Dicen que la hora más oscura es exactamente antes del amanecer. Mi experiencia dice algo diferente.
La hora más oscura suele ser a mitad de la madrugada. Todavía hay vida en la ciudad, pero es una vida tensa y difícil de lidiar porque está saturada en alcohol y en otras cosas. A esta hora, allá a lo lejos, se puede escuchar un borracho cantando a grito herido una canción injuriosa ante la que lo dejó botado. O de repente, pasa rauda una moto a toda velocidad cargando licor para quienes no quieren enfrentarse ante mi situación actual: solo, con frío, viendo llover en una cama a oscuras.
Y una luz, la del teléfono. Al otro lado, tú.
Preguntas de todo tipo, que van y vienen. Un interés que a veces parece de entrevistadora y otras veces de terapeuta, pero que a este lado se siente legítimo. No hay ganas de desconectar, aunque a esta hora ya deberíamos ambos habernos dormido.
Sabes bien que no ha sido fácil. La timidez, la ansiedad y las malas experiencias me hacen mover de una manera distinta a la que este mundo está acostumbrado: más frontal, más directo, a veces, hasta golpeado. Al otro lado, se te nota más seria, aunque siempre parece que escribes con una sonrisa. No sé cómo lo haces pero pasa lo mismo aquí, así no te lo diga. Así te pongas nerviosa cuando lo leas.
Dicen que la hora más oscura de la noche es la que pasa justo antes de que aparezca la primera luz del amanecer. Mi experiencia dice algo diferente, pero la luz viene de ti, no del sol.
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