lunes, 11 de agosto de 2025

Dejen descansar a Uribe Turbay en paz

Ante la muerte de Miguel Uribe Turbay, dos meses después del brutal atentado del que fue víctima en un parque de Modelia en medio de la campaña que lo llevaría a, probablemente, quemarse en una consulta de la derecha para las elecciones presidenciales de 2026, hay dos posturas. Sus amigos y contendientes en esa consulta, básicamente, han puesto toda la responsabilidad en el gobierno y casi que solo les falta decir que Petro dio la orden. Sus contrincantes y opositores han asegurado que se lo ganó por un discurso agresivo, que agravó la violencia y lo convirtió en blanco de un caso que, seguramente, será investigado exhaustivamente y del que sus responsables intelectuales nunca se conozcan realmente, más allá de los sicarios.

¿Algo cínico? Sí, porque este país nos enseñó a ser cínicos. Si no fue Juan Roa disparándole a Jorge Eliécer Gaitán y desencadenando una de las guerras civiles más cruentas de un continente lleno de guerras civiles, fueron los homicidios de miles de personas que se opusieron a que el país fuera comprado por las utilidades de la coca y la marihuana en los 80. Es simbólico que el más visible de estos casos en los medios, Guillermo Cano, tenga mañana la conmemoración de sus 100 años de nacimiento.

Y en últimas, como todos los que nacimos y crecimos entre 1981 y 1993, Miguel nació y creció en medio de esa violencia que lo tocó de frente con la muerte de su madre. Diana Turbay fue víctima de ese narcotráfico que la secuestró y asesinó, por ser una periodista valiente y por el peso de ser hija de un expresidente de la República.

La carrera de Miguel Uribe Turbay estuvo llena de momentos reprochables. Su respuesta al empalamiento de Rosa Elvira Cely en pleno Parque Nacional demostró una empatía nula, tal como sus palabras sobre cómo Dilan Cruz "se atravesó en el camino de la bala" que lo mató en medio de las protestas de 2019. Su vinculación al Centro Democrático y su defensa acérrima a algunos de los personajes más grotescos de la política nacional también son parte de ese legado que muchos quieren poner de frente para decir que no les duele la muerte de "uno de ellos". Pero Miguel era más que una plataforma política.

Lo conocí en persona entrevistándolo en medio de su campaña para las elecciones locales de 2019, en las que se quemó. En esa campaña me sorprendió que, a pesar de ser en la práctica un delfín (como Carlos Fernando Galán), se le notaba mucha más cercanía con la gente, al menos con la que apoyaba su visión. No digo que hubiera sido mejor alcalde que Claudia López o que el mismo Galán, no, pero en ese acercamiento demostró que tenía la empatía que le hizo falta para referirse al caso de Rosa Elvira, o a Dilan Cruz, o a las madres de Soacha. ¿Necesitaba caerle bien a un periodista, que para colmo estaba casado con alguien que trabajaba en su campaña? Muy seguramente, pero creo que esa discusión se aleja del objetivo.

Salir a decir que la muerte de Uribe Turbay no se debe llorar es deshumanizar al personaje. Y es lo mismo que el propio Uribe hizo con Rosa Elvira, Dilan y los falsos positivos de Soacha, entre otros casos sonados. Despreciar el sufrimiento de María Claudia Tarazona, de María Carolina Hoyos y de las personas que no lo conocieron por sus declaraciones de prensa, sino en la vida diaria, una que al fin y al cabo fue sesgada a menos de la mitad de la expectativa para un hombre de su generación. Su hijo tiene cinco años y crecerá sin padre, así como él creció sin madre desde los cinco años.

Ojalá Miguel Uribe Turbay pueda descansar en paz, y que su muerte no sea usada como una bandera de batalla en las elecciones a las que aspiraba presentarse. Tanto por los que lo van a martirizar usando términos tremendos como "magnicidio" o "crimen de Estado", como por los que lo van a satanizar negándole el carácter de humanidad que es lo único que tenemos todos los seres humanos en común. Y que cada vez más se nos olvida en medio de la radicalización: el otro también es humano.

sábado, 9 de agosto de 2025

Viernes, 1 am

 Dicen que la hora más oscura es exactamente antes del amanecer. Mi experiencia dice algo diferente.

 La hora más oscura suele ser a mitad de la madrugada. Todavía hay vida en la ciudad, pero es una vida tensa y difícil de lidiar porque está saturada en alcohol y en otras cosas. A esta hora, allá a lo lejos, se puede escuchar un borracho cantando a grito herido una canción injuriosa ante la que lo dejó botado. O de repente, pasa rauda una moto a toda velocidad cargando licor para quienes no quieren enfrentarse ante mi situación actual: solo, con frío, viendo llover en una cama a oscuras.

Y una luz, la del teléfono. Al otro lado, tú.

 Preguntas de todo tipo, que van y vienen. Un interés que a veces parece de entrevistadora y otras veces de terapeuta, pero que a este lado se siente legítimo. No hay ganas de desconectar, aunque a esta hora ya deberíamos ambos habernos dormido.

Sabes bien que no ha sido fácil. La timidez, la ansiedad y las malas experiencias me hacen mover de una manera distinta a la que este mundo está acostumbrado: más frontal, más directo, a veces, hasta golpeado. Al otro lado, se te nota más seria, aunque siempre parece que escribes con una sonrisa. No sé cómo lo haces pero pasa lo mismo aquí, así no te lo diga. Así te pongas nerviosa cuando lo leas.

Dicen que la hora más oscura de la noche es la que pasa justo antes de que aparezca la primera luz del amanecer. Mi experiencia dice algo diferente, pero la luz viene de ti, no del sol. 

viernes, 25 de abril de 2025

Perpetua

 ¿Alguna vez viste El Secreto de Sus Ojos? Recuerdas la escena en Constitución, seguramente. Cuando Espósito se encuentra con Morales, que hacía la ronda por las estaciones de tren. Un día ahí, otro en Once, o en Retiro, esperando que el asesino de su esposa aparezca. Y luego le cuenta al fiscal cómo a veces le parece que se le va olvidando la cosa, si era un té de limón o de manzanilla, y le queda un recuerdo de un recuerdo. Y le asusta.

Pensé que eras el recuerdo de un recuerdo. De una tarde en tu ciudad, ambos jóvenes e inmaduros, yo buscando un norte que a duras penas me aparece. O de otra tarde tomando café, cerca de mi casa, en esos viejos cafés del centro que todavía de vez en cuando visito pero ya no con el interés de antes, porque prefiero un grano que no necesita cigarrillo para ocultar el sabor sino que se toma sin azúcar. Alguna vez tengo que prepararte algo así, pero seguro tu esposo lo hace.

Y te vi de lejos, muchas veces. Algún día nos encontramos de pasada, como quien no quiere la cosa, y uno de esos otros amigos mutuos que sabes que estábamos detrás tuyo todos en una competencia despiadada pero amable, que sacó para la exhibición su Toyota Celica de colección, aprovechó para acercarnos a ambos porque ambos íbamos relativamente cerca. Y no sé, supe que nunca iba a ganarle mi Renault 9 a su Celica, pero bueno, en ese entonces todavía estudiaba contaduría. Después, ya sabes, terminé haciendo lo que quería y pude vivir de los carros.

O eso pensé, cuando te vi otra vez mucho tiempo después, ya acoplada a tu nueva vida, la docencia, la universidad, los trabajos. Tú también cambiaste y dejaste el trabajo con el Estado por irte a la academia. No te culpo, alguna vez me lo ofrecieron, hacerle campaña a un político, que estuviera en Hora 20 y que Julio lo llamara a las 7. No lo acepté, porque pensé que nunca podía hacerlo y porque me gustaba mucho presentar el programa que me permitió verte por última vez hace ya 6 años, nada más. Hasta que llegó la pandemia y lo mandó todo al carajo.

Sé que alguna vez viste El Secreto de Sus Ojos y te acuerdas del final, cuando Espósito visita a Morales en la finca afuera de la ciudad y se encuentra que había apresado al asesino. La frase que tal vez más me marcó de esa película, más que el "un hombre puede cambiar de lo que quiera, excepto de pasión", o toda la secuencia de atrapar al asesino en cancha de Huracán, o "esa mina tiene más ganas de casarse que Susanita", o incluso de cómo Francella se hace pasar por Darín para salvarle la vida, es la respuesta de Morales cuando lo descubre Darín.

"Usted me prometió perpetua".

Hace poco mi psicóloga me preguntó quién era yo, más allá de lo que hago. Tuve que volver a ver la película porque me acordé de inmediato de dos cosas. De cómo un hombre puede cambiar todo, excepto su pasión. Y de cómo esa pasión se vuelve perpetua. Y de cómo en 10 minutos que nos dio la vida luego de esa convención que me llevó a estar justo a la mitad de camino entre tu oficina y tu apartamento, más allá de esos planes elaborados que se trastocaban por una llamada urgente o un cubrimiento o un robo de celular que impedía los vuelos, pude volver a verte.

Dejaste de ser el recuerdo de un recuerdo.

Verte con tu vestido azul entre tantas camisas blancas hizo valer la pena todo, los regaños de los directores, los de la coordinadora, el vuelo de ida de madrugada y el de regreso de medianoche, la corredera eterna e insoportable.

Todo por verte 10 minutos, escuchar tus quejas de la asamblea de copropietarios y que sonrías. O que te quedes dormida en el bus, que salgas corriendo para que no te deje el semáforo en la mitad. Que me preguntes qué carajos es un "BYD Yuan Up" que te sale en la pantalla de Uber y te diga "la camioneta blanca que está subiendo detrás de los dos taxis". Que te emocione un café como en el centro. Una cerveza como en tu ciudad. Un agua Manantial como en el Oxxo. Pero que sea contigo y con esa pasión que sé que no voy a poder apagar, porque me prometí desde el primer día que te vi que sería perpetua.