jueves, 8 de marzo de 2012

Reverencias a la irreverencia

Hoy es 8 de marzo, día en el que se conmemora la lucha de miles de mujeres trabajadoras en el mundo para conseguir condiciones de trabajo similares a la de los hombres, lucha que aún hoy está pendiente. Por supuesto, el nombre "Día Internacional de la Mujer" dio para todo, desde conmemoraciones en la órbita comunista que convirtieron el día en una celebración a la mujer patriótica que peleó en la Segunda Guerra Mundial, hasta la conmemoración netamente comercial en donde no falta la vieja que espera que le gasten todo, y para colmo, todo más fino que lo normal. Pero ese, aparte de un saludo a todas las mujeres que son capaces de luchar en un mundo injusto para ellas, y de sacar adelante familias, negocios y países, no es el objetivo de este post.

La razón de este post es muchísimo más mundana. Simplemente, es una crítica - pelea contra la pose de irreverentes que domina hoy día todo lado. Pose que, sin lugar a dudas, ha sido influida por los vendedores de camionetas Duster (?) Martín de Francisco y Santiago Moure, que demostraron la viabilidad de hacer humor por la mañana en la radio, y ahora nos toca aguantarnos los chistes de Candela, Olímpica, Radioactiva, La Mega y prácticamente toda emisora que no sea de noticias. Nunca he puesto Planeta Fútbol en Antena 2, pero estoy seguro que tienen los mismos chistes a bordo.

Por qué? Porque en este país se creyó que la irreverencia es simplemente el humor chocante, la falta de respeto y esas cosas. Se tomó demasiado literal la definición de irreverencia, que es falta de reverencia; entendiendo esta última como el "respeto o veneración que tiene alguien a otra persona" (DRAE, 23a edición). Entonces, como para ser irreverente se tiene que perder dicha veneración, se falta al respeto de estas personas en el proceso. Es así como se convierte el comentario agudo en chiste obvio, la crítica en ofensa, se le pone lo pendejo a la pendejada.

Para la muestra, botones sobran hoy. Por ejemplo, los que toman la voz del Bolillo Gómez para hacer chistes de pésimo gusto relativos a la violencia femenina. O la gente que cree que es directamente ofensivo dedicar Mujeres de Ricardo Arjona, sólo porque es un cliché. O quienes, por rechazar el comercialismo del día de la mujer, lo comparan con el día del contador. O, pasando a rubros menos relacionados a la fecha, los que hacen chistes sobre la edad de Amparo Grisales, irrespetando así los derechos de esa pobre y botúlica anciana.

Porque lo otro es la reverencia que se tiene a dicha pose, situación que los agentes comerciales de Renault (?) Moure y de Francisco habían notado en su tiempo de El Siguiente Programa. Hay gente cuya vida parece girar alrededor de la tendencia a ser siempre chistoso, siempre irreverente, siempre buscando ese humor chocante. Sobre todo en las redes sociales, donde son una subespecie de la diva twittera, también conocida como Twitstar: son el "ácido", "sarcástico" y "crudo" que han devaluado esas tres palabrejas haciéndose los malos y buscando una repulsión que, paradójicamente, atrae gente porque dice "uitz, qué irreverentes". Y así terminan prendiéndole velas a dicha ofensa. Terminan venerando el concepto de la falta de veneración al prójimo, algo tan meta que me queda grande explicarlo más claramente.

En ese punto se vuelve cliché el chiste del Bolillo. Se da por sentado que una emisión de Yo me Llamo va a tener por ocasión número 455 el chiste de Amparo Grisales y el Ron Joven (o Nuevo) de Caldas. Se espera ver el mismo chiste de los tres huevitos en la columna de Daniel Samper Ospina en Semana, si dio la casualidad de ser noticia un uribista. Se repiten los mismos chistes flojos de, y sobre, Za-Za-Zableh. En fin.


El resultado final es una depauperación del concepto final. Sucede lo mismo que con la canción de Arjona: ya no se rechaza el chiste porque no se nota. Se pierde el concepto de la falta de reverencia, y se convierte en un adorno más, efectista y chambón, para conseguir unas risas. Y así pasamos de las genialidades de Klim a la burla barata del sobrino del bojote. La maestría humorística de Martín y Santiago degeneró en los chistes de Hassan y Piter Albeiro. La inspiración, la búsqueda de variantes, se pierde porque todo el mundo prefiere seguir viendo Yo me Llamo y reírse de nuestra antediluviana diva, que ver el talento en Colombia y a su sucesora, la prematuramente envejecida Alejandra Azcárate.

Incluso es probable que usted, querido lector que todavía está acá y no puteando por las contradicciones en que caí, no se haya dado cuenta de ellas. Vuelva a ellas y reflexione. Con la necesidad de mantenerlo a usted entretenido, tuve que caer en lo mismo que critico. Por qué? Simplemente es el camino fácil. La inspiración no me da para ser un Jaime Garzón; tengo que ser un José Ordóñez. Me toca volverme Tinelli para camuflar mi propia imposibilidad de homenajear al Negro Fontanarrosa. Y termino cediendo al cliché  de dedicar Mujeres de Arjona hoy porque sinceramente no se me ocurre qué más dedicar.

Para cerrar, una reflexión que nos lleva a la Grecia helenística. Los filósofos cínicos consideraban que la búsqueda del placer requería, como uno de sus tres pilares, la anaideia, derivada de "an", no, y "aidós", reverencia: irreverencia. Aún así, la anaideia cínica (de la filosofía de los cínicos, no del cinismo) no era burlarse de todo o faltar al respeto: era simplemente seguir los impulsos propios si le place a uno, sin ceder a las convenciones que dicen que, por ejemplo, Arjona es boleta y dedicar Mujeres de Arjona hoy lo hace a uno boleta. Esto, para ellos, era uno de los secretos que conduce a la felicidad: ser uno mismo y no preocuparse por el qué dirán. Ese es mi mejor concepto de irreverencia, la anaideia cínica. Y me acogeré a este.


Feliz día a todas las lectoras de este humilde blog.

jueves, 1 de marzo de 2012

La caminante


- Y ahora nosotros, qué?

Se habían conocido en el periódico. Mónica era una reportera novata, ávida de comerse el mundo pero que tuvo que estrellarse con la realidad: tendría que empezar con los trabajos más desagradables, los cubrimientos que nadie quería cubrir. Guillermo era un fotógrafo veterano, un gran personaje, que había llegado a conseguir premios con sus imágenes, pero que en el periódico realizaba una labor casi docente: el editor lo mandaba con los practicantes y novatos, para darles cancha a ellos con un expertoy hacer que perdieran el miedo escénico.

Mónica era una reportera atractiva. Su marcada delgadez, que no impedía que se le marcaran dos senos redondos en su blusa, hacía que se viera más alta que el 1.70 que medía. También le daba una apariencia delicada, cortada por la fiereza de sus ojos oscuros e inquisitivos y por su largo pelo cobrizo. Y esa fiera mirada la convertía en una mujer echada pa’lante, la novata que menos necesitó de la ayuda de Guillermo para lanzarse a preguntar, a veces demasiado incisiva, pero siempre precisa.

Y por eso mismo, él quedó atraído por la recién llegada. Un día que iban a cubrir un feo incidente en Paloquemao, Guillermo se lanzó a la loca a decirle que se tomaran una cerveza al salir del trabajo. Ella aceptó, aunque con alguna reticencia. Total, si algo se devolverían temprano y no pasó nada, se dijo. 

Esa salida hizo que Mónica se sintiera atraída por el maduro fotógrafo, con un humor excelente y capaz de salpicar su conversación con todo tipo de anécdotas laborales y personales. Las horas pasaron y las anécdotas se convirtieron en infidencias, las cervezas en aguardientes, las infidencias en confesiones y en besos, y finalmente se llevaron al borde de la borrachera el carro del periódico, tomaron rumbo a Chapinero y se desviaron atraídos por las luces de neón.

Mónica no estaba segura de qué pasaba. Se habían besado como si nada tras el primer trago de aguardiente, pero de un momento a otro la lujuria se los llevaba puestos. Y los besos se prolongaban, se acompañaban con caricias y toques; cuando Guillermo le propuso ir a un motel, ella aceptó de inmediato. Se manosearon hasta el alma en el ascensor, pero al llegar él la sirvió como un banquete; la desvistió con calma, repasando lentamente cada centímetro de su piel, primero con las manos, luego con la lengua; la masajeó cuidadosamente, tuvo tiempo de catar generosamente sus salsas y finalmente procedió a comer el plato caliente; con gran esmero disfrutó cada mordisco, cada gemido y cada contracción. Mónica se sentía en el paraíso, e incluso le dio la oportunidad de recibir una segunda porción.

Guillermo, con una resaca ligera por el aguardiente y agotado por la falta de sueño, se levantó a fumarse un cigarrillo. Mónica, con la piel de gallina por lo que acababa de suceder, lo vio en la contraluz tenue del amanecer. Ya no era el compañero de trabajo que se sentía casi paternal cuando la aconsejaba en los cubrimientos, ni el brillante periodista lleno de historias con una frase ingeniosa para cada situación: era un tipo con cierta barriga de más de 40 años que tiraba muy bien, sí, pero que podía ser fácilmente su padre. Se sintió vulnerable y vulnerada.
 
- Y ahora nosotros, qué? - dijo dubitativa mientras su pareja se ponía los calzoncillos.
- No lo sé - respondió Guillermo. - Sólo sé que en el periódico no pueden enterarse.
- Claro, las relaciones entre empleados.
- No. Si se enteran, mi esposa me mataría.

Esa misma tarde, Mónica presentó su renuncia al periódico y compró un tiquete aéreo. Con las credenciales que tenía, estaba segura que iba a conseguir un excelente trabajo en Buenos Aires.