(N. del C. de R.: El presente es un trabajo realizado por el Consejo de Redacción en pleno de este blog para las asignaturas Historia del Periodismo y Géneros Interpretativos. El Consejo de Redacción en pleno agradece que por favor no plagien este trabajo, cuya elaboración tuvo bastante esfuerzo y dedicación para dar un sentido homenaje a uno de los más grandes periodistas políticos de la historia colombiana en el aniversario 100 de su nacimiento).
Cuando iba a cumplir 24 años, Lucas
Caballero Calderón, en ese entonces un incipiente columnista del diario El Espectador, escribió una nota en la
que enlazaba la fecha de fundación de Bogotá, el 6 de agosto de 1538, con su
nacimiento, ocurrido 375 años después. Allí escribió que su nodriza Emilia,
“después de observarme minuciosa y pormenorizadamente, exclamó un día: ‘es
indudable que el angelito es feo, pero no se puede negar que tiene un
garabato.’ Emilia, a quien confidencialmente he consultado al respecto, me dice
que aún no lo he perdido”. Y hasta su muerte, que lo sorprendió en su
apartamento el 15 de julio de 1981, nunca perdió el garabato del humor, sobre
todo como un mecanismo para luchar por un gobierno honesto, desde su buque
insignia: una columna diaria escrita con el seudónimo Klim.
A pesar de hacer parte de la élite
bogotana, Lucas no se sintió cómodo en ese medio. Hijo de Lucas Caballero,
general liberal en la Guerra de los Mil Días, hermano del escritor Eduardo y
casado con Isabel Reyes, heredera de la fortuna de Pepe Sierra, Lucas estaba
fuera de lugar en la Bogotá académica y literaria. No era estudioso y fue
expulsado del Gimnasio Moderno, el Colegio de La Salle y hasta del Seminario Mayor,
así que su padre lo envió a estudiar a Bruselas. Allí empezó a hacer artículos
graciosos sobre lo que veía que pasaba con los colombianos que hacían el “Grand
Tour” a Europa.
Estos comentarios, publicados en El Espectador desde 1936 bajo el seudónimo
Lukas, fueron una revelación para los
lectores, acostumbrados a leer chistes de retruécanos y juegos de palabras
propios de la Atenas Suramericana. Los de Lucas eran a otro nivel: era capaz de
hacer columnas graciosas sobre lo que sucedía en los paseos de olla a la
Sabana, la gente en el tranvía o las “ventajas” del toque de queda luego del
Bogotazo. Cuando se lo proponía botaba pullas muy fuertes a los gobiernos, como
cuando planteó que Bogotá podía unir los huecos en las calles para construir un
sistema de metro propuesto por el alcalde Fernando Mazuera en 1954; algo que
repetiría 26 años después, en boca de Bernardo Gaitán Mahecha.
Su ingenio se mostraba en muchas
oportunidades con recursos impensados. Por ejemplo, le ponía apodos a todos: al
sacerdote Rafael García Herreros, del Minuto de Dios, lo llamó “Telepadre”. A
Alfonso López Michelsen lo apodó “compañero Primo”, al estar casado con su
prima Cecilia Caballero, que en las columnas de Klim era “la niña Ceci”. No
podía mencionar a Carlos Lemos Simmonds sin llamarlo “tan carajo y tan
chisgarabís”. También tomaba símiles de los lugares más inesperados, como la
televisión: escribía, por ejemplo, que a Hernando Durán Dussán “le temblaban los
abundantes cachetes como dos moldes de gelatina Royal” cuando se montaba en un
tren, o que los únicos capaces en Colombia de llevar una investigación sobre
narcotráfico que había presentado la CBS eran el Inspector Ruanini y su
asistente Bueno Bueno, personajes de Sábados Felices.
Su propio seudónimo surgió como
parte de esa habilidad: el expresidente y dueño de El Tiempo, Eduardo Santos, le propuso a Caballero en 1941 escribir
en su periódico, pero Luis y Guillermo Cano, dueños de El Espectador, no se lo permitirían. Lucas encontró una lata de leche
en polvo Klim, cuya marca adoptó como su nombre de pluma en El Tiempo, y así se sostuvo trabajando
en los dos periódicos más importantes de Bogotá por varios meses. Finalmente renunció
a los Cano cuando estos lo descubrieron y le exigieron escoger: Santos le
pagaba mejor.
Daniel Samper Pizano conoció a
Lucas muchos años después, en Tipacoque, cuando este pueblo boyacense fue
convertido en un municipio y Eduardo Caballero, hermano de Klim y propietario de la
hacienda alrededor de la cual se formó la población, fue nombrado como su
primer alcalde. “El Tiempo me envió a
cubrir el acontecimiento –recuerda–. Como no había otra posibilidad de
alojamiento, tuve que compartir cuarto en la hacienda con Lucas y Lucio Duzán,
cuyos ronquidos no nos dejaron dormir. Desvelados, nos pusimos a charlar y a
tomar whisky hasta las 8 am”. De este infortunio surgió una gran amistad mutua,
que el mismo Klim recordaría gratamente al hablar de su “amado discípulo
Salmonete”.
El momento álgido de Lucas
Caballero fue entre 1974 y su muerte, tras la llegada del “compañero Primo” a
la Presidencia de la República. Una disputa en una fábrica de textiles en
Santander propiedad de los Caballero Calderón, en la cual López Michelsen representaba
a los banqueros belgas que pretendían expropiar la fábrica por fallas en el
pago de los créditos que condujeron a su instalación, forjó un resentimiento duradero.
Pero la pelea de la pluma de Klim contra la presidencia López tendría sustentos
mucho más firmes que una vieja pelea familiar. Según Samper, “aparte de que
hubiera diferencias personales entre ellos, las denuncias de Lucas se basaban
en hechos objetivos”.
El gobierno de Alfonso López
Michelsen inició en 1974, cuando Klim se había retirado de la sociedad y
encerrado en su apartamento del norte de Bogotá. Daniel Samper, quien le hizo una
extensa entrevista en 1976, lo definiría como un televidente de tiempo
completo: dedicaba el día a leer diarios y ver televisión, así como recibir a
unos pocos amigos. Esto le permitía estar enterado de todo lo que sucedía en el
país: el aumento acelerado del costo de vida, las dificultades económicas que
provocaba la bonanza cafetera, los problemas en los que se metían los políticos
lopistas, en fin. Todo esto lo usaba para realizar columnas de variable carga
política y humorística. Hasta que, al inicio de 1977, se descubrieron varios
hechos de presunta corrupción que involucraban a los hijos del presidente.
Por un lado, se descubrió que
Felipe López, quien era secretario privado de su padre y luego sería dueño de
la revista Semana, había recibido un
contrato simultáneo como analista del mercado de futuros de café para la
Federación Nacional de Cafeteros. El mismo Felipe diría a María Teresa Ronderos
que “el concepto de mercado de futuros se ridiculizó mucho en caricaturas y en
los escritos de Klim, [y] quedé como si supiera predecir el futuro”. Su hermano
Juan Manuel se involucró en un escándalo aún mayor, con la compra de una
hacienda llamada “La Libertad” en los Llanos Orientales, la cual fue
beneficiaria del trazado de una vía entre Villavicencio y Yopal. Klim resumiría
la situación de este modo:
La gente nueva tiene visión anticipada de los negocios. Una intuición de la valorización de la tierra muy superior a la que tuvo en su tiempo otro pariente político mío, el abuelo de Isabelita, Pepe Sierra. Él, sin embargo, necesitó de una vida para hacer lo que a mi sobrino Juan Manuel le ha tomado únicamente dos años. […] El chino tuvo la corazonada de que “La Libertad” iba a centuplicar su precio cuando se construyera una carretera al Llano. Y la carretera se construyó.
La opinión pública se polarizó por
los descubrimientos que los diarios La
República y El Espectador
realizaban continuamente sobre estos hechos, que dejaban muy mal parado al
Gobierno. Pero la importancia de la columna de Caballero en la divulgación y
comentario de los hechos de los López fue tan marcada que el propio columnista fue
llamado a declarar ante la Cámara de Representantes, que investigaba la
actuación del presidente en un posible caso de corrupción.
Klim se excusó diciendo que no
conocía nada más que lo que los medios publicaban, respondió con otra columna
en la que predijo acertadamente que López sería absuelto, y siguió en lo suyo.
Pocos días después, el director de El Tiempo,
Hernando Santos, se fue al apartamento de su columnista para convencerlo de que
se moderara. La respuesta de Caballero fue una carta de renuncia publicada al
día siguiente, 30 de marzo de 1977, en la que lanzó algunas de sus palabras más
amargas y contundentes:
Las ideas del doctor [Eduardo] Santos, la lección de su vida, el pasado íntegro del periodismo habían ido a parar al cesto de los papeles inútiles en donde ustedes arrojan los cabos de los cigarrillos consumidos. […] Me queda la satisfacción de que empleé siempre de forma limpia y honesta mi pluma, de acuerdo con la leyenda impresionante que el doctor Santos me dijo alguna vez que llevaban impresa las viejas armas toledanas: “No la saques sin razón ni la guardes sin honor”.
Para Samper Pizano, “la gente
apoyaba en su inmensa mayoría a Klim. Creo que los directivos de El Tiempo acabaron convencidos de que
López los había utilizado para presionar a Lucas y forzar su salida”. En apoyo
a su pariente, Eduardo y Enrique Caballero también entregaron sus espacios en El Tiempo, y los tres fueron
homenajeados al poco tiempo por sus amigos en un banquete en el Hotel
Tequendama. Las presiones del gobierno no se hicieron esperar, con un grupo de
detectives del DAS en el banquete, “fácilmente identificables – según Lucas –
por su forma tan distinguida de manejar como ametralladoras los cubiertos”.
Klim fue recibido como un hijo pródigo
en El Espectador, de donde se había
ido 35 años antes. Ahí, con el apoyo de Gabriel y Guillermo Cano, retomaría las
puyas contra López, y ahora les sumaría más recriminaciones a Hernando Santos y
al expresidente Alberto Lleras, de quien Caballero creía que había influido en
la decisión de las directivas de El
Tiempo de ceder ante el presidente. Y el gobierno del Compañero Primo no colaboraba:
nuevos escándalos de corrupción en embajadas, la aparición de cocaína en el
buque Gloria de la Armada y un viaje
del avión presidencial con la familia del primer mandatario a Europa dieron
para más columnas punzantes, mientras el gobierno de López acababa en 1978,
según Samper, “en forma melancólica y con bastante desprestigio”.
La pluma de Klim no descansó tras
la asunción de Julio César Turbay al poder en 1978. Siguió con su crítica a lo
que veía mal en el gobierno: el excesivo militarismo, la aparente ceguera de
los entes de control con los abusos a los derechos humanos, los esfuerzos para
mejorar la imagen del país a partir de viajes multitudinarios e inoficiosos, y
su dependencia de los “manzanillos” y barones electorales del liberalismo y el
creciente auge del narcotráfico. Pero seguía reservando sus mejores dardos para
López, que pretendía reelegirse a la presidencia en las elecciones de 1982.
Lucas siguió recordando en El Espectador los hechos ocurridos en su
mandato, bautizando la campaña lopista como “la segunda esperanza”, y llegando
a plantear un símil entre el candidato y el pirata inglés Francis Drake. La
recepción de estos textos sería tal que una editorial sacó una recopilación póstuma
de 83 columnas contra López que había publicado Klim entre 1973 y 1981. Los
15000 ejemplares de este libro, titulado justamente La Segunda Esperanza y lanzado en plena campaña electoral, se
vendieron en dos meses.
En esos tiempos todavía escribía de
humor. Memorables fueron los relatos sobre sus achaques de salud, que saldrían
publicados en su autobiografía “Memorias de un Amnésico”, publicada tras su
muerte. Pero las épocas habían cambiado y las audiencias también. Sus chistes,
revolucionarios en los años 30, eran vistos medio siglo más tarde como
anacrónicos, demasiado propios de las élites cachacas, y muy lejanos para el
gran público, ahora acostumbrado al humor radial y televisivo. Algunos incluso
consideraban ciertos recursos suyos como de mal gusto: cuando apodaba, por
ejemplo, al procurador Germán Bula Hoyos como “Idi Amín” por su tez negra, o usaba
el ancestro árabe de Turbay para sembrarle estereotipos turcos: “Harmano
Gulito, harmano barfecto”, escribió más de una vez.
Estos recursos no desviaban la
atención de sus críticas: no criticaba al procurador Bula por su color de piel,
sino por su obsecuencia con el gobierno de López. Daniel Samper considera que
la gente lo apoyaba porque sus denuncias tenían eco en la realidad. “Su columna
de humor, rabiosamente independiente, sirvió como látigo para fustigar al
gobierno y a los políticos corruptos”, dice. Esa independencia rabiosa de Klim
y otros periodistas, como el caricaturista Héctor Osuna y los reporteros Germán
Castro Caycedo y Daniel Samper Pizano, era invaluable para el gran público.
Su influencia no se limitó a su
época, a pesar que algunos opositores suyos dijeron que ese humor
circunstancial y críptico sería olvidado rápidamente con su muerte. El humor
político de situación, inventado por Klim, mutó en un género que explotaría
mucho más efectivamente la televisión con los programas de Jaime Garzón y la
radio con La Luciérnaga de Caracol, cadena que en su momento fuera propiedad de Alfonso López Michelsen.
Incluso, recientemente periodistas como Daniel Samper Ospina han intentado
recuperar ese carácter humorístico en la opinión escrita, con recursos como el
uso de apodos o el interés por la descripción física de sus personajes.
Pero el principal legado de Lucas
Caballero Calderón es su ineludible compromiso como periodista de opinión para
pelear por un gobierno honesto, usando el humor como un mecanismo para difundir
sus ideas y opiniones. Había iniciado en una época en la que los periódicos
eran marcadamente partidistas, escribiendo notas ligeras y humor simple. Cuando
la prensa había dejado el sectarismo, Klim se enfrascó en una lucha quijotesca
para recuperar la moral colectiva.
En la entrevista a Daniel Samper
Pizano de 1976, Caballero confesó que lo que menos le gustaba de los
colombianos era “la insensibilidad de la gente ante la inmoralidad. A nadie le
importa que se cometan secuestros, desfalcos, que se transporte coca en el
buque insignia de la Armada Nacional. Y cuando digo toda la gente, incluyo al
gobierno”. Y en esto Klim siempre fue uno de los más rígidos censores de los
gobiernos, intentando que su alto concepto de la honestidad hiciera parte de la
ideología de gran parte de los colombianos. Tal vez si su pelea se hubiera
podido imponer en el gran público, muchos de los problemas de corrupción que
están presentes hoy, a 100 años de su nacimiento, se hubieran podido evitar. Y
no hubiera pasado lo que Osuna, en una gran caricatura, puso en boca del
procurador Bula Hoyos cuando estalló el escándalo de la hacienda La Libertad:
“Y si la carretera pasa por la
finca, es de esas cosas que pasan…”
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