevamente a la deriva, la misión de los bogotanos es conseguir el mejor administrador posible. Alguien que pueda hacer en los 18 meses que tendrá algo para encarrilar a la capital y recuperar lo que se perdió en los tres años de alcaldada de Sammy, y en los dos de pelea de Petro contra todos. Ojalá aparezca...

Adenda: Como cualquiera que vea fútbol sabe, el "que se vayan todos, que no quede ni uno solo" no sirve de nada.