martes, 15 de marzo de 2011

...acaba de cerrar sesión (un experimento)

(N. del C. de R.: el Consejo de Redacción se descualquieró leyendo este post, escrito por una amiga de la casa que ya pasó por acá, Marcela. Como una cana al aire, entre reseñas de textos de economía y análisis argumentales que se espera convertir en mejores posts a futuro, este Consejo se permitió la chance de probar algo que nunca había probado: escribir sobre sexo. Marcela, también conocida como @_inquieta, se tomó la molestia de publicar este post y su pareja, si se quiere, en su blog Las Equivocadas, el cual aprovecha para recomendar).

Acabas de irte. Después de venirnos, nos despedimos y nos retiramos. Te desconectas porque tienes que dormir. Yo tengo todavía trabajo por hacer, fotocopias por leer. Tu trabajo, mi universidad. Los dos alejados por la distancia; una serie de alambres y una visita a Skype nos acerca a los dos.
Pero ya no es suficiente.

Yo no quiero estar contigo sin estarlo. No es lo mismo oírte gimiendo y suspirando sin sentir tus suspiros encima. No es lo mismo leer cómo te mojas por lo que mi teclado y mi lengua dicen, no por lo que mis dedos y mi lengua (te) hacen. No es lo mismo ver cómo te secas el sudor sin secártelo lamiéndote. En fin, no es lo mismo instruirte para que te masturbes, y masturbarme en el proceso, que tener sexo.

Yo sé, en los primeros días fue suficiente, y fue muy excitante. Desde aquella remota noche de octubre en que nos quitamos las prevenciones y te pasaste la mano por encima de la camisa, provocativa y seductora, cada quien conoció los gustos, del otro y hasta los propios, como cuando te dejaste sólo el audífono izquierdo porque descubriste que hablarte por ese lado te excitaba más. Poco a poco, Skype y tu iniciativa fueron campo para poder vencer mis temores y miedos, hasta el día en que tu regalo por mi cumpleaños resultó ser la primera sesión de sexo virtual en mi vida. Y sí que fue excitante esa vez, y las siguientes. Hasta que nos conocimos.

Esa tarde, tú estabas acá por algún motivo laboral que se me olvida. Yo sabía que ibas a venir, y había intentado cuadrar un café contigo, pero te me adelantaste; como siempre, tú llevando la iniciativa. Llegaste a la universidad a la hora exacta en la que salía ese martes, y ahí lo supe: pediste tu tiquete en el primer avión para poder pasar la noche acá, conmigo. Y así fue: no necesitamos más que un par de cervezas y una cena. Ya sabíamos lo que nos gustaba, lo que nos excitaba, y cómo conseguir del otro el máximo de placer; y así, sin mediar palabra, tuvimos un polvo épico, si cabe la expresión. De esos que muy pocas veces se repiten.

Han pasado ocho días, y todavía tengo tu sabor en la punta de la lengua; tu olor se aparece en los lugares más insospechados, y tu estallido se alojó en un lugar recóndito de mi cerebro. Hoy volvimos a Skype, a volver a hablarte de lo que te haría, pero esta vez, te dije lo que te hice. Y tú te diste cuenta, y me dijiste lo que me hiciste. No sé tú, pero esta vez sentí que me masturbaba con el recuerdo de la noche pasada, no con lo que me decías. Creo que debemos tener más frecuentemente sexo físico, el virtual no es suficiente. Ya encontré el tiquete aéreo, y seguramente será en el próximo festivo.

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