Santiago tenía la guardia baja, seguro porque estaba la firma casi en pleno allá, en un último piso de un edificio desvencijado por el que había pasado centenares de veces en una vida pasada pero que ahora era uno de los sitios de moda de la ciudad. La vista nublada por el vapor que exhalaban 200 personas, de las cuales 20 eran los compañeros. Entre tanta gente, Marcela, Lucía, Sandra y Esteban, los patinadores de los procesos. Ellos, dando todo en la pista porque así son, porque tienen la energía de los 25 años y porque sí les gusta el Ferxxo. Él, a pesar de la guardia baja, y aunque tenía mucho trago en la cabeza, no podía dejar de despreciar el reguetón. Bailaba de mala gana, como siempre, excepto cuando empezó a sonar La Guitarra y se dejó llevar por los recuerdos cada vez más borrosos de una miniteca.
Papara papa eo eo
Papara papa eo eo...
No podía estar sonando esa canción. No la canción que más le gustaba a María Cecilia. Y menos cuando el DJ había demorado lo que le pareció un mes el "papara papa eo eo". Se quedó quieto cuando Rubén Albarrán empezó a narrar cómo se besaron bailando en medio del lugar.
"¿Todo bien, Santi? Ven, bailemos"
Lucía lo cogió de ambas manos y empezó a contonearse despacio, como si lo que estuviera sonando no fuera Café Tacuba sino una bachata. Aún así, a Santiago no le importó y se dejó llevar, más atento de la letra que del ritmo. Así la música no fuera llegando al último compás, se quedó pensando.
Quién diría que después de este primer baile, me iba a enamorar.
¿Por qué veía así a Lucía? Era una niña rara, no parecía una abogada promedio: iba hasta los juzgados del centro con una patineta eléctrica que todo el mundo temía que fuera robada, pero nunca le daba miedo andar así. Y menos con unos stickers rosados. Además hablaba con la misma soltura de los trámites del Contencioso Administrativo que de los animes más famosos de Crunchyroll, y eso lo había comprobado ese mismo día, mientras los socios celebraban con McCallan un año exitosísimo y él se había tomado varios whiskys para bajar el mal sabor de boca de una cena francamente mejorable.
Lucía se le pegó mientras aceleraba la canción y le preguntó algo que terminó de desarmarlo.
- ¿No que te gusta Café Tacuba? ¿Por qué te bajoneó así? - Pues sí, pero también era una canción muy cargada, porque era la favorita de María Cecilia.
- Pues sí, pero es de las favoritas de mi ex.
- Ay, fresco, Santi. Hoy estás en otro ambiente. Estás conmigo.
Yo que era un solitario bailando, me quedé sin hablar, mientras tú me fuiste demostrando que el amor es bailar.
¿Por qué veía ahora así a Lucía? No era simplemente "la patinadora al cuadrado" como le decían en la firma por andar con su patineta. "Hay muchas parejas bailando a nuestro alrededor", pero no le importaban. Ni siquiera que él fuera un asociado, ni que media firma estaba al frente viéndolo cómo pasaba de bailar bachata a agarrarla como si fuera un vals.
Mientras tú me fuiste demostrando que el amor es bailar.
A María Cecilia no le gustaba bailar. Él no era el más adepto, pero lo de ella era la música en vinilo, con un vino y leyendo libros, y lo último que él quería era leer después de haber tenido que tragarse toneladas de papel de los procesos que llevaba. Hasta que un día apareció conque uno de sus amigos del club de libros iba a presentarse al mismo Erasmus que ella, algo sobre derechos humanos que ya no importa. Y le salió y lo dejó tirado todo acá, no tuvo la delicadeza de decir que terminaba todo sino mediante una videollamada desde el aeropuerto de Munich en la que muy evidentemente salía el amigote.
Pues vienen otros ritmos que te quieren separar de mí
Y no pueda abrazarme ni sentir tu cuerpo
Y vuelva a bailar solo, como antes de estar junto a ti...
No se dio cuenta y la última frase la cantó al oído de Lucía. Ella le sonrió y le recostó la cabeza en el hombro. Quedaron bailando así, más abrazados que otra cosa, y cuando acabó la canción y sonó algo de Cindy Lauper (¿o era de Blondie? Esa parte se torna borrosa), ella lo llevó a la barra para tomarse una cerveza. Pero no a la principal: a la de abajo, más calmada.
Santiago me contó esta historia el lunes siguiente, mientras hacíamos fila para comprar ramen en un sitio de Avenida Chile. Yo les había perdido la pista por más de una hora y cuando los encontré estaban besándose de una manera desaforada en uno de los sillones del segundo piso. Él me echó el cuento luego de que durara toda la semana pidiéndole explicaciones por Whatsapp y siendo ignorado olímpicamente, pero lo que me dijo me dejó noqueado, y por eso me atrevo a contarlo aquí, hoy ante ustedes.
"Parce", me dijo, "Rubén Albarrán tenía razón, el amor es bailar. Para él era una canción de sexo entre hombres, pero para mí fue con Lucía".
Y hoy, aquí, acompañados de sus seres queridos, familiares, amigos y sobre todo el uno del otro, solo puedo decirles que me hace muy feliz ver que dejaron de ser dos solitarios bailando, y que como todos los que los acompañamos hoy, espero que nunca dejen de bailar.