Subes al ascensor. A tus pies, la carrera 30 se va haciendo
más pequeña. A tu lado hay un tipo que has visto antes y no recuerdas en dónde.
A tu otro lado, Antonio Casale te pregunta cómo vas.
- Bien, es
mi primer día.
- ¿Y de
dónde viene?
- La
credencial dice golgolgol.net pero la página ya no la maneja la empresa,
entonces…
- ¿Cómo
así, ahora golgolgol no es de Claro?
- Sí es de
Claro, pero ahora la hacen en Miami.
- Ah, de
razón – te interpela el otro. Ya recuerdas dónde lo viste: en Dimayor, el día
en que reclamaste la credencial de prensa. Es de la página oficial de la Liga.
– Uno entra y nunca había nada actualizado.
Te bajas del ascensor. Acabas de darle una chiva al del
programa de deportes de RCN en la mañana, y de La FM por la tarde. Giras en una
esquina y el panorama te abruma. Treinta mil personas están reunidas en el
Estadio El Campín, esperando para ver el clásico capitalino número 278 entre
Millonarios y Santa Fe. Más del 70% del estadio está de rojo, pero hay un gran
contingente azul también. No puedes evitar emocionarte. Ni preocuparte.
Te preocupas por todo. ¿Sí servirá el WiFi? ¿Resistirá la
batería al computador? Acá no hay repeticiones, ¿y si te pierdes algo? ¿Habrá
puesto en la tribuna de prensa? ¿Habrá electricidad? Recuerdas que durante la
semana tus colegas hicieron protesta contra el IDRD, porque ahora quieren
cobrar “el pupitre”, como llaman las sillas reservadas para periodistas que
están en el centro del tercer piso de la tribuna occidental del Estadio, como
si fueran las boletas más caras. ¿Y si las cobran? Tienes diez mil pesos en el
bolsillo.
Desde hace más de diez meses esperabas este momento.
Mientras los altoparlantes anuncian que la fuerte lluvia que te lavó al salir
de tu casa, a unas 15 cuadras al sur, va a retrasar el partido media hora, piensas
en el día en que un conocido del foro de fútbol te mandó un mensaje privado.
“Tengo entendido que usted estudia periodismo. ¿Le interesa trabajar en una
página de fútbol?” Por supuesto, le dijiste. Te hicieron una prueba con un
partido de Champions League, y luego te soltaron la vaca loca. Tu primer
partido, un Equidad – Huila. La crónica ya no existe: la página cambió de
dueños.
El parlante anuncia que el partido va a empezar a las 5:40.
¿Cómo? La batería no te va a resistir tanto. Comienzas a probar todos los
enchufes que están debajo de los puestos. Incluso uno de los camarógrafos te
ayuda pero no, no hay electricidad. Te resignas, cierras el computador mientras
llega la hora y lees Twitter en tu celular. Te sorprende la rechifla de la
tribuna: ves a los árbitros salir por el túnel, los equipos saltan a la cancha.
Levantas el pupitre, haces a un lado el computador. Cantas el himno de
Colombia, gritas el de Bogotá. Como las otras treinta mil personas presentes.
Inicia el partido. El Internet no carga: no solo tienes que
hacer la crónica del partido para la página, sino también comentar en el minuto
a minuto que se verá en otros dos sitios. Te das cuenta de lo distinto
que es esto a hacer lo que haces en la casa. Allá te limitas a ver lo que las cámaras
te dejan ver, casi siempre el balón. Acá puedes ver todo: cómo Dayro Moreno
está solo, la gritería de Juan Manuel Lillo, las proyecciones de los delanteros
buscando el pelotazo de Omar Pérez, las porristas que se mueven sin que nadie
las vea.
Y el ruido. Detrás de ti están las cabinas de radio,
selladas para que el ruido no se sienta. Puede que en el Fortaleza – Patriotas
que cubriste más temprano desde tu casa no necesiten eso: la bulla que hacen
400 personas apenas se siente. Pero cuando son treinta mil, sientes al estadio
trepidar. Sabes que tiene más de 75 años esta estructura, aunque fue remodelada
hace tres. La sientes temblar y no importa.
A tu lado está una muchacha con un iPad. Al otro, el de la
Liga está con un amigo y sus respectivas parejas. Los seis somos hinchas
azules, aunque ninguno lleva una prenda distintiva: te das cuenta porque cada
uno insulta en bajo volumen cuando Millonarios pierde la pelota. El fútbol es
un deporte pasional, y cubrirlo implica dejar de lado las pasiones. No puedes
saltar ni gritar ni putear duro. Son los sacrificios del oficio.
Pero estás ahí, en el estadio. Y mientras todos tienen que
pagar para ir, a ti te pagan por ir. No importa que chupes frío, que el pupitre
no tenga luz, que la empanada valga $3000 cuando en el barrio una igual está a
$1200, que tengas que cargar con maleta y cuidarte mucho para que no te la
roben antes de llegar, que no puedas gritar “árbitro hijueputa” cuando se lo
merece. Estás ahí, en las mejores sillas de todo el estadio, y te pagan por
eso.
Te fue bien. El aviso de “batería baja” llega justo cuando
asoma la paleta indicando el tiempo de adición. Debes bajar al centro de medios
con el pitazo final, porque ahí sí hay energía, pero no vista a la cancha. Te
preguntas si en una de esas te dejarán entrar a una cabina, que tiene
corriente. Hay un gentío esperando en la puerta del ascensor: unos bajan a la
sala de prensa a esperar a los técnicos, otros quieren irse.
Al final Millonarios ganó. Entre polémicas, a los golpes,
pero se fue vencedor del clásico 278. Sabes que el lunes llegarás a la
universidad y podrás burlarte de los hinchas cardenales, de los cuales estás
seguro que varios estaban allá abajo. Pagaron boleta para ver a su equipo
perder. Y te sale una sonrisa maliciosa: te pagaron para ver a tu equipo ganar.
El fútbol es de pasiones, y aunque lo quieras negar, estás seguro que en tu
crónica, a la que le falta todavía una pulida, se filtró la pasión por el
fútbol y por Millonarios, aunque ganó bien.
- Hágame
un favor, ¿dónde queda el centro de medios?
- ¿No
sabe, joven? Acá, a la derecha y al final del pasillo.
- Gracias,
qué pena… es que es mi primer día y…
- Tranquilo,
joven. Todos tuvimos un primer día y a todos nos tocó un susto.
Las últimas palabras las oigo con una voz que identifico
inmediatamente. Es Gabriel “Chemas” Escandón, el reportero de Caracol Radio,
que baja a la rueda de prensa. Y al final, luego de esperar un buen rato en la
zona mixta, cuando te dejan salir y empiezas el camino a tu casa, las palabras
de Chemas resuenan en tu cabeza. Fue tu primer día, pero estás seguro que va a
ser el primero de muchos más.
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