viernes, 11 de junio de 2010

La Nacional de civil

Mis lectores, creo, conocen que yo estudié 6 años en la Universidad Nacional. Un tiempo de economista y otro de ingeniero químico, lo que ahora parece un contrasentido, siendo que pretendo asentarme en el Rosario como periodista. El miércoles anterior, volví a la Nacional por motivos que están más allá del alcance de este post (en otras palabras, no pregunte por qué). Posiblemente este post no esté hecho para hablar más de lo que vi, sino de lo que recuerdo y me activó la universidad.

Una de las situaciones más raras para el visitante que entra por primera vez a la Nacho, es descubrir la cantidad de verde presente en la Universidad Nacional. La Nacho es un lote gigantesco, que según me enseñaron en la inducción, tiene más de 130 hectáreas. Esto hace que la vista dentro de la universidad permita encontrar pequeñas joyas, como la Capellanía, ocultas entre el denso bosque; o que estudiantes aparezcan de la bruma a las 6:45, en las mañanas de mucho frío, corriendo apurados para llegar a sus clases. Y así mismo, cuando llueve o llovizna, la universidad toma un tono oscuro, gris y frío, y los charcos y lodazales causan grandes contratiempos a estudiantes, docentes y visitantes por igual.

A mí me sucedió la primera vez que entré a la universidad, por allá en septiembre de 2003. No creía que fuera tan grande, sobre todo porque esa ocasión implicó que yo atravesara casi completamente la universidad de oriente a occidente, de la portería de la 45 (donde me dejó el bus) a la Concha Acústica. Y allí descubrí, también, el verde y el problema del barro.

En los 4 años que estuve en Ingeniería, era gustoso de hacerme en un pastizal (pequeño para los estándares de la Nacional, pero más grande que muchos parques de barrio), frente al edificio de Matemáticas y al lado del de Química. Allí aprendí la importancia de ver bien a la gente. Como todo el mundo sabe, en la Nacho aparecen matriculados informantes del Ejército, milicianos de las FARC y el ELN, padres y madres de familia, hijos de papi, hijos de papi... cultor, y uno. Aún así, a mí no me importaba tanto ver a la gente por lo que era, sino intentar adivinar sus historias de fondo. Así como estaba el hijo de un funcionario poderoso del gobierno, con apartamento propio en el Chicó, laptop nuevo cada 6 meses y un carrazo para sí, a su lado en las clases también podía estar el hijo de un desplazado, que demostró ser un genio para la química y que trabaja en las bibliotecas de la universidad para pagar el préstamo beca y el bono alimentario.

Así mismo, todos esos trasfondos de las personas allí presentes, permitían diferenciar mucho a la gente de las carreras. Los de Derecho, mucho más combativos políticamente, contestatarios y hasta peleones, como infinidad de capuchos que han estado en sus aulas. Los de Ciencias Humanas, medio fritos, muy dados a las discusiones semánticas y profundas, pero también influidos intensamente por la posición de una universidad que se alinea mucho más con Andrés Caicedo que con García Márquez, que prefiere a Pérez Esquivel sobre Borges. Los de Económicas, que aparentemente andan en otro mundo, con un aumento marcado de gente de mayores estratos, y con un equilibrio improbable para los ojos del observador externo, pero que yo como insider entendí: la dicotomía de una facultad compuesta de, por un lado, niños play que no tienen ningún problema en beber Old John con sus amigotes, que, por otra parte, pueden estar en áridas discusiones teóricas sobre si es más apto un manejo económico basado en modelos keynesianos o según las teorías de  Milton Friedman; y allá al otro lado, las fortísimas declaraciones de grandes "pensadores" que, con Marx como biblia, proponen la salvación del mundo según las ideas de izquierda desde sus portátiles Mac.

Todo esto me vino a la mente viendo los apurados preparativos que hacían los de Diseño Industrial para mostrar sus trabajos finales. Entre stands con televisores Bravia, muchos portátiles y algunas presentaciones imponentes, la vida seguía trascurriendo, con no sé cuántos estudiantes de Artes contando monedas para cigarrillos, otros corriendo con maquetas, y yo, libre de toda carga académica relativa a la universidad, de observador. Recordé los cientos de veces que, apurado para llegar a una clase, o impotente por el peligro de que el parcial que acababa de presentar fuera perdido, crucé el pasillo central de Arquitectura. Me di cuenta que ya la Nacional, a donde hacía años había entrado como estudiante, o como aspirante para volver a ella, era algo pasado. Y que ahora les pertenecía a ellos, a los que están activos como alumnos.

El día de mi entrevista en el Rosario, presencié la parranda vallenata de los graduados en Jurisprudencia. Los futuros abogados rosaristas estaban ahí, y seguramente más de uno, viendo a los primíparos entrar al stand de Admisiones, dijo "ahora esto es suyo". Eso mismo quisiera decirle a aquellos que, como mi hermano, están a punto de entrar a la Nacional. Ahora esto es de ellos. Cuídenlo, muchos pelearon antes para que estuviera ahí y para que nosotros lo pudiéramos usar como nos diera en gana. No lo desperdicien, como yo lo hice.

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