Este 9 de febrero es el día del periodista, por mucho que un gobierno haya tratado de imponer a la brava otra jornada por allá el 4 de agosto que dizque porque ese día Antonio Nariño publicó su traducción de los Derechos del Hombre. No: los periodistas celebramos el aniversario de la publicación del Papel Periódico de Bogotá, en 1791, con el que Manuel del Socorro Rodríguez contaba a la comunidad de Santa Fe los hechos que la Iglesia consideraba válidos narrar de lo acaecido en el virreinato. Fue el primer medio de comunicación de los más de 95 nacionales y regionales de primer nivel que existen, y los 9238582 locales, especializados y minoritarios.
Muchas veces se dice que el periodista lo es por el amor al oficio, y la verdad es que a veces este amor se vuelve tóxico. Sobre todo en los días del periodista se refuerza esa noción: las frases de los grandes cacaos, desde García Márquez hasta Javier Darío Restrepo, refuerzan esa noción de una labor sufrida que se goza porque uno la ama hacer. Que lo nuestro es de sacrificio, que es una labor malagradecida y mal paga, pero que lo hacemos con amor porque contamos historias, revelamos secretos y vemos cambios tangibles en la gente.
No sé ustedes, pero se parece demasiado al cuento de la mujer que el marido le pega pero sigue con él "porque él va a cambiar".
Y sí, el marido va a cambiar, pero para peor. Los medios de comunicación nacionales han llegado a un punto de contracción en el que sus espacios se han convertido, o en copia y pega de comunicados de prensa, o en granjas de clickbait dedicadas a seguirle la vida a ciertos nombres demasiado famosos. Esto mientras perfeccionan las inteligencias artificiales que lo van a reemplazar. Además, la pauta cada vez más escasa y dispersa ha hecho que las pocas redacciones que quedan prescindan de centenares de trabajadores. A nivel regional es aún peor la historia, con una desesperada lucha por cualquier pedacito de pauta que les permita subsistir mientras no choquen con los políticos locales que perfectamente los pueden acabar.
¿La solución es contar historias? Es posible pero algo reservado para una minoría reducida, que está compuesta por periodistas que alcanzaron a vivir los últimos estertores del periodismo tradicional previo a las redes sociales. Esto les permitió coger algo de renombre y, sobre todo, una comunidad similar que piensa como ellos y tiene los recursos para subsidiar a quienes pueden realizar una nota a la semana. Estos ejercicios ofrecen un servicio indudablemente necesario de control político y de develación, pero que a su vez tiene un lado perverso: la insistencia de que la pauta es mala per se.
A saber: desde que los periódicos se volvieron masivos en el siglo XIX, los medios de comunicación han dependido más de la publicidad que de los suscriptores. La idea de que la independencia de un medio surge a partir de su independencia de los anunciantes es nueva, a menos que contemos modelos como el de la BBC de Londres o la ARD alemana, en el que la financiación viene de recursos cobrados anualmente a todos los propietarios de radios y televisores. Hoy en día, aún en un medio como el New York Times que tiene cifras de suscripción astronómicas, el valor viene de la pauta.
Sin pauta no hay salarios para los periodistas, ni viáticos para poder cubrir cosas que no le lleguen por Tiktok. Sin anunciantes, no hay inversiones en mejoras técnicas. Todo depende de un mecenas que termina convirtiendo su medio en una plataforma para sus intereses, llámese Luis Carlos Sarmiento Angulo, Jaime Gilinski o Carlos Julio Ardila. Y así los pocos que quedan, dependientes de lo que tenga a bien Google de entregar a través de sus servicios publicitarios, deben sacar 10 o más artículos diarios. Y los que salen a la calle terminan siendo agredidos por fanáticos del líder político de turno al que no le gustó que su medio (que en general es "su director") no diga exactamente lo que él piensa.
Yo no me atrevo a desear un feliz día del periodista a quienes están en esa disyuntiva. Conozco de su sufrimiento, lo viví durante 8 años pero ya no más, me cansé que me peguen. Ojalá haya más oportunidades de contar historias y que no impliquen aplastar sus sueños por una granja de clics que los va a reemplazar en cualquier momento por cualquier herramienta de OpenAI desarrollada con 3 pesos. Es un casi imposible, y el pesimismo me domina. Ojalá no tenga que escribir esta columna en un año lamentando los medios que sacaron a toda su redacción por un par de malos agregadores de tuits y noticias relevantes de la Superfinanciera.