martes, 18 de marzo de 2014

Miedo y asco en Bogotá

Ya. Por fin. El Consejo de Estado decretó que las tutelas para contrarrestar la sanción de la Procuraduría a Petro eran inválidas, y cada vez le quedan menos alternativas al Alcalde en el proceso de dilatar su salida del Palacio Liévano. El cargo más importante de Bogotá queda a la espera de que el Presidente firme el decreto de despido para que lo saque con Verónica, Bacatá y los niños a la vida privada.

Así se da el último capítulo de esta historia (aunque como novela colombiana mala, cada vez la alargan más y más), en la que nadie ganó: Bogotá pierde. No porque yo sea petrista. Lo fui, pero su polarización intentando dividir la ciudad en copartidarios y oligarcas, así como sus manotadas de ahogado para intentar que el pueblo ignorara los errores evidentes de su mandato y así aferrarse al cargo de burgomaestre, fueron repelentes.

En estos momentos las redes sociales tienen más celebraciones y madrazos que en una final de fútbol. Los antipetristas celebran con un ánimo revanchista, como si mañana fuera la ciudad a amanecer convertida en París o Hong Kong, con clima soleado, sin trancones ni smog. Los petristas, por su parte, rumian venganza a las oligarquías que acabaron con la izquierda bogotana. Pero ambos lados lo hacen cómodamente sentados en sus computadores, o en sus celulares. ¿Acciones? ¿Cuáles? Lo que importa es que me oigan, maestro.

Yo trato todos los días de ser un mejor bogotano. No voto basura en las calles. Mañana pagaré mis impuestos cumplidamente. Uso el Sistema Integrado de Transporte Público cuando puedo. Reciclo. No me paso los semáforos en rojo, y las raras veces que voy conduciendo tampoco armo tres o cuatro carriles para ganarle 10 segundos a la vida. Por eso me duele ver una ciudad que se derrumba, pero lo que más me duele es ver cómo los odios y las broncas están pasando por encima de este derrumbe y señalándolo, pasándose la pelota de una ciudad que tiene mucho para hacer y nadie que lo haga.

La persona que Santos nombre para apagar el incendio tendrá un reto: evitar que los bogotanos se cojan a puño y pata por las broncas pasadas, mientras intenta corregir 10 años de malas alcaldías, aunque los primeros cuatro y los últimos dos tuvieron cosas positivas. Muy posiblemente no vaya a hacer nada, porque a decir verdad su trabajo será el de un técnico de fútbol al que llaman con el equipo eliminado en la fecha 14, y que sabe que en la 18 va a salir. Pero con el poder que lleva consigo su puesto (que no cargo) como alcalde, muy posiblemente todos los oportunistas y lagartos que no están ya comprometidos en el Congreso o en las elecciones presidenciales saltarán a buscarlo.

Y ese es el mayor problema de todos. Como dije hace dos meses, Bogotá necesita un administrador, no un político. Ese administrador no se ve por ninguna parte, y aun así, Santos no va a nombrar uno en medio de una campaña política tan reñida como la que se viene. No soy de los que creo que vaya a entrar Pachito, pero tampoco creía que Peñalosa tuviera futuro político y ahí está, de candidato verde, listo para quemarse. Pero quién sabe.

Bogotá me da miedo y asco. Miedo de ver su decadencia, no solo impulsada desde Liévano sino desde las trincheras que atacaron por todo lado a su ocupante. Asco de sus habitantes, más encargados de odiar que de poner su granito de arena para que esta ciudad mejore. Acá puede venir Fiorello La Guardia, Rudy Giuliani o el barón Haussmann: si nosotros no les colaboramos, no van a hacer nada. Y vamos a gritarles "ineptos" a diestra y siniestra, embarcados en nuestros odios. Esa fue la gran lección del primer mandato de Mockus. Y se nos olvidó. Me da miedo nuestra mala memoria. Asco de lo que resulta de eso.

Adenda: Con las medidas cautelares de la CIDH, en Bogotá se volteó la torta. Pero la situación sigue igual. Y el miedo y el asco son constantes.

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