viernes, 7 de marzo de 2014

Carta del pendejo frustrado a su amor perdido entre las adulaciones

Querida:

Qué triste es ver en lo que te has convertido.

Hubo un tiempo en el que me encantaba tu inocencia. Sabías lo que tenías, pero no lo que eras capaz de hacer con eso. Eras una persona con una simpatía y una felicidad evidentes, se te notaba cada vez que tomabas una taza de café, veías un atardecer o leías en tu celular un mensaje. La sonrisa de la niña pequeña que habitaba en ti te transformaba, a pesar de los impulsos que te generaba tu trabajo y tu novio.

Cuánto cambiaste por él. Te empezó a importar lo que antes no te importaba. Eras mucho más accesible entonces, antes de que te cambiaran por una niñita que lo único que tenía mejor que tú era un auto propio y un apartamento en La Cabrera. Tú seguías viviendo con tus padres.

En ese momento estabas perdida, y buscaste cualquier cosa. Tal vez cuando decidiste aferrarte a mí lo hiciste sin pensar: lo que necesitabas era algo para aferrarte. Nunca te fijaste en las dificultades, en lo que yo podía hacer. Te amé y te amo, pero no era capaz de aceptarlo. Tú conoces el dicho. Vi a Dios y me asusté. Tuve mi oportunidad y la perdí, y te perdí.

Desde entonces, cada vez te has rodeado más de un grupo de insensatos que te adulan y te idolatran. Crees que juegas con ellos, te diviertes dándole cualquier migaja. Y te has alejado de lo que eras. Ahora no solo sabes lo que tienes, lo usas. Y eso me da asco.

Qué triste es ver en lo que te has convertido, querida. No solo porque has perdido esa inocencia, sino porque en el camino te has convertido en algo desagradable, en una abeja reina que se alimenta del trabajo de los obreros y de los zánganos. En un viejo en el parque que se divierte viendo cómo a su alrededor revolotean las palomas, prestas a recibir cualquier migaja.

¿Por qué lo sé? Porque yo mismo estuve entre esas palomas.


Un día me di cuenta que ya no quería esas migajas. Que no quería ser un obrero peleando por el privilegio de los zánganos alrededor de la reina. Algún día todos ellos huirán, para crear su propio panal, y te quedarás poco a poco sola extrañando esos días y esos meses en los que eras inocente, y la sonrisa que tenías no era la de un viejo dando pan a las palomas en el parque, sino la de una niña pequeña detrás de una taza pequeña de café.

Espero que seas feliz, pero también espero que esa felicidad sea verdadera, no ese remedo de felicidad que te dan los zánganos en tu panal.

No hay comentarios: