viernes, 30 de agosto de 2013

Todo seguirá igual tras el paro agrario

El director de Noticias Caracol, Luis Carlos Vélez, está en Tunja. El hijo de Dios Antonio, con amplia carrera en medios internacionales como CNN, llegó a ese remoto punto ubicado a dos horas en bus y a infinitas en avión porque no hay aeropuerto (la pista es una cinta de cemento en la que sólo caben avionetas) porque allí están negociando los líderes de los campesinos con los representantes del gobierno.

Luis Carlos Vélez salió a Tunja a ver qué pasaba en una ciudad bloqueada hace 11 días. Predeciblemente, encontró una ciudad desierta: tiendas cerradas, vías sin autos por el combustible, gente pidiendo ayuda. La vida sigue su ritmo normal en la capital de Boyacá como puede, pero para el hijo de Dios Antonio eso no servía. Así que pintó la vida en Tunja como si fuera en Bagdad, Damasco o Kabul.

Hoy la vida sigue también en Bogotá. Mucha gente se quedó en sus casas, luego de los tropeles de todo el día de ayer. Sidney Tarrow dice que toda protesta debe implicar un "desafío colectivo", es decir, una forma de alterar la regularidad y la rutina del citadino. Para la gran mayoría de manifestantes que salieron a protestar en paz en la marcha de la mañana, eso implicaba caminar a la Plaza de Bolívar para mostrar descontento. Para los que rompieron a pata y piedra el centro de Bogotá, Suba, Soacha, La Alpujarra en Medellín e Ibagué, eso implicaba la violencia.

No hay un elemento que deslegitime más la protesta de lo que sea en Colombia como el uso de la violencia. El estruendo de una papa bomba es suficiente para saturar los medios de comunicación, sobre todo los televisivos. El gas lacrimógeno diluye la marcha y da una cortina de humo efectiva para disminuir el impacto visual de una plaza llena. Además, las imágenes del que lanza piedra sustituyen efectivamente los carteles. Y si se complementa con una declaración de un alto funcionario del gobierno que diga que "la manifestación está infiltrada por grupos criminales", el paquete queda listo.

Con el paro agrario ha pasado eso. Mientras en Tunja los campesinos seguían firmes en sus bloqueos, le regalaban queso los de La Calera a los antimotines y existía un tono de "qué pena pero nos tocó", gran cantidad de oportunistas se pegaron del paro. Unos, para aprovechar la bulla a ver si de pronto también los oían. Otros para hacer bulto. Los peores, para desahogar su frustración en forma de lanzamiento de piedra y rotura de vidrios a patadas. El ESMAD probablemente los provocó, sí, pero estos respondieron.

Así, los campesinos vieron cómo toda su lucha se vio tapada por el humo de los gases lacrimógenos. El gobierno nacional probablemente esperaba ver esas pedreas, y para mí no es coincidencia que luego de los destrozos de anteayer y ayer, hayan logrado esta mañana conseguir que se levantaran los bloqueos. Esta noche, en las noticias de las 7, probablemente se dé como gran hazaña la llegada de los primeros carrotanques con combustible a Tunja. Luis Carlos Vélez tomará como gran noticia el regreso de la normalidad a Tunja, y luego se irá a Armenia, Quito o algún lugar con aeropuerto para el próximo "cubrimiento desde todos los ángulos" que implique que él no esté en Bogotá.

Las negociaciones siguen, pero sin los bloqueos y con la deslegitimación que se ha tenido, los campesinos ahora estarán desde un punto de debilidad. Se supo que, mientras los líderes agrícolas pedían reducciones de hasta $2500 por galón en el precio de los combustibles, el gobierno propuso congelar dichos precios, con la respuesta que todo el mundo conoce: apenas se acabe el período de precios congelados, el precio sube $500 y todo como si nada. Así sucede con los puntos de la negociación cuando aparece mágicamente la infiltración de los violentos.

Por eso el título. Todo seguirá igual. El paro sólo nos dejará de pronto un contentillo, como la congelación del precio de la gasolina, pero de resto, la misma situación: los mismos campesinos sembrando a pérdida, los mismos tratados de libre comercio funcionando, la misma ignorancia del gobierno nacional sobre lo que pasa en Boyacá. Y cuando se venga la próxima marcha de sindicatos, estudiantes o víctimas del conflicto armado, los mismos vándalos de parte y parte destrozarán los mismos ventanales en la Séptima...

viernes, 23 de agosto de 2013

Las dos caras de la moneda boyacense

"Téngale cuidado a un boyaco emberracao".

Eso le dije una vez a un compañero de Ingeniería, recién desempacado de Duitama, que pretendía montármela porque supuestamente hablaba igualito a don Jediondo. Hoy, con las noticias de manifestaciones y protestas en toda Boyacá en el marco del paro agrario, incluidos disturbios en Duitama y Tunja, esa frase martilla mi cabeza.

Porque los boyacenses somos nobles. Resistimos durante años la desidia del gobierno central, que sólo nos volteó a mirar para hacer una cárcel en Cómbita para meter a los presos más peligrosos del país y una carretera para llevarlos allá, vía que no está terminada aunque ya la inauguraron hace más de dos años. De Boyacá sólo se oyen de vez en cuando noticias sobre algún alcalde corrupto, o las protestas para evitar que la Laguna de Tota se convierta en una laguna de brea, o la clásica nota de diciembre hecha en 15 segundos con las luces de los pueblos. Y el presidente, apenas si pasa el 7 de agosto por el Puente (si uno es boyacense sabe que sólo hay un Puente en mayúsculas).

Pero en este mes de agosto de 2013, Boyacá apareció en las noticias por más razones. Primero, porque la Gobernación de Juan Carlos Granados decidió botar la casa por la ventana y tomar los pabellones de Corferias para mostrar a los bogotanos lo que hay en su tierra. Entre arepas y carranga, ruanas y buses, chorizos y cervezas, los boyacenses mostramos orgullosos lo que hacemos en la tierrita. Duitama tuvo una marca impresionante con tres stands de calidad excepcional, mostrando las artesanías, industrias y atractivos turísticos de la Perla de Boyacá.

Pero hoy se manchó la perla.

Para hacer breve la historia, los estudiantes de la UPTC salieron a protestar en apoyo al paro agrario, que va para su quinto día. Estas protestas no son comunes en Duitama, aunque sí en una universidad pública: normalmente las pedreas de la UPTC se concentran en Tunja. Pero hoy la protesta fue masiva, con quema de llantas y echada de gases lacrimógenos. El problema no fue esa manifestación, sino lo que vino después.

Al caer la tarde, los manifestantes se fueron a la Plaza de los Libertadores, el centro de Duitama en todo sentido. En el marco de la plaza está el centro administrativo, la mayoría de bancos y muy buena parte del comercio de la ciudad. Los manifestantes se fueron a la Plaza, como dije... y empezaron a echar piedra al edificio de la Alcaldía. Y a saquear almacenes. El Esmad respondió con gases lacrimógenos y bombas de estruendo, pero ya el destrozo estaba hecho en la Capital Cívica de Colombia.

Sí, la Capital Cívica. Ese apodo se lo ganó el municipio en el Mundial de Ciclismo 1995, cuando la falta de capacidad hotelera de la región hizo que los barrios adoptaran delegaciones de los países participantes. Todavía quedan rastros en algunos barrios de las banderas que se pintaron en los postes, paredes y calles para saludar a los visitantes. Pero por la forma que el grupo de vándalos trató a las instalaciones públicas de la ciudad, queda la duda si Duitama sigue siendo una capital del civismo.

¿Qué puede llevar a los nobles campesinos boyacenses a estallar de esa forma? Tal vez sea la desidia de los sucesivos gobiernos, que pasaron por encima de las críticas y las dificultades y las predicciones que algo así pasaría para imponer el TLC. Tal vez sea el cinismo del Ministro de Agricultura, que a la petición de una reducción de los precios de combustibles, insumos agrícolas y peajes, respondió con una propuesta de $40 mil millones para que dejen de joder.

Tal vez sea que simplemente los boyacenses somos nobles, pero tenemos nuestros límites. Y ese orgullo con el que nos exhibimos en Corferias, con el que mostramos a Nairo Quintana y con el que reconocemos que Duitama es uno de los municipios con menos necesidades básicas insatisfechas de toda Colombia, también nos hace reaccionar cuando nos sentimos agredidos. Y cuando no nos escuchan. La moneda boyacense tiene esas dos caras: la del suelo fértil de trigo y manzanas cuna de la libertad, y la del campesino olvidado por un gobierno al que ve ausente, tal vez porque allá no hubo FARC ni narcos.

Tal vez el gobierno de Santos, cuyos ancestros Eduardo y Calibán tuvieron muchos vínculos con esta región, ahora sí se digne a mirar a esos 1.4 millones de boyacenses que siguen en Boyacá. A esa gente noble, luchadora, echada pa'lante y habitante de la tierrita, que se ha aguantado callada durante años pero ya no. Y que ahora quiere que la oigan, aunque le haya tocado a punta de piedra. Boyacá es una bendición, y por eso los boyacenses la defienden para evitar que se vuelva una tragedia. Señores del gobierno: en sus manos está evitar la tragedia para Boyacá.

lunes, 5 de agosto de 2013

Klim, el Quijote del humor contra la corrupción



(N. del C. de R.: El presente es un trabajo realizado por el Consejo de Redacción en pleno de este blog para las asignaturas Historia del Periodismo y Géneros Interpretativos. El Consejo de Redacción en pleno agradece que por favor no plagien este trabajo, cuya elaboración tuvo bastante esfuerzo y dedicación para dar un sentido homenaje a uno de los más grandes periodistas políticos de la historia colombiana en el aniversario 100 de su nacimiento).

Cuando iba a cumplir 24 años, Lucas Caballero Calderón, en ese entonces un incipiente columnista del diario El Espectador, escribió una nota en la que enlazaba la fecha de fundación de Bogotá, el 6 de agosto de 1538, con su nacimiento, ocurrido 375 años después. Allí escribió que su nodriza Emilia, “después de observarme minuciosa y pormenorizadamente, exclamó un día: ‘es indudable que el angelito es feo, pero no se puede negar que tiene un garabato.’ Emilia, a quien confidencialmente he consultado al respecto, me dice que aún no lo he perdido”. Y hasta su muerte, que lo sorprendió en su apartamento el 15 de julio de 1981, nunca perdió el garabato del humor, sobre todo como un mecanismo para luchar por un gobierno honesto, desde su buque insignia: una columna diaria escrita con el seudónimo Klim.

A pesar de hacer parte de la élite bogotana, Lucas no se sintió cómodo en ese medio. Hijo de Lucas Caballero, general liberal en la Guerra de los Mil Días, hermano del escritor Eduardo y casado con Isabel Reyes, heredera de la fortuna de Pepe Sierra, Lucas estaba fuera de lugar en la Bogotá académica y literaria. No era estudioso y fue expulsado del Gimnasio Moderno, el Colegio de La Salle y hasta del Seminario Mayor, así que su padre lo envió a estudiar a Bruselas. Allí empezó a hacer artículos graciosos sobre lo que veía que pasaba con los colombianos que hacían el “Grand Tour” a Europa.

Estos comentarios, publicados en El Espectador desde 1936 bajo el seudónimo Lukas, fueron una revelación para los lectores, acostumbrados a leer chistes de retruécanos y juegos de palabras propios de la Atenas Suramericana. Los de Lucas eran a otro nivel: era capaz de hacer columnas graciosas sobre lo que sucedía en los paseos de olla a la Sabana, la gente en el tranvía o las “ventajas” del toque de queda luego del Bogotazo. Cuando se lo proponía botaba pullas muy fuertes a los gobiernos, como cuando planteó que Bogotá podía unir los huecos en las calles para construir un sistema de metro propuesto por el alcalde Fernando Mazuera en 1954; algo que repetiría 26 años después, en boca de Bernardo Gaitán Mahecha.

Su ingenio se mostraba en muchas oportunidades con recursos impensados. Por ejemplo, le ponía apodos a todos: al sacerdote Rafael García Herreros, del Minuto de Dios, lo llamó “Telepadre”. A Alfonso López Michelsen lo apodó “compañero Primo”, al estar casado con su prima Cecilia Caballero, que en las columnas de Klim era “la niña Ceci”. No podía mencionar a Carlos Lemos Simmonds sin llamarlo “tan carajo y tan chisgarabís”. También tomaba símiles de los lugares más inesperados, como la televisión: escribía, por ejemplo, que a Hernando Durán Dussán “le temblaban los abundantes cachetes como dos moldes de gelatina Royal” cuando se montaba en un tren, o que los únicos capaces en Colombia de llevar una investigación sobre narcotráfico que había presentado la CBS eran el Inspector Ruanini y su asistente Bueno Bueno, personajes de Sábados Felices.

Su propio seudónimo surgió como parte de esa habilidad: el expresidente y dueño de El Tiempo, Eduardo Santos, le propuso a Caballero en 1941 escribir en su periódico, pero Luis y Guillermo Cano, dueños de El Espectador, no se lo permitirían. Lucas encontró una lata de leche en polvo Klim, cuya marca adoptó como su nombre de pluma en El Tiempo, y así se sostuvo trabajando en los dos periódicos más importantes de Bogotá por varios meses. Finalmente renunció a los Cano cuando estos lo descubrieron y le exigieron escoger: Santos le pagaba mejor.

Daniel Samper Pizano conoció a Lucas muchos años después, en Tipacoque, cuando este pueblo boyacense fue convertido en un municipio y Eduardo Caballero, hermano de Klim y propietario de la hacienda alrededor de la cual se formó la población, fue nombrado como su primer alcalde. “El Tiempo me envió a cubrir el acontecimiento –recuerda–. Como no había otra posibilidad de alojamiento, tuve que compartir cuarto en la hacienda con Lucas y Lucio Duzán, cuyos ronquidos no nos dejaron dormir. Desvelados, nos pusimos a charlar y a tomar whisky hasta las 8 am”. De este infortunio surgió una gran amistad mutua, que el mismo Klim recordaría gratamente al hablar de su “amado discípulo Salmonete”.

El momento álgido de Lucas Caballero fue entre 1974 y su muerte, tras la llegada del “compañero Primo” a la Presidencia de la República. Una disputa en una fábrica de textiles en Santander propiedad de los Caballero Calderón, en la cual López Michelsen representaba a los banqueros belgas que pretendían expropiar la fábrica por fallas en el pago de los créditos que condujeron a su instalación, forjó un resentimiento duradero. Pero la pelea de la pluma de Klim contra la presidencia López tendría sustentos mucho más firmes que una vieja pelea familiar. Según Samper, “aparte de que hubiera diferencias personales entre ellos, las denuncias de Lucas se basaban en hechos objetivos”.

El gobierno de Alfonso López Michelsen inició en 1974, cuando Klim se había retirado de la sociedad y encerrado en su apartamento del norte de Bogotá. Daniel Samper, quien le hizo una extensa entrevista en 1976, lo definiría como un televidente de tiempo completo: dedicaba el día a leer diarios y ver televisión, así como recibir a unos pocos amigos. Esto le permitía estar enterado de todo lo que sucedía en el país: el aumento acelerado del costo de vida, las dificultades económicas que provocaba la bonanza cafetera, los problemas en los que se metían los políticos lopistas, en fin. Todo esto lo usaba para realizar columnas de variable carga política y humorística. Hasta que, al inicio de 1977, se descubrieron varios hechos de presunta corrupción que involucraban a los hijos del presidente.

Por un lado, se descubrió que Felipe López, quien era secretario privado de su padre y luego sería dueño de la revista Semana, había recibido un contrato simultáneo como analista del mercado de futuros de café para la Federación Nacional de Cafeteros. El mismo Felipe diría a María Teresa Ronderos que “el concepto de mercado de futuros se ridiculizó mucho en caricaturas y en los escritos de Klim, [y] quedé como si supiera predecir el futuro”. Su hermano Juan Manuel se involucró en un escándalo aún mayor, con la compra de una hacienda llamada “La Libertad” en los Llanos Orientales, la cual fue beneficiaria del trazado de una vía entre Villavicencio y Yopal. Klim resumiría la situación de este modo:


La gente nueva tiene visión anticipada de los negocios. Una intuición de la valorización de la tierra muy superior a la que tuvo en su tiempo otro pariente político mío, el abuelo de Isabelita, Pepe Sierra. Él, sin embargo, necesitó de una vida para hacer lo que a mi sobrino Juan Manuel le ha tomado únicamente dos años. […] El chino tuvo la corazonada de que “La Libertad” iba a centuplicar su precio cuando se construyera una carretera al Llano. Y la carretera se construyó.

La opinión pública se polarizó por los descubrimientos que los diarios La República y El Espectador realizaban continuamente sobre estos hechos, que dejaban muy mal parado al Gobierno. Pero la importancia de la columna de Caballero en la divulgación y comentario de los hechos de los López fue tan marcada que el propio columnista fue llamado a declarar ante la Cámara de Representantes, que investigaba la actuación del presidente en un posible caso de corrupción. 

Klim se excusó diciendo que no conocía nada más que lo que los medios publicaban, respondió con otra columna en la que predijo acertadamente que López sería absuelto, y siguió en lo suyo. Pocos días después, el director de El Tiempo, Hernando Santos, se fue al apartamento de su columnista para convencerlo de que se moderara. La respuesta de Caballero fue una carta de renuncia publicada al día siguiente, 30 de marzo de 1977, en la que lanzó algunas de sus palabras más amargas y contundentes:


Las ideas del doctor [Eduardo] Santos, la lección de su vida, el pasado íntegro del periodismo habían ido a parar al cesto de los papeles inútiles en donde ustedes arrojan los cabos de los cigarrillos consumidos. […] Me queda la satisfacción de que empleé siempre de forma limpia y honesta mi pluma, de acuerdo con la leyenda impresionante que el doctor Santos me dijo alguna vez que llevaban impresa las viejas armas toledanas: “No la saques sin razón ni la guardes sin honor”.

Para Samper Pizano, “la gente apoyaba en su inmensa mayoría a Klim. Creo que los directivos de El Tiempo acabaron convencidos de que López los había utilizado para presionar a Lucas y forzar su salida”. En apoyo a su pariente, Eduardo y Enrique Caballero también entregaron sus espacios en El Tiempo, y los tres fueron homenajeados al poco tiempo por sus amigos en un banquete en el Hotel Tequendama. Las presiones del gobierno no se hicieron esperar, con un grupo de detectives del DAS en el banquete, “fácilmente identificables – según Lucas – por su forma tan distinguida de manejar como ametralladoras los cubiertos”.

Klim fue recibido como un hijo pródigo en El Espectador, de donde se había ido 35 años antes. Ahí, con el apoyo de Gabriel y Guillermo Cano, retomaría las puyas contra López, y ahora les sumaría más recriminaciones a Hernando Santos y al expresidente Alberto Lleras, de quien Caballero creía que había influido en la decisión de las directivas de El Tiempo de ceder ante el presidente. Y el gobierno del Compañero Primo no colaboraba: nuevos escándalos de corrupción en embajadas, la aparición de cocaína en el buque Gloria de la Armada y un viaje del avión presidencial con la familia del primer mandatario a Europa dieron para más columnas punzantes, mientras el gobierno de López acababa en 1978, según Samper, “en forma melancólica y con bastante desprestigio”.

La pluma de Klim no descansó tras la asunción de Julio César Turbay al poder en 1978. Siguió con su crítica a lo que veía mal en el gobierno: el excesivo militarismo, la aparente ceguera de los entes de control con los abusos a los derechos humanos, los esfuerzos para mejorar la imagen del país a partir de viajes multitudinarios e inoficiosos, y su dependencia de los “manzanillos” y barones electorales del liberalismo y el creciente auge del narcotráfico. Pero seguía reservando sus mejores dardos para López, que pretendía reelegirse a la presidencia en las elecciones de 1982. 

Lucas siguió recordando en El Espectador los hechos ocurridos en su mandato, bautizando la campaña lopista como “la segunda esperanza”, y llegando a plantear un símil entre el candidato y el pirata inglés Francis Drake. La recepción de estos textos sería tal que una editorial sacó una recopilación póstuma de 83 columnas contra López que había publicado Klim entre 1973 y 1981. Los 15000 ejemplares de este libro, titulado justamente La Segunda Esperanza y lanzado en plena campaña electoral, se vendieron en dos meses.

En esos tiempos todavía escribía de humor. Memorables fueron los relatos sobre sus achaques de salud, que saldrían publicados en su autobiografía “Memorias de un Amnésico”, publicada tras su muerte. Pero las épocas habían cambiado y las audiencias también. Sus chistes, revolucionarios en los años 30, eran vistos medio siglo más tarde como anacrónicos, demasiado propios de las élites cachacas, y muy lejanos para el gran público, ahora acostumbrado al humor radial y televisivo. Algunos incluso consideraban ciertos recursos suyos como de mal gusto: cuando apodaba, por ejemplo, al procurador Germán Bula Hoyos como “Idi Amín” por su tez negra, o usaba el ancestro árabe de Turbay para sembrarle estereotipos turcos: “Harmano Gulito, harmano barfecto”, escribió más de una vez.

Estos recursos no desviaban la atención de sus críticas: no criticaba al procurador Bula por su color de piel, sino por su obsecuencia con el gobierno de López. Daniel Samper considera que la gente lo apoyaba porque sus denuncias tenían eco en la realidad. “Su columna de humor, rabiosamente independiente, sirvió como látigo para fustigar al gobierno y a los políticos corruptos”, dice. Esa independencia rabiosa de Klim y otros periodistas, como el caricaturista Héctor Osuna y los reporteros Germán Castro Caycedo y Daniel Samper Pizano, era invaluable para el gran público.

Su influencia no se limitó a su época, a pesar que algunos opositores suyos dijeron que ese humor circunstancial y críptico sería olvidado rápidamente con su muerte. El humor político de situación, inventado por Klim, mutó en un género que explotaría mucho más efectivamente la televisión con los programas de Jaime Garzón y la radio con La Luciérnaga de Caracol, cadena que en su momento fuera propiedad de Alfonso López Michelsen. Incluso, recientemente periodistas como Daniel Samper Ospina han intentado recuperar ese carácter humorístico en la opinión escrita, con recursos como el uso de apodos o el interés por la descripción física de sus personajes.

Pero el principal legado de Lucas Caballero Calderón es su ineludible compromiso como periodista de opinión para pelear por un gobierno honesto, usando el humor como un mecanismo para difundir sus ideas y opiniones. Había iniciado en una época en la que los periódicos eran marcadamente partidistas, escribiendo notas ligeras y humor simple. Cuando la prensa había dejado el sectarismo, Klim se enfrascó en una lucha quijotesca para recuperar la moral colectiva. 

En la entrevista a Daniel Samper Pizano de 1976, Caballero confesó que lo que menos le gustaba de los colombianos era “la insensibilidad de la gente ante la inmoralidad. A nadie le importa que se cometan secuestros, desfalcos, que se transporte coca en el buque insignia de la Armada Nacional. Y cuando digo toda la gente, incluyo al gobierno”. Y en esto Klim siempre fue uno de los más rígidos censores de los gobiernos, intentando que su alto concepto de la honestidad hiciera parte de la ideología de gran parte de los colombianos. Tal vez si su pelea se hubiera podido imponer en el gran público, muchos de los problemas de corrupción que están presentes hoy, a 100 años de su nacimiento, se hubieran podido evitar. Y no hubiera pasado lo que Osuna, en una gran caricatura, puso en boca del procurador Bula Hoyos cuando estalló el escándalo de la hacienda La Libertad:

“Y si la carretera pasa por la finca, es de esas cosas que pasan…”