lunes, 24 de febrero de 2014

Es mi primer día

(N. del C. de R.: el pasado sábado estuve en mi primer cubrmiento en el Estadio El Campín, preciso para un clásico. Estas son mis reflexiones. Para ver cómo quedó el partido, por acá.)

Subes al ascensor. A tus pies, la carrera 30 se va haciendo más pequeña. A tu lado hay un tipo que has visto antes y no recuerdas en dónde. A tu otro lado, Antonio Casale te pregunta cómo vas.
-              Bien, es mi primer día.
-              ¿Y de dónde viene?
-              La credencial dice golgolgol.net pero la página ya no la maneja la empresa, entonces…
-              ¿Cómo así, ahora golgolgol no es de Claro?
-              Sí es de Claro, pero ahora la hacen en Miami.
-              Ah, de razón – te interpela el otro. Ya recuerdas dónde lo viste: en Dimayor, el día en que reclamaste la credencial de prensa. Es de la página oficial de la Liga. – Uno entra y nunca había nada actualizado.
Te bajas del ascensor. Acabas de darle una chiva al del programa de deportes de RCN en la mañana, y de La FM por la tarde. Giras en una esquina y el panorama te abruma. Treinta mil personas están reunidas en el Estadio El Campín, esperando para ver el clásico capitalino número 278 entre Millonarios y Santa Fe. Más del 70% del estadio está de rojo, pero hay un gran contingente azul también. No puedes evitar emocionarte. Ni preocuparte.
Te preocupas por todo. ¿Sí servirá el WiFi? ¿Resistirá la batería al computador? Acá no hay repeticiones, ¿y si te pierdes algo? ¿Habrá puesto en la tribuna de prensa? ¿Habrá electricidad? Recuerdas que durante la semana tus colegas hicieron protesta contra el IDRD, porque ahora quieren cobrar “el pupitre”, como llaman las sillas reservadas para periodistas que están en el centro del tercer piso de la tribuna occidental del Estadio, como si fueran las boletas más caras. ¿Y si las cobran? Tienes diez mil pesos en el bolsillo.
Desde hace más de diez meses esperabas este momento. Mientras los altoparlantes anuncian que la fuerte lluvia que te lavó al salir de tu casa, a unas 15 cuadras al sur, va a retrasar el partido media hora, piensas en el día en que un conocido del foro de fútbol te mandó un mensaje privado. “Tengo entendido que usted estudia periodismo. ¿Le interesa trabajar en una página de fútbol?” Por supuesto, le dijiste. Te hicieron una prueba con un partido de Champions League, y luego te soltaron la vaca loca. Tu primer partido, un Equidad – Huila. La crónica ya no existe: la página cambió de dueños.
El parlante anuncia que el partido va a empezar a las 5:40. ¿Cómo? La batería no te va a resistir tanto. Comienzas a probar todos los enchufes que están debajo de los puestos. Incluso uno de los camarógrafos te ayuda pero no, no hay electricidad. Te resignas, cierras el computador mientras llega la hora y lees Twitter en tu celular. Te sorprende la rechifla de la tribuna: ves a los árbitros salir por el túnel, los equipos saltan a la cancha. Levantas el pupitre, haces a un lado el computador. Cantas el himno de Colombia, gritas el de Bogotá. Como las otras treinta mil personas presentes.
Inicia el partido. El Internet no carga: no solo tienes que hacer la crónica del partido para la página, sino también comentar en el minuto a minuto que se verá en otros dos sitios. Te das cuenta de lo distinto que es esto a hacer lo que haces en la casa. Allá te limitas a ver lo que las cámaras te dejan ver, casi siempre el balón. Acá puedes ver todo: cómo Dayro Moreno está solo, la gritería de Juan Manuel Lillo, las proyecciones de los delanteros buscando el pelotazo de Omar Pérez, las porristas que se mueven sin que nadie las vea.
Y el ruido. Detrás de ti están las cabinas de radio, selladas para que el ruido no se sienta. Puede que en el Fortaleza – Patriotas que cubriste más temprano desde tu casa no necesiten eso: la bulla que hacen 400 personas apenas se siente. Pero cuando son treinta mil, sientes al estadio trepidar. Sabes que tiene más de 75 años esta estructura, aunque fue remodelada hace tres. La sientes temblar y no importa.
A tu lado está una muchacha con un iPad. Al otro, el de la Liga está con un amigo y sus respectivas parejas. Los seis somos hinchas azules, aunque ninguno lleva una prenda distintiva: te das cuenta porque cada uno insulta en bajo volumen cuando Millonarios pierde la pelota. El fútbol es un deporte pasional, y cubrirlo implica dejar de lado las pasiones. No puedes saltar ni gritar ni putear duro. Son los sacrificios del oficio.
Pero estás ahí, en el estadio. Y mientras todos tienen que pagar para ir, a ti te pagan por ir. No importa que chupes frío, que el pupitre no tenga luz, que la empanada valga $3000 cuando en el barrio una igual está a $1200, que tengas que cargar con maleta y cuidarte mucho para que no te la roben antes de llegar, que no puedas gritar “árbitro hijueputa” cuando se lo merece. Estás ahí, en las mejores sillas de todo el estadio, y te pagan por eso.
Te fue bien. El aviso de “batería baja” llega justo cuando asoma la paleta indicando el tiempo de adición. Debes bajar al centro de medios con el pitazo final, porque ahí sí hay energía, pero no vista a la cancha. Te preguntas si en una de esas te dejarán entrar a una cabina, que tiene corriente. Hay un gentío esperando en la puerta del ascensor: unos bajan a la sala de prensa a esperar a los técnicos, otros quieren irse.
Al final Millonarios ganó. Entre polémicas, a los golpes, pero se fue vencedor del clásico 278. Sabes que el lunes llegarás a la universidad y podrás burlarte de los hinchas cardenales, de los cuales estás seguro que varios estaban allá abajo. Pagaron boleta para ver a su equipo perder. Y te sale una sonrisa maliciosa: te pagaron para ver a tu equipo ganar. El fútbol es de pasiones, y aunque lo quieras negar, estás seguro que en tu crónica, a la que le falta todavía una pulida, se filtró la pasión por el fútbol y por Millonarios, aunque ganó bien.
-              Hágame un favor, ¿dónde queda el centro de medios?
-              ¿No sabe, joven? Acá, a la derecha y al final del pasillo.
-              Gracias, qué pena… es que es mi primer día y…
-              Tranquilo, joven. Todos tuvimos un primer día y a todos nos tocó un susto.
Las últimas palabras las oigo con una voz que identifico inmediatamente. Es Gabriel “Chemas” Escandón, el reportero de Caracol Radio, que baja a la rueda de prensa. Y al final, luego de esperar un buen rato en la zona mixta, cuando te dejan salir y empiezas el camino a tu casa, las palabras de Chemas resuenan en tu cabeza. Fue tu primer día, pero estás seguro que va a ser el primero de muchos más.