miércoles, 19 de marzo de 2014

El Alcalde que no nos merecemos

Ahora que el Presidente de la República decidió aceptar la decisión del Consejo de Estado e ignorar los argumentos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Gustavo Petro definitivamente no es más alcalde de Bogotá. A partir de este jueves el Ministro de Trabajo, Rafael Pardo, será el alcalde encargado de la ciudad, que tendrá que aguantar la riada de madrazos y peleas que se está formando mientras escribo este artículo. No voy a escribir sobre eso, porque el miedo y el asco de ayer todavía siguen.

Las palabras de cierre de Santos en la declaración sobre el tema Petro muestran una cosa interesante. Santos no destituye a Petro de buena gana: lo hace porque el Procurador se lo pide y porque está obligado a cumplir la Constitución de 1991 y las leyes. Esas son las funciones de su cargo, que no su puesto. Además, reconoce que la designación de Pardo está impulsada, principalmente, por el tema de la ciudad al garete del que ya he hablado bastante.

Me parece bien que se haya designado a un tipo serio como Pardo como alcalde encargado. Es más: debería dejárselo los 20 meses que faltan para el 1 de enero de 2016, aunque creo que las mismas leyes que obligaron a Santos a firmarle la carta de despido a Petro exigen que se haga una elección extraordinaria. Para mí, una botadera de plata. Y es una cosa triste, aunque algo lógica: los bogotanos no nos merecemos a Pardo como alcalde.

Tiene que ver en parte con la posición de ayer. Rafael Pardo es un tipo que ha pasado por absolutamente todas las ramas del Gobierno, trabajando como castor: en silencio, pero con un resultado extenso. Negoció la paz con el M19, así que los petristas furibundos que se reúnen en la Plaza de Bolívar no pueden salir a decir que es una decisión de carácter fascista (ya lo han intentado). Está llevando a cabo una revolución silenciosa en Mintrabajo, la misma que efectuó en el Ministerio de Defensa cuando fue nombrado, en tiempos de Gaviria, como el primer civil en dicho cargo. Está intentando llevar seguridad social a grupos que nunca la han tenido, como los taxistas y los futbolistas.

Pero esta ciudad no lo merece. La labor de corregir 10 años de mal gobierno y 50 de bandazos con cosas tan elementales como el Metro y la Avenida Longitudinal de Occidente no pueden ser corregidos de un día para otro. Bogotá es una ciudad con unos problemas demasiado grandes y con una población excesivamente impaciente y crítica, como bien lo conocen los directivos de Millonarios y Santa Fe. Ante la primera pifia el bogotano salta a la yugular. Y un tipo como Pardo no debería estar todos los días lidiando con la pelotera eterna de aguantar a petristas y uribistas. Tendrá que trabajar febrilmente como castor evitando que su represa llamada Bogotá se reviente, mientras por dentro las termitas se la comen.

Quisiera creer que el tipo que logró negociar la paz con el M19, que se inventó el Bloque de Búsqueda para dar de baja a Pablo Escobar y que pretende acabar con las marranadas de los Cadenas y López será el tipo que desarme el nudo gordiano de Bogotá. Muy probablemente sólo esté tres meses en ese cargo mientras los bogotanos se desgañitan sobre si es mejor elegir a Pachito o a cualquier otro paracaidista que llegue, y por tanto no va a poder desatar este nudo gordiano al que se le sigue echando y echando metros de cuerda. En un país decente Pardo hubiera sido ya presidente. Ahora le toca ser el apagaincendios de turno.

Adenda: Al final al Presidente le tocó tomar la decisión menos peligrosa para el país de todas. Aceptar que la CIDH podía echar para atrás las sanciones de la Procuraduría hubiera, probablemente, dejado contento al petrismo, pero también hubiera abierto una tronera en este país de leguleyos por la que los Sammys, Gatas, Curis y demás ratas volverían por sus fueros. Supongo que en el documento que mañana la Cancillería enviará a Washington aclarará eso. Esperemos que entiendan. Y sobre todo, que los petristas entiendan ese detalle.

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