lunes, 20 de septiembre de 2021

No hay nada mejor que casa


Las tazas sobre el mantel
La lluvia derramada


No hay cosa más frustrante que buscar un apartamento en arriendo económico en Bogotá. Lo encuentras muy lejos, en mal estado, pequeño, te piden historia hasta de la llegada de tus ancestros al nuevo mundo, y al final te responden con un “gracias, vuelva pronto” porque no ganas lo suficiente, aunque estés entre los mejor pagos del país. Yo quería conseguir mi casa propia, irme del hotel mamá donde ya no se justificaba eso de estar “colaborando” cuando se tienen ya 30 años y un posgrado, tener un lugar donde pudiera decir “vengan y rematamos” o donde pudiera llevar a alguna hembrita. Un espacio propio.

Un poco de miel, un poco de miel no basta...

Pero me llamó la atención muchísimo una publicación en Facebook. Era un apartamento demasiado grande para irme a vivir solo. También era un apartamento que se me hacía muy conocido, aunque no sabía por qué. En uno de esos conjuntos de San Cristóbal, no habría forma de que no me quedara muy lejos ahora que tendría que volver a la oficina. Pero algo me lo recordaba, algo me atraía para que llamara al número y le dijera a la señora que estaba interesado en el apartamento y quería verlo.


El eclipse no fue parcial
Y cegó nuestras miradas


Cuadramos la cita para el sábado. Salí muy temprano de casa, para poder cumplir a las 10 sabiendo que era poco probable que el SITP pasara a tiempo. Al llegar al paradero sobre la 68, ahí estaba el bus, casi que esperándome. Me subí y dejé que Spotify hiciera su magia, con todo el Fito Páez, Calamaro, Pedro Aznar y Cerati que pudiera sacarme. Ando en una fase de fanatismo de rock argentino desde que Lorena me mandó al carajo.

Te vi que llorabas, te vi que llorabas por él…

El primer golpe fue al bajarme en el hospital San Blas, cruzar la Primero de Mayo y entrar al barrio. Todos los negocios me recordaban algo. ¿Esa panadería no hacía los roscones que no volví a encontrar cuando era niño? ¿Y en esa casa donde está la peluquería no tenían una máquina de arcade donde jugaba “el kinofaiter” que después me hizo tan popular entre los niños de Las Ferias?

Solo entendí cuando entré al conjunto, al apartamento y vi una pequeña marca en el armario. “Ricki no se va Ago-98”. La arrendataria creo que también se dio cuenta.

  • Disculpe, sumercé, es que ese rayón ya estaba cuando compré el apartamento, y como solo lo tengo para arrendar pues nunca le paré bolas, pero yo sé que toca cambiar esos clóseres…
  • No, no, tranquila. ¿Hace cuánto tiene el apartamento?
  • Pues don Ricardo, yo lo compré hace como 20 años al banco, tenía una plata de cesantías ahorrada y aproveché que lo vi barato.

Un sorbo de distracción
Buscando descifrarnos


La invité a tomar un café en la panadería, yo pedí un roscón y la dueña una garulla “porque esos roscones eran ricos, pero los dañaron hace rato”. Le pregunté sobre los arrendatarios, los vecinos, el problema para llegar allá, los servicios. Ella me preguntó sobre mi trabajo, mis intenciones con el apartamento, las ofertas que había visto. Solo cuando me fui le dije que no era lo que estaba buscando, pero que Ricki había vuelto al lugar de donde un banco desalmado lo sacó a punta de cuotas del UPAC, que tantos días de lágrimas le había causado a mamá y que había hecho trabajar tanto a papá que al final le provocó un infarto en el taxi...

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