viernes, 23 de agosto de 2013

Las dos caras de la moneda boyacense

"Téngale cuidado a un boyaco emberracao".

Eso le dije una vez a un compañero de Ingeniería, recién desempacado de Duitama, que pretendía montármela porque supuestamente hablaba igualito a don Jediondo. Hoy, con las noticias de manifestaciones y protestas en toda Boyacá en el marco del paro agrario, incluidos disturbios en Duitama y Tunja, esa frase martilla mi cabeza.

Porque los boyacenses somos nobles. Resistimos durante años la desidia del gobierno central, que sólo nos volteó a mirar para hacer una cárcel en Cómbita para meter a los presos más peligrosos del país y una carretera para llevarlos allá, vía que no está terminada aunque ya la inauguraron hace más de dos años. De Boyacá sólo se oyen de vez en cuando noticias sobre algún alcalde corrupto, o las protestas para evitar que la Laguna de Tota se convierta en una laguna de brea, o la clásica nota de diciembre hecha en 15 segundos con las luces de los pueblos. Y el presidente, apenas si pasa el 7 de agosto por el Puente (si uno es boyacense sabe que sólo hay un Puente en mayúsculas).

Pero en este mes de agosto de 2013, Boyacá apareció en las noticias por más razones. Primero, porque la Gobernación de Juan Carlos Granados decidió botar la casa por la ventana y tomar los pabellones de Corferias para mostrar a los bogotanos lo que hay en su tierra. Entre arepas y carranga, ruanas y buses, chorizos y cervezas, los boyacenses mostramos orgullosos lo que hacemos en la tierrita. Duitama tuvo una marca impresionante con tres stands de calidad excepcional, mostrando las artesanías, industrias y atractivos turísticos de la Perla de Boyacá.

Pero hoy se manchó la perla.

Para hacer breve la historia, los estudiantes de la UPTC salieron a protestar en apoyo al paro agrario, que va para su quinto día. Estas protestas no son comunes en Duitama, aunque sí en una universidad pública: normalmente las pedreas de la UPTC se concentran en Tunja. Pero hoy la protesta fue masiva, con quema de llantas y echada de gases lacrimógenos. El problema no fue esa manifestación, sino lo que vino después.

Al caer la tarde, los manifestantes se fueron a la Plaza de los Libertadores, el centro de Duitama en todo sentido. En el marco de la plaza está el centro administrativo, la mayoría de bancos y muy buena parte del comercio de la ciudad. Los manifestantes se fueron a la Plaza, como dije... y empezaron a echar piedra al edificio de la Alcaldía. Y a saquear almacenes. El Esmad respondió con gases lacrimógenos y bombas de estruendo, pero ya el destrozo estaba hecho en la Capital Cívica de Colombia.

Sí, la Capital Cívica. Ese apodo se lo ganó el municipio en el Mundial de Ciclismo 1995, cuando la falta de capacidad hotelera de la región hizo que los barrios adoptaran delegaciones de los países participantes. Todavía quedan rastros en algunos barrios de las banderas que se pintaron en los postes, paredes y calles para saludar a los visitantes. Pero por la forma que el grupo de vándalos trató a las instalaciones públicas de la ciudad, queda la duda si Duitama sigue siendo una capital del civismo.

¿Qué puede llevar a los nobles campesinos boyacenses a estallar de esa forma? Tal vez sea la desidia de los sucesivos gobiernos, que pasaron por encima de las críticas y las dificultades y las predicciones que algo así pasaría para imponer el TLC. Tal vez sea el cinismo del Ministro de Agricultura, que a la petición de una reducción de los precios de combustibles, insumos agrícolas y peajes, respondió con una propuesta de $40 mil millones para que dejen de joder.

Tal vez sea que simplemente los boyacenses somos nobles, pero tenemos nuestros límites. Y ese orgullo con el que nos exhibimos en Corferias, con el que mostramos a Nairo Quintana y con el que reconocemos que Duitama es uno de los municipios con menos necesidades básicas insatisfechas de toda Colombia, también nos hace reaccionar cuando nos sentimos agredidos. Y cuando no nos escuchan. La moneda boyacense tiene esas dos caras: la del suelo fértil de trigo y manzanas cuna de la libertad, y la del campesino olvidado por un gobierno al que ve ausente, tal vez porque allá no hubo FARC ni narcos.

Tal vez el gobierno de Santos, cuyos ancestros Eduardo y Calibán tuvieron muchos vínculos con esta región, ahora sí se digne a mirar a esos 1.4 millones de boyacenses que siguen en Boyacá. A esa gente noble, luchadora, echada pa'lante y habitante de la tierrita, que se ha aguantado callada durante años pero ya no. Y que ahora quiere que la oigan, aunque le haya tocado a punta de piedra. Boyacá es una bendición, y por eso los boyacenses la defienden para evitar que se vuelva una tragedia. Señores del gobierno: en sus manos está evitar la tragedia para Boyacá.

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